Mi bastón y mi amigo (II)


Con todo cariño a mi hermana Fe y a mi familia que tantas veces me prestaron su tiempo, su voz, sus pies… para que no me quedase caído a la vera del camino.




Retomando mi colaboración anterior continúo y concluyo haciendo públicas y sin pudor las vivencias y lazos afectivos entre mi bastón y yo.

La empuñadura de mi bastón remata en una especie de cabecita de perro de madera con diminutos ojos de vidrio.
Con cierta frecuencia y en momentos determinados pude apreciar en ellos una lágrima, lo que me refuerza en mi profunda convicción de que tiene sentimientos a flor de piel, o de corteza, o de lo que sea, que lo que importa son los sentimientos.


Una temporadita anduvo siempre conmigo en el asiento trasero o en la bandeja. Luego, por iniciativa suya, pasó al maletero con la disculpa de que en la bandeja unas veces se asfixiaba por el calor y otras pasaba frío. Pero cada vez que yo tenía que ir al maletero le acariciaba su cabecita y él me guiñaba un ojo de complicidad. A veces iba sin más motivo que verle.


Después de no sé exactamente cuánto tiempo le dije que allí no estaba bien porque había muy poca luz y podían aplastarlo los paquetes en un frenazo brusco y lo llevé para mi habitación, donde está casi siempre entre la mesilla de noche y la cabeceara de la cama. No está siempre, sino casi siempre; porque no hace mucho que, por culpa de la ruptura de unas fibras musculares en la pantorrilla derecha, volvimos a andar juntos unos días.

Mi bastón me sirvió a mí, pero no sólo a mí, que a quien le reina la actitud de servir no lleva cuenta de a cuantos sirve.


Cuando tuvo que operarse mi hermana de una pierna me dijo:

-No te tentará el diablo a comprar otro bastón para tu hermana. Si me hago muy alto,porque es de estatura corporal algo más baja que tú, (y no diría lo mismo de la talla humana), no tengas reparo en recortarme por abajo todo lo que haga falta.
A mi hermana le costó mucho menos que a mí prescindir de él, porque es mujer y
mujer labriega,
casada y madre de dos hijos, capaz de ayudar en los trabajos de fuera y hacer los de casa, de ayudar a cuidar bien las vacas en las cuadras y de responsabilizarse de que esté bien alimentada la familia, mientras ella no dispone de tiempo para comer sentada con el debido reposo y lo más importante y gratificante, después de criar los hijos, ayudar a criar los nietos.
>




Por la noche desde que los demás damos por terminada la jornada, ella todavía saca tiempo Para hacer unas tartas que saben a gloria, o ganchillar unas cortinas, o bordar unas sábanas,o componer un ramo de flores para regalía más de los ojos de los demás que de los suyos propios, pues apenas puede volver a mirarlo después de emplazarlo en el aparador de la entrada, u ordenar y limpiar lo que desordenamos y ensuciamos los demás,sabiendo que siempre habrá quien se encargue de hacerlo.

En definitiva, a mi hermana le costó mucho menos trabajo que a mí prescindir del bastón, porque ya estaba ella muy acostumbrada a ser bastón, igual que muchas más mujeres
labriegas y no labriegas Igual que tu madre, viva o muerta. Y eso sin alardear de celibatos para justificar una mayor entrega y donación.
Por tarde que yo llegue por la noche mi bastón, que ya no puedo decir que sea mío en exclusivea, aunque tampoco dejó de serlo, siempre me pregunta:
-¿Qué, hoy te ha dolido la pierna?

Por las mañanas, cuando tengo que salir muy temprano,procuro andar silencioso para no despertarlo, pero él casi siempre se da cuenta y disimula haciendo como que sigue durmiendo.

Uno de estos días pasados le dije:

-En cualquier momento te voy a dar una mano de barniz, porque el que tienes ya está muy ajado.


Él respondió con la rapidez del relámpago:
-¡Ni se te ocurra! Matarías el sacramento de que vamos envejeciendo juntos!
También tú tienes ajado el cabello y no lo pintas.
Casi siempre le digo a donde voy y a veces quiere ir conmigo para recordar otros tiempos volviendo a recorrer juntos viejos caminos. En una ocasión le dije que tenía que ir a Lugo y lo invité a que me acompañase, pero prefirió quedarse, a pesar de que las ciudades
pequeñas y con aires de rural como Lugo u Ourense no le atemorizan como las grandes.
Cuando fuimos a Madrid le asustaba pensar que podían pisarnos sin que nadie se
diese cuenta. Tenía tremendas y tremebundas pesadillas.

A pesar de no acompañarme, como ya era amigo de casi todos mis amigos, me preguntó a quién iba a ver. Le respondí que no sabía con certeza con quién podría encontrarme, pero
le hice las siguientes preguntas:

-Mira, ¿y si me encuentro con algunos padres puedo contarles nuestras conversaciones?
-¿Y para que vas a contarles nuestras conversaciones? -contestó él preguntado cómo buen
gallego.
-Hombre, -respondí-, por si no aciertan a ayudar a los hijos a crecer siendo ellos mismos,
como le ayudaron José y María a Jesús, a pesar de no comprenderlo del todo.
-Haz como quieras -dijo él secamente.
-Y, si me encuentro con algunos maestros conocidos, ¿puedo recordarles que su función,
muy parecida a la tuya, es de apoyo y no de relevo?
-Tú verás -volvió a responder muy cortante, para mi maior confusión.




-¿Y si tropiezo con algún compañero cura que todavía no cayó en la cuenta de que cada cristiano tiene que repensar por sí mismo su fe para que sea testimonio maduro y personal de fidelidad a Jesús liberador?
En tono claramente de enfado como nunca antes le había oído, respondió casi chillando.

-¡Uf!¡Haz lo que quieras! ¡Por mí como si quieres contárselo a los obispos, que tengo oído decir que también tienen un bastón!
- Si -interrompí- Pero ese no es como tú. Es mucho más alto y cando lo recogen va metido en un estuche, non va de calquiera manera en el maletero.
Metió baza y no me dejó seguir:
-¡No trates de envolverme con palabrería y no te rías de mí! ¡Deja de atosigarme con preguntas que no sé responder! El que hizo carrera fuiste tú, no yo, que nací y me crié entre matorrales y ni siquiera sé leer! Lo poco que sé, lo sé por la radio del coche y por ésta que tienes en la habitación.
Dice que no sabe leer... y tiene mucha más cultura que yo, como tantos otros expertos estudiosos del libro de la vida.

Me gustaría tener ocasión de presentártelo, aunque no tiene empuñadura de plata ni demarfil, porque no nació para presumir, sino para servir; pero quizás mejor que no te lo presente, ya que así te lo imaginas como gustes y le pones las caras que tú desees.

Para el que desee seguir leyendo en gallego


O meu bastón e meu amigo II

Con todo agarimo á miña irmá Fe e á miña familia que tantas veces me prestaron o seu tempo, a súa voz, os seus pés? para que non me quedase caído ás beiras dos camiños.





Retomando a miña colaboración anterior continúo e conclúo facendo públicas as vivencias e lazos afectivos entre o meu bastón e máis eu.

A empuñadura do meu bastón remata nunha especie de cabeciña de can de madeira con diminutos ollos de vidro.
Con certa frecuencia e en momentos determinados puiden apreciar neles unha bágoa, o que me reforza na miña profunda convicción de que ten sentimentos a flor de pel, ou de pela, ou do que sexa, que o que importa son os sentimentos.

Unha temporadiña andou sempre comigo no asento traseiro ou na bandexa. Logo, por iniciativa súa, pasou ao maleteiro coa desculpa de que na bandexa unhas veces asfixiábase polo calor e outras pasaba frío. Pero cada vez que eu tiña que ir ao maleteiro acariñáballe a súa cabeciña e el choscábame un ollo de complicidade. Ás veces ía só por velo


Despois de non sei exactamente canto tempo díxenlle que alí non estaba ben porque había moi pouca luz e podían esmagalo os paquetes nun frenazo brusco e leveino para a miña habitación, onde está case sempre entre a mesiña de noite e a cabecira da cama.
Non está sempre, senón case sempre; porque non hai moito que, por culpa da ruptura dunhas fibras musculares no papo da perna dereita, volvemos a andar xuntos uns días.

O meu bastón serviume a min, pero non só a min, que a quen lle reina a actitude de servir non leva conta da a cantos serve.

Cando tivo que operarse miña irmá dunha perna díxome:

-Non te tentará o diaño a comprar outro bastón para a túa irmá. Se lle me fago moi alto, porque é de estatura corporal algo máis baixa ca ti, (e non diría o mesmo da súa talla humana), non repares en rabenarme por abaixo todo o que faga falta.
Á miña irmá custoulle moito menos ca min prescindir del, porque é muller e muller
labrega, casada e nai de dous fillos, capaz de axudar nos traballos de fóra, de a coidar ben as vacas nas cuadras e de responsabilizarse de que estea ben alimentada a familia, mentres ela non dispón de tempo para comer sentada
repousadamente.




Pola noite desde que os demais damos por rematada a xornada, ela
aínda saca tempo para facer unhas tartas que saben a gloria, ou ganchillar unhas cortinas, ou bordar unhas sabas, ou compoñer un ramo de flores para regalía máis dos ollos dos outros ca dos seus propios, pois apenas pode volver a miralo despois de colocalo no aparador da entrada, ou ordenar e limpar o que os demais desordenamos e ensuciamos irresponsablemente, sabendo que sempre haberá quen se encargue...

En definitiva, á miña irmá custoulle moito menos
traballo ca a min prescindir do bastón, porque xa estaba ela moi afeita ser bastón, igual ca moitas máis mulleres
labregas e non labregas... Igual ca túa nai, viva ou morta. E iso sen alardear de celibatos para xustificar unha maior doazón.
Por tarde que eu chegue pola noite o meu bastón, que xa non podo dicir que sexa só meu, aínda que tampouco deixou de selo, sempre me pregunta:

-Que, hoxe doeuche a perna?

Polas mañás, cando teño que saír moi cedo, procuro andar caladiño para non
espertalo, pero el case sempre se dá conta e disimula facendo coma que segue durmindo.

Un destes días pasados díxenlle:

-Por aí a calquera hora vouche dar unha man de verniz, porque o que tes xa está moi
escascarillado.
El respondeu coma un lóstrego:

-Nin te tente o demo! Matarías o sacramento de que imos envellecendo xuntos!
Tamén ti tes escascarillado o pelo da cabeza e mais non o pintas.
Case sempre lle digo a donde vou e ás veces quere ir comigo para recordar outros tempos percorrendo os mesmos camiños que outrora andamos xuntos. Nunha ocasión díxenlle que tiña que ir a Lugo e inviteino a acompañarme, pero preferiu quedarse, malia que as cidades pequenas e con aires de ruralidade, coma Lugo ou Ourense, non o atemorizan coma as grandes. Cando fomos a Madrid metíalle medo pensar que podían pisarnos sen que ninguén se dese conta. Tiña tremendos e tremebundos pesadelos.
Aínda que non me acompañou, como xa era amigo de case todos os meus amigos, preguntoume a quen ía ver. Respondinlle que non sabía certo con quen podería atoparme, pero fíxenlle as seguintes preguntas:

-Mira, e se me atopo con algúns pais podo contarlles as nosas conversacións?
-E para que vas contarlles as nosas conversacións? -contestou el preguntado como bo galego.
-Home, -respondín-, por se non acertan a axudarlles aos fillos a medrar sendo eles mesmos, como lle axudaron Xosé e María a Xesús a pesar de non dalo entendido de todo.
-Fai como queiras -dixo el secamente.
-E, se me atopo con algúns mestres coñecidos, podo recordarlles que a súa función,
moi parecida á túa, é de apoio e non de substitución?

-Ti verás -volveu a responder moi cortante, para a miña confusión.




-E se tropezo con algún compañeiro cura que aínda non caeu na conta de que cada cristián ten que repensar por si mesmo a súa fe para que sexa testemuño maduro e persoal de fidelidade a Xesús liberador?

En son de moito enfado como nunca antes o vira, respondeu case berrando.

-Uf! Fai o que che dea a gana! Por min coma se queres contarllo aos bispos, que seca tamén teñen un caxato!
- Si -interrompín- Pero ese non é coma ti. É moito máis alto e cando o recollen vai nun estuche, non de calquera maneira no maleteiro.

Meteu baza e non me deixou seguir:

-Non trates de envolverme en palabrería e non te rías de min. Deixa de atafeguegarme con preguntas que non sei responder! O que fixo carreira fuches ti, non eu, que nacín e crieime entre toxos e xestas e nin sequera sei ler! O pouco que sei, seino pola radio do coche e por esta que tes na habitación.
Di que non sabe ler... e ten moita máis cultura ca min, coma tantos outros espertos estudosos do libro da vida.

Gustaríame ter ocasión de presentarcho, aínda que non ten empuñadura de prata nin de marfil, porque non naceu para presumir, senón para servir; pero quizais mellor que non cho pese, xa que así imaxínalo como queiras e poslle as caras que mellor che pareza.

Volver arriba