Reflexiones en torno al artículo "¿Dónde están los cristianos?" ¿Ha 'muerto' el pensamiento cristiano como aporte a nuestras sociedades?

¿Ha 'muerto' el pensamiento cristiano como aporte a nuestras sociedades?
¿Ha 'muerto' el pensamiento cristiano como aporte a nuestras sociedades?

La publicación del artículo de Diego S. Garrocho “¿Dónde están los cristianos” en El Mundo ha abierto el debate sobre el lugar del cristianismo en la reflexión intelectual. ¿El pensamiento cristiano “ha muerto” como aporte teórico en nuestras sociedades? 

Querido Javier:

En las últimas semanas se ha generado un profundo debate a raíz de la publicación del artículo de Diego S. Garrocho en El Mundo “¿Dónde están los cristianos?", texto al que han respondido voces como Miguel Ángel Quintana Paz y, más recientemente, José María Rodríguez Olaizola.  Me parecía necesario que también pusiéramos este interrogante sobre esta mesa conjunta de reflexiones que es el espacio de DiáLogos.

¿Dónde está el cristianismo como aporte reflexivo? ¿Dónde está, en definitiva, la respuesta intelectual cristiana ante los retos del presente? Tras repasar una lista de diferentes respuestas, el profesor Garrocho subraya la ausencia de la intelectualidad cristiana.

Pensando rápidamente sobre esta cuestión, me surge la idea de que ha habido dos excesos evidentes, que han podido potenciar -además- esta pérdida de pulso, tanto dentro de los que nos reconocemos cristianos como de sectores sociales más amplios (ya sabes que con el tema de la religión nuestra sociedad, polarizada ya de base, tiende a polarizarse más).

Por un lado, aquellos que se han (con)fundido en una modernidad caricaturizada y han obviado dos mil años de reflexión, en los que no solo ha habido Inquisición e intolerancia –manidos recursos retóricos–, sino también todo lo que va desde la humanidad y sencillez de Francisco de Asís a la magnificencia del legado artístico generado con los siglos, de la reflexión de Francisco de Vitoria a la sangre de Óscar Romero y Ellacuría, todo bajo el signo de la cruz. Aquellos, en definitiva, que contemplan este legado intelectual –pero también espiritual y artístico– como una foto en blanco y negro a ser sustituida por un retrato digital.

Manifestación de la concertada
Manifestación de la concertada

Por otro lado, aquel modo de concebir el cristianismo que Garrocho califica como “catolicismo excesivo y de bandería”, anclado en una tradición que más que vivificar, ahogan. Un cristianismo que a fuerza de identificación con el paisaje cultural (campanarios) pierde toda especificidad, siempre que no sea la erección de banderas nuevas con trapos viejos.

Sin embargo, quizá el “dar vueltas” sobre esto, los polos y los excesos, nos suma en el debatepolemista, pasional y emotivo” contra el que nos advierte José María Rodríguez Olaizola. Y tras una lectura del artículo en clave personal, creo que la reflexión más sugerente es la que surge de tomar la pregunta en un sentido estrictamente locativo, es decir, preguntarse por el dónde del cristianismo.

De este modo, la respuesta –tan evidente como poca obvia- al título del artículo podría ser “allá donde están el 66%” de las españoles que continúan reclamando este apelativo de manera más o menos intensa para sus vidas. Personas que viven su religiosidad de modo explícito o implícito, muchas veces con naturalidad y otras como una cuestión secundaria o, incluso, oculta ante las dinámicas generadas por el secularismo en parte de nuestros espacios sociales.

Hay cristianos detrás de las denominadas como manifestaciones “pro-vida”, que atraen periódicamente la atención mediática, y en muchos más espacios que todos conocemos, pero rara vez son recordados con tanta intensidad como los primeros: en las colas de personas hambrientas, en las escuelas, luchando por un mundo mejor desde un compromiso radical, de raíz. En definitiva, el cristianismo está donde están los cristianos - también sus intelectuales– con todas las contradicciones que tenemos.

Esta primera respuesta a la pregunta, tomada ya en un sentido locativo, es la que nos conduce a la cuestión que tiene, a mi juicio, mayor interés. Me explico. En una sociedad que prima el criterio de visibilidad y transparencia (si no estás en Facebook, en Instagram, etc. no eres nadie), quizá la cuestión planteada corra el riesgo de deslizarse en esos términos. Y la inquietud de la respuesta cristiana no puede caer en esa trampa. Si hay visibilidad, que sea porque la respuesta intelectual cristiana surge de donde tiene que surgir. Por eso quizá lo más pertinente es pensar dónde estamos aquellos que nos denominamos cristianos en virtud a la condición que reclamamos para, desde ese punto, volver a la sociedad, a sus múltiples retos intelectuales, culturales, etc. Porque el legado cristiano merece ser pensado, sí, pero es sobre todo un ideal para ser vivido.

En ese punto, la pregunta se aleja de la respuesta a la que solo le interesa el “qué hay de lo nuestro y de nuestra tradición” y se convierte en el empeño por alzar la voz allá desde donde estemos, desde la constante preocupación de que nuestra apuesta intelectual coincida con el lugar al que el Evangelio nos haya conducido.

Desde este planteamiento, y a modo de esbozo de respuesta, no se me ocurre un lugar más pertinente para el cristianismo que el no-lugar del margen, concretamente de dos márgenes: el social y el vital, los “no-lugares” en los que Jesús de Nazaret habitó. En el margen de los desheredados y en el margen de la trascendencia, aquel que se abre entre la persona y Dios: ahí, precisamente ahí, creo que se encuentra el lugar del cristianismo. Es de este “estar en el margen” del que brota su perenne carácter contracultural, incluso respecto a aquellas culturas autocalificadas como cristianas. Sí, contracultural por su constante alegato comunitario frente al individualismo. Sí, contracultural porque en una cultura del exceso, pone en el centro en el desheredado. Contracultural, en definitiva, porque quizá lo específicamente cristiano es no estar nunca plenamente identificado con una cultura, porque el cristianismo es saberse camino entre dos mundos, promesa de un mundo nuevo. Pero no de una modernidad prometeica y endiosada, sino del sueño de un Dios que escogió a los pobres como pueblo y una cruz como trono. Quizá sea ese el punto desde el que vivir en cristiano y, viviendo “en cristiano”, pensar en cristiano. Lo demás, ¡que venga por añadidura!

Cristianos sSocialistas
Cristianos sSocialistas

Rafael

Querido Rafael:

Qué buen acierto has tenido al plantearnos hoy el interés que suscita el importante artículo de Diego S. Garrocho y las respuestas que ha originado, de diversa índole, que fomentan un debate tan pertinente como relevante y que has profundizado al poner tu foco en el propio “lugar del cristianismo” hoy.

Ciertamente, entre las contestaciones que expresamente citas, la que suscribe el profesor Quintana Paz se fija más, y lo hace con sagacidad, en la reacciones tópicas y escurridizas de muchos representantes del propio catolicismo español con su herrumbrosa y continua queja de que es el otro, el de afuera, el responsable de querer acallar sus vibrantes voces intelectuales. Y lo desmiente con tres ejemplos, a mi gusto, evidentes y lacerantes: la orientación y contenido de la radio (COPE), la televisión (la TRECE) de la Iglesia Católica y la labor de Colegios y nada menos que 16 Universidades confesionales distan de la transmisión eficaz de ese posible pensamiento cristiano y, desde luego, de una difusión inteligentes y atractiva del impresionante acervo cultural del cristianismo, cada vez más ignorado por las generaciones que van llegando a su responsabilidad social y profesional.

Solamente este hecho probaría la gravedad del desenfoque irresponsable, a mi ver, de varios decenios de déficit estructural en tal sentido y de una insoslayable responsabilidad o de no menor incapacidad de la propia jerarquía eclesiástica, cuya dirección para cambiar ese rumbo, propiciando difusión rigurosa para todos y fomentando el diálogo con las diferentes ideas y creencias de nuestra plural sociedad sobre el hecho religioso en general y cristiano en particular, incluida la pertinente y respetuosa confrontación de su propia diversidad interna. Por supuesto, que tales consideraciones no obstan para análogo cometido, obviamente desde la posición no confesional, por parte de nuestros poderes públicos, medios de comunicación e instituciones educativas y culturales.

José María Rodríguez Olaizola, sj
José María Rodríguez Olaizola, sj RD

Por su parte, para Rodríguez Olaizola, con ejemplos igualmente pertinentes sobre la ausencia de la posición intelectual cristiana, con la suficiente “auctoritas”, en nuestro debate público es preciso que ese sea “el reto de los intelectuales". Encontrar el modo de suscitar pasión por el conocimiento en un mundo emotivo y fugaz” en un contexto donde las formas de comunicación han cambiado sustancialmente y “si no consiguen hacerse un hueco la sociedad quedará (si no está ya) en manos de los vendedores de eslóganes”.

Tu requiebro, amigo Rafael, para encontrar el “lugar del cristianismo” logra ir más allá en la respuesta del debate suscitado, añadiéndole significado y sentido, imponiendo muy pertinentemente a los intelectuales no sólo la voluntad del compromiso de la conveniente difusión y del obligado diálogo sobre el aporte cristiano al bien común, sino la propia posición racional y moral de donde debe partir para su rigurosa contribución.

Y claro que está en el margen, en la frontera donde están o deben acudir los destinatarios de las Bienaventuranzas para acercarse al Reino de Dios, que a todos convoca. Y es contracultural, por supuesto, porque es o debe ser profético y, por ello, revolucionario. Por ello, acierta, a mi ver el filósofo Garrocho en invocar la doctrina del perdón, y creo yo además con ese carácter radical, que el intelectual cristiano debe enfatizar y, me permito añadir, desde su propia evocación paulina y joánica, de la exigencia de ese nuevo amor sin límites que Jesús de Nazaret mostró desde Dios.

Con todo, permíteme dos apuntes complementarios. El primero se refiere a una visión sobre el compromiso intelectual que recurrentemente se echa en falta y que estuviera en demasía más ausente en nuestro país. A mi ver, el problema y su preocupación está presente en otras facetas y ámbitos del deseable quehacer político y social de éste y muchos países, y depende más de la falta de “auctoritas” (es decir, de ejemplaridad intelectual y moral a un tiempo) de no pocos responsables de las jerarquías religiosas o autoridades políticas o institucionales, pienso, por ejemplo, también en las universidades, más que en escasez de buenos  y competentes pensadores, ciertamente cristianos, que precisan además de oportunos altavoces.

"Ser creyente LGTB+ es remar contra corriente en lo creyente/espiritual, pero también en lo laico"
"Ser creyente LGTB+ es remar contra corriente en lo creyente/espiritual, pero también en lo laico"

Cito, a modo de ejemplos vivos de palabra viva y pública, en dos indudables maestros, a dos profesores eminentes, doctores especiales designados por el papa, y de diferente perspectiva teológica y edad, como Olegario García de Cardedal y Miguel García Baró, ambos académicos de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España. Pero no quiero olvidar la palabra de tantas  eminentes personalidades como acoge este medio de Religión Digital o las prestigiosas revistas “Vida Nueva” o “El Ciervo”, los tres medios tan diversos, emblemáticos e influyentes.

La segunda y última consideración sí tiene algo que ver con nuestra singularidad española, en este caso negativa y con manifestaciones preocupantes. Seguramente por esa funesta raíz anacrónica y cainita, nuestro país sufrió una terrible dictadura, legitimada por un activo nacionalcatolicismo que impregnó la vida de varias generaciones (aún pendiente, a mi ver, de la solicitud compasiva de perdón cristiano y civil), que lógicamente se manifestó, con la democracia constitucional, seguramente como reacción, en un creciente y rápido proceso de secularización.

Ello propicia, aún en algunos, una radicalización laicista, contraria, en mi opinión, a una correcta y deseable laicidad positiva, y que, a veces, provoca una absurda “vergüenza” social en intelectuales cristianos, que huyen también de cualquier neocatolicismo “de bandería” fundamentalista (resulta llamativo observar cómo en la más antigua organización mundial de intelectuales católicos “Pax Romana”, ya de 1947, de compromiso democrático expreso, aún hoy no está formalmente España, aunque sí los grupos "Catalunya" y "Basque Country - Spain"). Mi gratitud por ello también a este debate que seguramente propiciará la normalidad con la que en la “laica” Francia (por cierto en incremento de relevantes intelectuales católicos) o la Italia “católica” se manifiestan con plena naturalidad creyentes, agnósticos o ateos; eclesiásticos o laicos. Confiemos en que así sea.

Javier

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