En Indiana, a orillas del Amazonas, la mejoría en los datos epidemiológicos anima a ir reactivando la misión Tímido repunte de las actividades pastorales

Grupo de jóvenes en Indiana
Grupo de jóvenes en Indiana César L. Caro

Ahora aprendemos en nuestras propias carnes lo importante que es la iniciación cristiana en la vida de una comunidad, de una parroquia. Las fuerzas que eso moviliza, las personas que implica, la vida que origina, la alegría que contagia.

No es demasiado, no vamos a salvar el mundo, pero menos es nada y soñar es gratis. Solo aspiramos a que las cosas sean, aproximadamente, como eran antes de esta pesadilla. Con toda su debilidad y su encanto.

Con temor y temblor, porque a pesar de la mejora en los datos en Perú durante las últimas ocho semanas sabemos que el virus está acechando, nos hemos atrevido en Indiana a reiniciar algunitas de las actividades parroquiales. Por supuesto, con todas las cautelas, protocolos, mascarillas, alcoholes y distancias… o no tantas.

No podemos (bueno, podríamos pero no debemos) visitar las comunidades porque eso supone hacer reuniones donde la gente va a boca descubierta, convivir en las casas, quedarnos a dormir, etc. Y duele mucho no llegar sobre todo a Manatí y a Yanayacu, las quebradas lejanas, ahora que el río está casi arriba del todo. Fastidia pero es lo que hay.

Al menos desatamos el bote, el “San Martín”, los domingos en la mañana para ir a un grupo de pueblitos de la ribera, es decir, que están en el Amazonas grande: abajo (Santa Teresa, Iquique, Santa Rosa, Pucashpa, Yanamono) o arriba (Fátima, San Rafael) desde Indiana. A las 8 nos juntamos la mancha que ese día quiera venir: miembros del equipo coordinador, o de la pastoral juvenil, catequistas… Y vamos dejando grupos en dos o tres lugares. Se anima la celebración del domingo e incluso se ha comenzado la preparación a la primera comunión en algún sitio.

Domingo en Santa Teresa

Ahora aprendemos en nuestras propias carnes lo importante que es la iniciación cristiana en la vida de una comunidad, de una parroquia. Las fuerzas que eso moviliza, las personas que implica, la vida que origina, la alegría que contagia. En la catequesis los laicos se comprometen, los locales y la celebración se llenan de niños, la comunidad siente que se regenera. Lo necesitábamos como el comer después de un año de silencio y reclusión por pandemia.

Descartada la formación de niños y jóvenes al estilo tradicional en grupos, iniciamos con mucha prudencia en la sede la catequesis familiar con vistas a la primera comunión a finales de año. Unos cuantos papás y mamás (no llegan a quince personas) acuden cada dos semanas a la catedral, espacio amplio, para compartir qué tal les va como catequistas de sus hijos y recibir indicaciones y materiales para el siguiente tema que trabajarán en la casa. Los facilitadores somos los misioneros, que nos vamos turnando.

Y ninguno queríamos perdérnoslo, al igual que la Confirmación. Ahí se inscribieron unos quince adolescentes, y la modalidad es virtual, parecida a como siguen sus clases del colegio. Somos cuatro o cinco catequistas, y a cada uno le corresponden algunos muchachos (a mí, tres chicas). Les envío por whatsapp fotografiado el tema correspondiente, ellas lo trabajan y si podemos nos encontramos brevísimamente para comentar, aclarar y acompañar. Y nos vemos en la Eucaristía del domingo, que queremos que sea parte sustancial de todas estas ofertas formativas.

Y luego están los jóvenes, que fueron los primeros que se movieron para formar un grupo nuevo. Antes de la pandemia estaban “los catequistas”, adolescentes que colaboraban en el proceso de los niños de diferentes sectores de Indiana; ahora esto está separado de la catequesis, ellos son un grupo “en sí”, que tiene sus coordinadores, sus asesores y por supuesto yo, que intento estar ahí con ellos. Desde el principio quedó bien claro que ellos son los protagonistas, y también que no quieren charlas, sino “cosas más de hacer”. Inmediatamente se me activó el instinto JEC y por el momento vamos introduciéndonos en la metodología ver-juzgar-actuar, a ver adónde nos va llevando. Son los de la foto de cabecera.

Está también el “equipo coordinador” de la parroquia, que va fraguando para ser el futuro consejo de pastoral. Intentos de armar el coro y planes de convocar a antiguos animadores, parejas abiertas al matrimonio e incluso posible día de encuentro y almuerzo comunitario de todos, al estilo de aquellos “días de la parroquia” que salían tan bien en España. Pero todo está en veremos, según el virus se esté más o menos quieto.

No es demasiado, no vamos a salvar el mundo, pero menos es nada y soñar es gratis. Solo aspiramos a que las cosas sean, aproximadamente, como eran antes de esta pesadilla. Con toda su debilidad y su encanto.

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