El tiempo no se mata. Muere el solito si no se vive.

A Continuación en galego

Sigo muy preocupado por el conflicto de Cataluña y no me preocupa tanto lo que pueda pasar el día 1 de octubre como lo que pueda pasar después.



Sentimentalmente y por estar acostumbrado a considerar a Cataluña como una parte de España no acabo de hacerme a la idea de una España sin ella, pero no me voy a parar ahora en las razones que mueven a otros a opinar distinto. Parece que el día 1 no se va a decidir modificar el mapa; pero ¿cómo van a reaccionar de ahí en adelante los que quieren reformarlo? No lo sé y, sin querer ser ave de mal agüero, prefiero vivirlo desde aquí, desde Galicia, desde lejos, que desde allí mismo. Ojalá no haya lugar para nuevas manifestaciones terroristas desde dentro. No sabría decir cuál es el mal menor y aunque lo supiera, poco importa lo que yo diga. Así que parece que después de un verano caliente, vamos a tener un otoño hirviente.

Y hablando del otoño y de lo que en gallego llamamos “outonía”, que viene a aquivaler a la producción y laboreo de las finca en otoño, me llegó hace pocos días, vía internet, una carta del amigo y compañero Xaquín Campo Freire, un cura jubilado y jubiloso que no para de fabricar eventos humanitarios. En ella me hacía saber que allá por las parroquias de Mandiá y Marmancón del Ferrol van a celebrar el otoño vital en comunidad los que están metidos en esta estación de la vida y no perdieron el gusto por celebrar.



Cosas así no dejan de recordarme que yo también llevo ya un tiempo viviendo mi otoño. No me había parado mucho a pensarlo, ni me pararé mucho tampoco ahora; pero fueron surgiendo algún pensamientos que todavía no pasé por el tamiz. Con permiso, los voy a depositar aquí tal y como llegaron y, si dispongo de tiempo, cuando maduren, volveré pra cribarlos y ordenarlos un poco, si no se me va de la memoria el asunto.

De niño escuchaba mucho más que ahora las palabras otoñar y “outonía”, porque el cambio climático, las progresivas mecanizaciones de los trabajos del campo y la misma modificación de cultivos, desplazan y mueven de sitio lo que venía siendo característico de cada estación.

El otoño era el tiempo del nuevo renacer de los pastos de secano e incluso de algo de hierba verde en los regadíos sin necesidad de volver a abonar, sino aprovechando lo abonado de viejo, estimulado por el cambio de estación y por la lluvia mansa que empapaba las tierras sin encharcarlas todavía. El otoño es otra primavera y primavera es siempre en el imaginario colectivo anuncio de vida y nunca de muerte, aunque las revoluciones de sangre que la acompañan sean a menudo mortales.

Contra lo que lamentan muchos, la primavera de otoño ni es mortecina, ni triste ni decrépita, como si no hubiera más que aguardar el invierno, o la muerte.

Bien mirado, aguardamos la muerte desde que somos concebidos, pero normalmente es un aguardar activo, celebrando la vida cada día, viviéndola con gozo pra que sea un aguardar celebrativo e incluso festivo por veces.

Parece que la primavera de otoño es más corta que la otra y lo es en verdad, porque la de otoño se encuadra en las lindes de 89,6 días y aquella en 92,9. Pequeña es la diferencia; pero que una hora, siempre de 60 minutos, se haga más larga o más corta depende de muchos factores no siempre controlables por uno mismo. A pesar de todo, también creo que la pequeña diferencia en tiempo puede compensarse viviendo en mayor intensidad y saboreando cada instante de paso que se recuerdan sabores ya muy aprendidos y medio olvidados debido a las prisas de otras estación vitales.

Otoño no es tiempo de cerrarse en casa pegados al fuego por miedo al frío que va a venir, ni de quedarse mirando por la ventana como llueve; porque dice un viejo proverbio inglés que nunca llueve tanto fuera como parece desde dentro por detras de los cristales. Pero se da el caso de que otoñar también tiene el significado de adquirir tempero la tierra gracias al agua. A lo mejor no nos viene mal también a nosotros algo de más tempero y dejarnos mojar mejor que en otras etapas en las que pudimos andar medio impermeabilizados por la presunción, o con el paraugas muy abierto por la prepotencia.

Después de jubilados no es infrecuente escuchar: “A ver como mato el tiempo ahora”. El tiempo no hay que matarlo, que, si no se vive, ya se muere él solito.



Al comienzo del otoño aparecen las flores llamadas "quitaameriendas", esa especie de lirios pequeños color lila. Cuando yo era niño los pisaba con furia, porque tenía que merendar para crecer, pero ahora ya ni me fijo en ellos, porque ahora no tengo que reponer tantas energías y además debo guardar régimen, no pra comer menos, sino pra comer mejor. Ya se ve, o mejor dicho, ya se verá, el resultado que les dio a bárcenos, marioscondes, urdangarines y demás familia esparcida por el mundo devorar mucho en poco tiempo, como cerdos en ceba. Me temo que no veamos mucho porque con esta gente y su parentela, hasta es posible que acabemos descubriendo que la justicia sufre amnesia.

También es tiempo de repasar las memorias, porque ya va habiendo mucho que recordar, pero, por favor, no inventemos lo que no fue, pra bien o pra mal, que se corre el peligro de acabar creyendo la propia mentira inventada y terminar pensando que somos otro distinto del que en realidad fuímos, y quienes nos conocen de viejo van a decir que chocheanos.

Aunque uno no haya hecho mucho por la vida ni fuese un avaricioso, tenemos mucho que perder y que debemos tratar de conservar; como por ejemplo: la palabra, que nos quieren robar los de la televisión o los de casa pra ser condescendentes con los que entran de fuera por el televisor.



Y quien tenga la suerte de encontrar un nietecito capaz de desconectar por unos momentos del móvil, que no le haga escuchar cuarenta veces la misma cantinela de: "Cuando yo era como tú... hacía y acontecía..." No. Que lo escuche a él, y verá cuanto puede aprender de un niño.

Si la pareja, o un familiar o amigo o amiga, ya no escucha, aunque se le nota que oye, y si nos mira como si fuésemos un desconocido, ahorremos palabras y le hablemos con las manos, que una caricia vale por mil imágenes y no es pecado.

Lo que voy a decir pra rematar yo no sé por experiencia si es cierto, pero me lo parece: En el otoño, para dormir es mejor coger de la mano a la pareja o parejo, que tanta pastilla.

Y, con permiso, voy a parar porque, por lo visto, en otoño también hay que ahorrar neuronas para el invierno.

Buena fiesta. Y abrazos, compañeros y compañeras de viaje. Lo vamos a pasar muy bien juntos en el tren de la vida y nada de pensar en apear en ninguna estación anterior a la que le corresponde a cada uno, o de desistir al final de cada etapa, porque nos espera la meta de la Vida en plenitud.

En galego

O tempo non se mata. Morre el soíño se non se vive.

Sigo ben preocupado polo conflito de Cataluña e non me preocupa tanto o que poida pasar o día 1 de outubro coma o que poida pasar despois.



Sentimentalmente e por estar afeito a considerar a Cataluña unha parte de España non se me acae pensar nunha España sen ela, pero non me vou parar agora nas razón dos que opinan doutro xeito. Parece que o día 1 non se vai decidir modificar o mapa; pero ¿como van reaccionar de aí en diante os que queren reformalo? Non o sei e, sen querer ser ave de mal agoiro prefiro vivilo desde aquí, desde Galicia, desde lonxe, ca desde alí mesmo. Ogallá non dea lugar a novas manifestación terroristas desde dentro. Non sabería dicir cal é o mal menor e aínda que o soubese, pouco importa o que eu diga. Así que parece que despois dun verán quente, imos ter un outono fervendo.

E falando de outono e de outonía, chegoume hai poucos días, vía internet, una misiva do amigo e compañeiro Xaquín Campo Freire, un crego argalleiro, xubilado e xubiloso, que non para de fabricar eventos humanitarios. Nela facíame saber que aló polas parroquias de Mandiá e Marmancón do Ferrol van celebrar a outonía vital en comunidade os que están metidos nesta estación da vida e non perderon por iso o gusto por celebrar.




Cousas así non deixan de recordarme que eu tamén xa levo un tempo vivindo a miña outonía. Non me parara moito a pensalo, nin me pararei moito tampouco agora; pero foron xurdindo algún pensamentos que aínda non cribei. Con permiso, vounos pousar aquí tal e como me encontraron e, se teño tempo, cando maduren xa volverei pra cribalos e ordenalos un pouco, se non se me barre da memoria o asunto.

De neno escoitaba moito máis ca agora as palabras outonar e outonía, porque o cambio climático, as progresivas mecanizacións dos traballos do campo e a modificación de cultivos ata desprazan e moven de sitio o que viña sendo característico de cada estación.

Na outonía era o tempo do novo renaceren os pastos e ata un chisco de herba verde nos regadíos sen necesidade de volver a estercar, senón aproveitando o estercado de vello, estimulado polo cambio de estación e pola chuvia maina que enchoupaba as terras sen anegalas aínda. A outonía é outra primavera e primavera é sempre no imaxinario colectivo anuncio de vida e nunca de morte, aínda que as revolucións de sangue que a acompañan sexan a miúdo mortíferas.

Contra o que lamentan moitos, a primavera de outono nin é murcha, nin triste nin decrépita, coma se non houbese máis que agardar o inverno ou a morte.

Ben mirado, a morte agardámola desde que somos concibidos, pero normalmente é un agardar activo, celebrando a vida cada día, vivíndoa con gozo pra que sexa un agardar celebrativo e incluso festeiro por veces.

Parece que a primavera de outono é máis curta cá outra e éo, porque a de outono encádrase nas lindes de 89,6 días e aquela en 92,9. Pequena é a diferenza; pero que unha hora, sempre de 60 minutos, se faga máis larga ou máis curta depende de moitos factores non sempre controlables por un mesmo. Así e todo, tamén creo que a pequena diferenza en tempo pode compensarse vivindo en maior intensidade e saboreando cada instante de paso que se lembran sabores xa moi apresos e medio esquecidos debido ás présas de outras estación vitais.

Outono non é tempo de pecharse na casa tras do lume por medo á friaxe que vai vir, nin de quedarse mirando pola ventá como chove; porque di un vello proverbio inglés que nunca chove tanto fóra como parece desde dentro por tras da fiestra. Pero dáse o caso de que outonar tamén tén o significado de adquirir tempero a terra grazas á auga. Se cadra non nos ven mal tamén algo de máis tempero e deixarnos mollar mellor ca noutras etapas nas que puidemos andar medio impermeabilizados pola fachenda ou co paraugas moi aberto pola prepotencia.

Despois de xubilados non é infrecuente escoitar: A ver como mato o tempo. O tempo non hai que matalo, que, se non se vive, xa morre soíño.



Ó comezo da outonía aparecen as flores chamadas "sacamerendas", esa especie de lirios cor lila pequerrechos. Canso era pequeno trispábaos con furia, porque tiña que merendar pra medrar, pero agora xa nin me fixo neles, porque agora non teño que repoñer tantas enerxías e ademais debo gardar réxime, non pra comer menos, senón pra comer mellor. Xa se ve, ou mellor dito, xa se verá, o resultado que lles deu a bárcenos, marioscondes, urdangaríns e demais familia estrada polo mundo engulir coma cochos da ceba moito en pouco tempo. E máis con esta xente e a súa parentela nin sei se non se acabrá descubrindo que a xustiza sofre amnesia
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Tamén é tempo de repasar as memorias, porque xa vai habendo moito que recordar, pero, por favor, non inventemos o que non foi, pra ben ou pra mal, que se corre o perigo de acabarmos crendo a propia mentira inventada e acabar pensando que somos outro distinto do que fomos ata aquí, e os que nos coñecen de vello han dicir que chocheanos.

Aínda que un non fixese moito pola vida nin fose un agarrado, temos moito que perder e debemos tratar de conservar; por exemplo: a palabra, que nola queren roubar os da televisión ou os da casa pra seren condescendentes cos que entran de fóra polo televisor.



E quen teña a sorte de atopar un netiño capaz de desconectar do móbil, que non lle fagamos escoitar corenta veces a mesma cantinela de: "Cando eu era coma ti... facía e acontecía..." Non. Que o escoite a el e verá canto se pode aprender dun neno.

Se a parella, ou un familiar ou amigo ou amiga, xa non escoita, aínda que se lle nota que oe e se nos mira coma se fósemos un descoñecido, aforremos palabras e falémoslle coas mans, que unha caricia vale por mil imaxes e non é pecado.

O que vou dicir pra rematar eu non o sei por experiencia se é certo, pero parécemo: Na outonía, pra durmir é tan bon ou mellor coller pola man á parella ou parello, ca tanta pastilla.

E, con permiso, vou parar que, polo visto, no outono tamén hai que aforrar neuronas pró inverno.

Boa festa. E apertas, compañeiros e compañeiras de viaxe. Ímolo pasar ben xuntos no tren da vida e nada de pensar en apear en ningunha estación anterior á que lle corresponde a cada un nin de desistir de seguir en cada etapa, que nos agarda a meta da Vida en plenitude.

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