Frente al optimismo para el 2021, la esperanza y el compromiso Tiempos de pandemia a la luz de la Navidad y con la mirada puesta en el 2021

Mirando al próximo año 2021, brota el común deseo de superar la situación vivida durante el 2020. En DiáLogos, hoy nos aproximamos a estos tiempos de pandemia a partir de la luz de la Navidad y de su constante invitación a contemplar nuestro presente desde la esperanza y el compromiso. 

"El 2021 vendrá, como siempre, con sus circunstancias particulares. Y la pregunta que debe surgir ante esas circunstancias es qué podemos hacer nosotros con ellas"

"¿Por qué enfatizar compromiso y esperanza en tiempos de incertidumbre y zozobra?"

Querido Javier:

Los hitos temporales, como el final del año y la Navidad, tienen la virtud de hacernos salir por un instante del ritmo cotidiano. Como Jano bifronte, nos posibilitan mirar atrás para seguir caminando hacia adelante. No es de extrañar que, por esta razón, la cultura clásica dedicara el mes de enero a Jano, cuya advocación se observa bien en lengua inglesa, January.

Con la mirada puesta en el 2020 que ahora cerramos, a muchos nos surge la misma pregunta de Ross en la obra Macbeth, de William Shakespeare: “¿Impera la noche o se avergüenza el día, que las sombras sepultan la faz de la tierra cuando la viva luz debía besarla?”. Si hiciéramos una encuesta, seguramente el concepto que resume para tantos el año que concluye es un virus cuyo nombre ignorábamos hace apenas un año. Entre medias, el mismo cruce de historias de siempre, personas que responden con responsabilidad o irresponsabilidad, gente que da lo mejor de sí ante la situación adversa y aquellos que se sumen en el “sálvese quien pueda”. En el fondo, todo es nuevo y, a la vez, lo mismo.

En los últimos días, he oído repetidamente un adagio, convertido prácticamente en lógico lema ante el 2020: que el 2021 nos dé aquello que el presente año parece habernos negado. Aquí, cada uno pondrá las palabras que considere. Sin embargo, me surgen dos ideas al escuchar la felicitación del próximo año que me gustaría compartir contigo, querido Javier.

¿No es más fácil situar nuestra confianza ciega en el tiempo que está por venir que asumir cada día, con aquello que el tiempo imponga a nuestra existencia? ¿No es mayor reto, y –en mi opinión– más saludable, asumir el tiempo que nos es dado y hacer de él la mejor versión que podamos con la circunstancia dada?

El 2021 vendrá, como siempre, con sus circunstancias particulares. Y la pregunta que debe surgir ante esas circunstancias es qué podemos hacer nosotros con ellas. Lo otro es, simplemente, negación de nuestra existencia. Solo poseemos una franja limitada y fugaz del tiempo, esa que llamamos presente. Como Tolkien escribió en los labios de Gandalf: “no nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”. Sin duda, no se me ocurre una mejor felicitación para el próximo año. Pero tampoco se me ocurre una mejor felicitación navideña.

Aun convertida en un contexto secular, la Navidad continúa remitiendo a su razón profunda de ser, que no es otra que la del nacimiento de un niño en Belén. Un niño que, por cierto, pronto tuvo que experimentar –según la tradición– el drama de la migración a una tierra lejana a la suya, realidad de tantos de nuestros coetáneos y que recordábamos el pasado día 18 de noviembre con el Día Mundial de la Migración. Pues bien, aquellos que quieran asomarse al misterio de la Navidad descubrirán que es la continua invitación, con Gandalf, a vivir cada tiempo como nuestro, a ser “encarnados” en cada circunstancia social e histórica.

La segunda idea surge en torno a la confianza volcada en el próximo año. La vacuna está ya cerca y, con ella, se antoja el fin parcial de la situación vivida hasta el momento. Quizá esta misma semana comience ya la vacunación de parte de la población en la Unión Europea, siguiendo los pasos de otros países del Globo. Sin embargo, tenemos cierta propensión a truncar nuestra confianza en un optimismo ingenuo, que nos lleva –de nuevo– a valorar más lo propicio o no de la circunstancia externa que  a posibilidad personal y propia. Por eso, en medio de esta conversación abierta entre las voces seculares y religiosas que mantenemos continuamente en DiáLogos, mi invitación hoy es a la esperanza, una de esas palabras elevadas por Pablo al rango de virtudes, junto con la fe y el amor.

Muchas son las diferencias entre esperanza y optimismo ingenuo, tal y como recorre el intelectual británico Terry Eagleton en su libro Esperanza sin optimismo. Hoy me quedo con una de las que Eagleton recoge en su obra y que enlaza con la idea de “ser encarnado”: el compromiso. Mientras que el optimismo vuelca su confianza en una ciega intuición de futuro, que puede cumplirse o no, la esperanza alienta el compromiso con todos y cada uno de los instantes que nos toca vivir. A este respecto, el otro día me llegaba la que posiblemente ha sido la felicitación navideña que más me ha hecho pensar hasta la fecha: una viñeta de El Roto, publicada en abril de este año. En ella, se observa a un profeta clamando que había encontrado ya la vacuna: “otra forma de vivir”. Esa frase, precisamente, es la que revela la profunda diferencia entre una esperanza transformadora y un optimismo que, en su ingenuidad, niega toda posibilidad de cambio profundo.

Finalizo mis palabras, de nuevo, con Macbeth. En esta obra, Shakespeare incluye una bellísima definición del amanecer: “la hora en que pugnan noche y día”. Por eso, mi deseo para esta Navidad y para el próximo año es que sepamos reconocer la noche y el día de cada jornada, de cada amanecer que nos toca vivir, desde la esperanza –con Casaldáliga– de que aún puede ser “madrugada si insistimos un poco”.

Feliz Navidad. Feliz 2021, querido Javier y queridos amigos de Religión Digital.

Rafael

Querido Rafael:

Me complace mucho que nos regales para Nochebuena esa fecundidad que une nada menos que una de las tradicionales virtudes “teologales” con el compromiso del quehacer, alimentando así un buen programa de ética civil responsable de cada uno para la colectividad humano desde la mejor raíz cristiana, de la que tampoco estaba ausente la virtus romana, que desarrollaba la areté griega en cuanto expresaba la excelencia de la conducta socialmente reconocida. La proclamaba la palabra y la conducta de Sócrates y Jesús fue la propia “esperanza encarnada”, como bien predicará prontamente el cristianismo evangélico. Será nuestro bien querido, y ahora ya añorado desde su reciente ausencia, el gran europeo judío George Steiner, quien unirá las dos personalidades, el filósofo griego y el rabí judío, en los dos portentosos ensayos con los que cierra su extraordinario compendio de ensayos que es su Pasión Intacta, quien desvelará, como nadie, la imperecedera relevancia de ambos para marcar su raíz y actualidad interpeladora para el ser y el deber de Europa en su contribución a la dirección ética del proceso de desarrollo global que vivimos.

Pero no quisiera abandonar algún aspecto fundamental del sentido del compromiso cristiano, sin rellenar alguna ausencia relevante que en nuestro diálogo anterior no resaltamos, como era debido, y tuvo a bien manifestarnos el buen y querido maestro Rafael Díaz-Salazar: el pertinente recuerdo de la cadena de los “intelectuales y cristianos” en la historia y la actualidad española, pero aún más, la ausencia de una rigurosa y cabal “cultura de la laicidad”, junto a ”la incapacidad de las producción intelectual cristiana de estar presente en el ámbito laico” y la lacerante pregunta de “¿cuántos españoles leen a unos y otros?”, más grave desde la conciencia de la relevancia, cuantitativa y cualitativa, de la producción intelectual, diversa en “las culturas existentes” y llena de pluralidad en sus manifestaciones culturales. Quede aquí reseñado con inmensa gratitud, resaltando las notas que recientemente escribiera de ese deber intelectual en la revista El Ciervo (nº 784, de 2020), que, permítaseme la glosa, resulta ejemplo explícito de programa para “un tiempo de compromiso y esperanza”.

Quiero volver, además, a retomar la vivencia de esta Navidad, la primera seguramente de la conciencia colectiva de la incertidumbre y sus debilidades en medio de un desarrollo del proceso globalizador que buscaba, entre otras apropiaciones generalizadas, las de repartir seguridades en un progreso ilimitado. Si hasta ahora la acción del hombre centraba errores e insuficiencias de su propio pensar y quehacer, la naturaleza parecía responder al desafío de la soberbia universal respondiendo con un mal igualmente global. Aparecieron las innumerables víctimas a lo largo del ancho mundo, que aún seguirán creciendo durante meses, con su dolor, miedo y rabia, pero también los daños del incremento de la penuria, la pobreza, la desigualdad que se cebaba de nuevo con los más necesitados y los “descartados”, como tan certeramente insiste el papa Francisco, al expresar la supremacía del ciego mercado ahora ya mundializado.

Al acercarse los días que cada año se otorgaban a la alegría infantil, aumentan aún la zozobra y el temor, mientras el niño de Belén desvela de nuevo la luz que vence a la tiniebla de la noche. Los relatos de los “Evangelios de la infancia de Jesús de Nazaret”, más allá de las tan estimables conclusiones sobre su tardía y lejana veracidad histórica, obedecen a una tradición muy estimada por muchísimas generaciones que encontraron en su prodigioso tejido literario una razonable armonía entre el intento de legitimación extraordinaria de su nacimiento y la poderosa significación de su realidad simbólica: la luz aparece lejos de cualquier seguridad confortable, al margen del poder y la riqueza, en el valor de lo sencillamente imprescindible para acoger la encarnación de la Palabra. Aquel portal de Belén recibió en la tradición popular el nombre de “misterio” que hasta hoy perdura y a su alrededor la alegría y la paz se desbordan para “todas las gentes de buena voluntad”.

Quería expresar, tal vez con una prolija evidencia, un mayor desvelamiento de cuanto atesoran tus palabras, mostrando a nuestros generosos lectores alguna de nuestros recurrentes preocupaciones intelectuales y religiosas, secretos, que resulta propicio compartir con ellos en Navidad. ¿Por qué enfatizar compromiso y esperanza en tiempos de incertidumbre y zozobra? Hace tiempo que tus tan relevantes indagaciones sobre los “imaginarios colectivos”, en los que has sabido tejer su capacidad sociológica con la poderosa fuerza del relato, que beben, sin duda, de las fuentes culturales más diversas, incluidas, cómo no, las del enorme caudal patrimonial de las religiones, se entrelazaban con mi ya vieja, pesada seguramente por ello, convicción de que la religión, como la literatura, la música y el conjunto de las expresiones artísticas, con las que comparten sustrato estético y no pocas dependencias, es una “forma de la razón simbólica”, lo que para nosotros significa una profunda significación real, aunque no de origen exclusivamente material.

Si tuviera alguna valiosa certidumbre este amplio escenario donde concurren pensares, valores y quehaceres, esta Navidad de ineludible dolor por las víctimas, de reconocimiento de nuestras intrínsecas debilidades, junto a la fortaleza del irrenunciable “atreverse a conocer”, abriría un tiempo de compromiso y esperanza en lo que, siguiendo al Derrida heredero de Lévinas, nos gusta llamar “la búsqueda de una nueva inocencia sin ingenuidad”. Auschwitz, hace este año los 75 de su liberación, inauguró un pensamiento donde es dolosamente irresponsable no hacerlo así. La luz de Navidad hace posible el compromiso de la esperanza en medio de cualquier oscuridad. El propio Pablo de Tarso, a quien bien evocas para las tres virtudes, no quiso que hubiera duda de todos modos en el mensaje más radical (I Cor 13,13): "Tres cosas hay que permanecen: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más grande de las tres es el amor”.

Feliz Navidad y muy buen año 2021, para ti y los tuyos, querido amigo Rafael y todos los lectores de Religión Digital.

Javier

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