Sobre las responsabilidades de la guerra en Ucrania La invasión de Ucrania: ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo la tiranía?

La invasión de Ucrania: ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo la tiranía?
La invasión de Ucrania: ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo la tiranía?

Hoy, en DiáLogos, nos interrogamos acerca de la responsabilidad de la guerra de Ucrania

Aunque nuestra reflexión se centrará primeramente en los líderes y cooperantes necesarios que se encuentran detrás de la invasión, abordaremos, también, una pregunta que late de fondo: ¿qué tenemos que ver nosotros con todo esto?

Querido Rafael:

Resuena el más hondo grito, a veces justificadamente desgarrador, en otros casos envuelto en sollozos imparables, y en innumerables casos en ese sagrado silencio, compartido por la inmensa mayoría por el horror de esta guerra, tan criminal como fuera de lugar y tiempo, que incrementa su dolor tras la invasión del ejército ruso de un país como Ucrania, con un pueblo libre y un sistema relevante de legitimación democrática, por el ejercicio de poder de un cruel autócrata, que ha cercenado la ya pobre democracia de ese gran país que es Rusia, sacrificando innumerables vidas, ajenas y propias, en el altar de su quimera imperial.

Quizá esa radical conciencia tan universal del rechazo a la guerra permite centrar nuestra atención en algunos matices del mayor interés, partiendo de la denuncia radical del líder ruso. En nuestra vieja Europa, ciertamente con la cercanía del horror y la verbalizada enfáticamente amenaza nuclear, la gran memoria del siglo XX nos lleva a contemplar este disparate anacrónico desde una simbiosis de extrañeza intelectual y de miedo al despertar del fantasma que queríamos desterrar para siempre justamente desde la actualización de lo aprendido por ese deber del recuerdo.

Es muy loable sin duda la empatía de gobiernos y gentes con el país invadido y su pueblo despreciado, admirable igualmente la valentía del gobierno y la población ucraniana, conscientes además de su inferioridad numérica y material con el ejército invasor digno de mención, y digna de elogio la rápida unanimidad de respuesta de las propias Instituciones europeas y de sus aliados de la OTAN, al otro lado del Atlántico, a la que se une esa cadena solidaria de tantas personas, que crece con la necesidad de cualquier tipo de indigencia que la guerra por naturaleza provoca.

Sin embargo, aunque aparentemente minoritario, no deja de ser significativo el discurso radical del pacifismo que se apropia del “no a la guerra” para justificar la invocación a la diplomacia del diálogo, que por ensalmo superaría el conflicto, cuando el invasor niega cualquier posibilidad que no sea la sumisión a su voluntad. Con todo, precisamente por su noble deseo radical, contiene un atractivo indiscutible, que es preciso atender, aunque, en mi modesto criterio, aquí y ahora los riesgos mayores posibles de más tentaciones anexionistas o de las amenazas nucleares del imperio ruso, aunque quizá aún improbables, permanecen activos en su propia materialidad enunciada, lo que sin duda tendría consecuencias irreparables. La propia situación de inestabilidad global, que acarrea inevitablemente la invasión rusa, está ya actuando sobre la dialéctica China-EEUU en la configuración del tablero global de intereses e influencias.

Han aparecido, pues, suficientes razones públicas que justifican de nuevo la alternativa del viejo instrumento que, desde luego en el pensamiento occidental, tiene ya larga historia, cual es, la justificación de la “deposición del tirano”, cuyo título en esta glosa hemos suavizado para tratar de resumir nuestra posición al respecto y, por supuesto, siempre bajo el respeto a la vida y a los cauces de la legalidad internacional.

El largo camino cultural sobre el tema, que en filosofía y literatura manifiesta una fecunda vitalidad que llega hasta la actualidad, nos obliga ineludiblemente a recordar a nuestro clásicos lejanos o más cercanos: al mundo griego con Aristóteles o Sófocles, o a los romanos Cicerón, Plutarco o Polibio, a los cristianos medievales como Juan de Salisbury en su Policraticus y sobre todo la influencia de Santo Tomás de Aquino, en el Renacimiento humanista es imprescindible la influencia, que pervive, del pensamiento de Juan de Mariana en su De rege et regis institutione, ambos con la exigencia de la legitimación del pueblo/comunidady por supuesto la escritura de Shakespeare y, cuando se acerca la Modernidad, Spinoza y más aún Locke recalan en reflexión profunda sobre el tema. Desde la Ilustración, cada vez más alejada la justificación del orden político del monarca absoluto, pensamiento, teatro novela y cine reflejan, a veces en obras magistrales su preocupación por tan relevante y apasionante tema.

El derecho político iba recogiendo la sensibilidad colectiva que las sociedades democráticas, tras la terrible experiencia de las dos guerras mundiales y otras atrocidades de diversas tiranías protagonizaron en el siglo XX para instaurar, al amparo de la proclamación de los Derechos Humanos (DDHH) y la labor de la ONU, y más tarde del Tribunal Penal Internacional (TPI).

Los últimos días hemos conocido afortunadamente, además de la condena de la extraordinaria mayoría de la Asamblea de la ONU, así como de la Resolución de su Consejo de DDHH que crea una “comisión independiente de tres expertos para investigar las violaciones de derechos, humanos perpetradas por Rusia y el inicio de las investigaciones fiscales, a instancia de 39 países, entre los que se encuentra España, para poder llegar a la acusación formal de crímenes de guerra contra Putin y los miembros de su Gobierno o colaboradores necesarios que procedan.

Con todo, como la reciente historia demuestra, las detenciones, las acusaciones y los juicios suelen llegar muy tarde y después de que los tiranos abandonen o sean depuestos de su poder efectivo. Sin embargo, en mi modesta apreciación, nada impide, cuando el hecho delictivo de la actividad bélica injusta persiste e incluso se incrementa y la violación del derecho internacional persiste, y cuando la comisión de delitos contra los DDHH y de crímenes de guerra resulta evidente y el riesgo de proseguir el aumento de víctimas inocentes es fragante, que se emita por órgano internacional legitimado la pertinente orden internacional de captura inmediata de los máximos responsables de tales atrocidades, produciendo la pertinente detención para su puesta a disposición del Tribunal indicado, previo derrocamiento si fuere preciso.

Tal acción obviamente exige determinadas condiciones materiales y de inteligencia, con sus dificultades logísticas y las exigencias de secreto y seguridad, que obviamente deben ser amparadas judicialmente, pero, con la larga experiencia de los servicios competentes coordinados de países democráticos y el potencial tecnológico e informático existente, sin perder la conciencia de su extremo riesgo, no parece que resulte racional ni materialmente imposible. Desde luego, la repercusión de su posible éxito tendría una repercusión fundamental para la paz y la primacía de los DDHH y del Derecho internacional en el mundo. Su inmediata eficacia salvaría innumerables vidas y su ejemplaridad el instrumento más creíble de seguridad en medio de nuestra angustia y zozobra colectiva.

Francisco Javier

Querido Javier:

Escribo mi respuesta a tu reflexión aún impactado por las imágenes del ataque a una maternidad en Mariúpol, en Ucrania, el pasado jueves, 10 de marzo, con escenas que evocan el horror de otros momentos históricos que en Europa creíamos superados. Sin embargo, esto ya refleja un problema de fondo en la manera en la que vemos y vivimos el mundo. Estimábamos que la evocación de Europa, fundamentada sobre una justificada solidez y expansión del sistema democrático y una siempre injustificable sensación de superioridad, era garantía suficiente para que lo que veíamos, con mayor o menor indiferencia, en otros contextos nunca llegara al continente.

La guerra está aquí, otra vez, en suelo europeo. Suenan en mi cabeza los versos de John Donne que recogiera Hemingway en “Por quién doblan las campanas”: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Coincido con tus palabras sobre la necesaria deposición del responsable y los colaboradores necesarios de lo que estamos viviendo, siempre al amparo de los organismos internacionales. El consenso entre países es el único fundamento de la legitimidad internacional de tan drástica como necesaria acción. La argumentación de los clásicos que señalas nos hace, además, abandonar toda ingenuidad a este respecto. Evidentemente, en el estado actual de la situación no solo influye la existencia de un líder u otro: ¡son tantas las cuestiones que subyacen a la violencia!

Sin embargo, el mecanismo de la deposición de los responsables de la invasión a Ucrania nos revela que, a pesar de que los anhelos de Putin puedan conectar con ciertos sectores de la sociedad rusa, añorantes de una vieja gloria imperial y puedan responder a los más o menos acertados movimientos de los diferentes actores en el tablero internacional, los líderes son agentes necesarios. No solo reflejan parte de las voluntades de un pueblo, sino también sobre todo las moldean, con el control de las conciencias, de los medios. Por eso, el ministro Albares hablaba pertinentemente de la “Guerra de un solo hombre: Putin”. En esta situación, la pregunta clásica acerca de quién “vigila al que vigila” al pueblo ruso deviene necesaria, y la única respuesta legítima es la que esbozas: nosotros, la comunidad internacional. Nos vigilamos entre nosotros y, por tanto, debemos asumir esa responsabilidad.

No obstante, hay una reflexión con la que me gustaría complementar la que tú nos ofreces y se adentra en la insostenibilidad del mundo que hemos creado. Occidente, paladín de la democracia en el planeta, ha alcanzado cotas de desarrollo socioeconómico inaccesibles para tantos seres humanos de otros contextos e inimaginables hace apenas unas décadas. Pero el brillo de la democracia que disfrutamos, aunque a veces la maltratemos, esconde la sombra de nuestro estilo de vida, dependiente de recursos, de materias primas, de fuentes de energía que alimentan los regímenes políticos que frecuentemente criticamos. En definitiva, y por duro que parezca, no es una hipótesis arriesgada afirmar que parte de la invasión de Ucrania la ha financiado nuestro estilo de vida, de manera tan indirecta y tan inconsciente que no nos sentimos responsables por ello. Los responsables directos debe ser depuestos, pero al menos tantas complicidades indirectas deben ser cuestionadas.

Lo urgente en este instante es, sin duda, que cese la violencia en todo el mundo y en Ucrania en particular. Pero de cara al futuro se abre otra cuestión, más espinosa y más aguda aún si cabe, en torno al hasta cuándo los que disfrutamos de la democracia aquí seguiremos, de uno u otro modo, cimentando la opresión y/o la guerra allá.

En lo que nos atrevemos a dar ese paso, deseo finalizar mi reflexión primero, por supuesto, con todas las víctimas del conflicto, los hombres, las mujeres de a pie, rusos o ucranianos, que otra vez en Ucrania se han visto presos de la vorágine de sinsentido de la violencia. También con todas aquellas personas que en estos tiempos han apostado por la solidaridad con el pueblo ucraniano y, especialmente, con aquellas personas cuya generosidad con Ucrania sería igualmente extensible a Siria, Yemen o cualquier otro contexto del mundo, porque a todos nos hacen entender que más allá de las categorías y los países solo aparece la misma y radical dignidad compartida.

Por último, quisiera terminar con el recuerdo de todos aquellos rusos y rusas que en estas semanas complicadas han salido a la calle para protestar contra su gobierno. Ellos, sin lugar a duda, arriesgando su libertad y su integridad, son la esperanza para todo el pueblo ruso y de todo el mundo. Son uno de los mejores rostros de la humanidad en este momento, promesa de esperanza y semilla de ese mañana nuevo que debe nacer y que tanto anhelamos en medio de la tiniebla. En estas horas de oscuridad, ellos son la luz del mundo.

Rafael

Primero, Religión Digital

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