Unos días ajetreados, enjundiosos y a la vez serenos de celebración Navidad en el Putumayo, con el toque del manguaré y el paso adelante de los laicos

El manguaré en Sabaloyacu
El manguaré en Sabaloyacu César Caro

La ausencia prolongada del sacerdote ha tenido en este lugar un efecto benéfico, ha propiciado que los laicos den un paso adelante para asumir tareas y responsabilidades. 

Laicos con cualidades, entusiasmo y potencial, muy capaces de sacar adelante su parroquia.

Hay un proceso, y quien venga (le agradecemos con el alma su generosidad) está invitado con cariño a formar parte de él, aportando su propio carisma y estimulando la corresponsabilidad y el compromiso cada vez mayores de los laicos.

Las grandes ollas humeantes de rico sancocho son la gramática de la hospitalidad y el agradecimiento por la visita, aunque solo viendo las caras de los niños al recibir sus juguetes yo ya me sentí muy bien recompensado

- Vamos a avisar a la gente de que ustedes han llegado, para poder empezar – dijo don Rodolfo. Y se dirigió al manguaré que estaba en la entrada de la maloka… ¡y se puso a tocarlo! He visto otras veces estos instrumentos indígenas tradicionales (en Indiana tenemos uno), pero siempre como mera decoración o en museos etnográficos. La llamada se me quedó en la retina, como otras muchas imágenes, sonidos y sabores de estos días de visita al Estrecho, capital del Putumayo.

El toque del manguaré retumbaba el día de Nochebuena en Sabaloyacu, una pequeña comunidad Murui a apenas una hora río abajo, en el lado colombiano, a la que fuimos en el bote de la parroquia, tan grande que parece el Titanic. Se reunió la gente de allí y los de Nuevo Horizonte, pueblito de enfrente en la orilla peruana. Mientras los vecinos van acudiendo, los niños rezan el último día de la novena de Navidad, un jirón bien añejo de religiosidad popular colombiana, intercalando villancicos:

Tutaina tuturumá

Tutaina tuturumaina…

Se trata de celebrar la Eucaristía (no se pierdan el modelo de mantel y la estola, que era un fular que me prestaron, porque se me olvidó...) y de compartir almuerzo y chocolatada. Las grandes ollas humeantes de rico sancocho son la gramática de la hospitalidad y el agradecimiento por la visita, aunque solo viendo las caras de los niños al recibir sus juguetes yo ya me sentí muy bien recompensado. La maloka está repleta de sonrisas, carcajadas y melodías que nos hacen bailar, aunque con una mijita de moderación, habida cuenta la persistente amenaza del virus.

Eucaristía en Sabaloyacu

En El Estrecho también hubo novena y por supuesto chocolate y juegos, por barrios, para evitar aglomeraciones. Es uno de los puestos de misión más antiguos del Vicariato, que ya conocí cuando llegué, hace algo menos de cuatro años (ver “En el corazón de la selva” – 1 de marzo de 2017). Mi compañero de aquel viaje, Reinaldo Nann, fue enviado poco después a trabajar acá, y yo a Islandia; los del Estrecho estaban contentísimos porque por fin tenían párroco después de bastantes años, pero la alegría apenas les duró tres meses, porque a Reinaldo lo nombraron obispo y tuvo que marcharse. Vaya piña*.

La ausencia prolongada del sacerdote ha tenido en este lugar un efecto benéfico, ha propiciado que los laicos den un paso adelante para asumir tareas y responsabilidades. Durante décadas les han estimulado y acompañado las Misioneras Parroquiales, fundadoras de la misión, convencidas de que la Iglesia con rostro amazónico es decididamente laical. De hecho, las celebraciones del domingo las presiden por turno tres ministros seglares locales, y uno de ellos, el señor Félix Sosa, es el responsable de la parroquia desde hace dos años, nombrado por el obispo.

No está solo. Tiene a un equipo de gente encantadora, con quien he compartido estos días muy buenos ratos: Jorge, Lesly, Florentina, Javier, Rosita (¿se puede cantar y animar el canto con tu hija de tres años dormida en brazos? Se puede), Judith, Yaris, Shirley… además de las hermanas MP Roxana e Isabel, y de Bea, misionera laica polaca que es un puntal en el Putumayo desde hace varios años. Laicos con cualidades, entusiasmo y potencial, muy capaces de sacar adelante su parroquia.

Rio Putumayo

En la reunión estuvimos evaluando este año que termina, tan extraño y doloroso, y pensando líneas de trabajo cara al 2021, y salieron cosas muy interesantes: mayor coordinación en el equipo, trabajo con los animadores, visitas más seguidas a las comunidades… De todo el territorio vicarial quizá sea este el puesto misionero más extenso, una enormidad río arriba y río abajo, y por eso tienen el Titanic, un barco donde hay camas, baño, cocina, sala de reunión… todo equipado para recorridos de un mes.

Como es habitual, reclamaron cuándo van a tener un cura. “Ustedes no tanto lo necesitan, según he visto”- les dije para fastidiarles, medio en broma medio en serio. Y añadí: “haremos todo lo posible para enviárselo”; y es cierto, pero siempre teniendo en cuenta que la parroquia tiene un proceso, y que quien venga (le agradecemos con el alma su generosidad) está invitado con cariño a formar parte de él, aportando su propio carisma y estimulando la corresponsabilidad y el compromiso cada vez mayores de los laicos.

Un paseo por el mercado dominical Murui de Maraidikay donde probamos la kawana y el kasabe, y la celebración del cumpleaños de Chana pusieron el broche de oro a unos días ajetreados (misas, bautismo, reuniones, conversas, encuentros…), enjundiosos y a la vez serenos gracias al silencio del celular, amordazado sin señal 2G ni internet. El soplado de velas de la torta se me antojó el penúltimo festejo de este maldito 2020, que a las horas que publico esto, ya de regreso en Indiana, ya por fin terminó. ¡Feliz año nuevo!

  • “Piña” en lenguaje coloquial significa “mala suerte”

Putumayo

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