Viaje del obispo, el vicario general y la ecónoma del Vicarito San José del Amazonas (Perú) en busca de ayudas En USA

A la orilla del lago Michigan, Chicago
A la orilla del lago Michigan, Chicago Toni Lullo

Se trata de asegurar apoyos que ya teníamos y explorar otras posibilidades, establecer contactos, abrir caminos para que instituciones, diócesis, ONGs de acá puedan sustentar nuestra misión. Es un viaje iniciático para mí porque es la primera vez que piso tierra yanqui, y para todos porque puede suponer una veta de cooperaciones que necesitamos urgentemente.

Vamos en carro callejeando por De Pere, pequeña localidad en el estado de Wisconsin, en el medio oeste de los Estados Unidos. No se ve a nadie, en parte porque el termómetro marca 1º C de temperatura y está nevando, pero también porque -me explican- acá la gente no camina mucho por la calle. Casas cada una con su jardincito y su garaje, como en las películas, pero de hecho no hay tiendas de barrio, se agarra el carro para ir al centro comercial, hacer la compra de la semana y santas pascuas.

Me impresiona que acá todo es grande, a lo bestia: los edificios, las distancias, los vehículos, las pantallas de TV… No puedes comprar una botella de agua en el shopping center, tienes que llevar un pack de 24. O dos galones de leche, o una piña entera de bananas. Este país parece ser el summum de la exageración y de la abundancia.

Sí, abundancia es la palabra. En el desayuno hay carne, revuelto de papas, huevos, avena, beagles con cheesecream, cereales, yogur, jugo de naranja, tostadas y por supuesto dulces y sirope. El lunch en la cafetería del St. Norbert`s College, algo simple pues: hamburguesa con queso, pero también había pizza, comida thai, algo así como quince ingredientes para armar tu ensalada, varios tipos de bebidas y postres… Y puedes servirte cuanto y cuantas veces quieras, tipo bufet.

Todos los lugares donde ingreso me parecen elegantes, hay moqueta, por supuesto calefacción, los baños están inmaculados, todo tiene aspecto de nuevo. Se usa mucho papel, hay dispensadores por todas partes, incluso los hay automáticos, acercas la mano y ffffffff sale solito el pedazo que necesitas. Anoche me mostraron que el mando a distancia de la tele obedece órdenes vocales, le das instrucciones como al asistente de Google, dices: “partido de baloncesto” y pum, te aparecen tres opciones de programas y eliges. Me quedo a cuadros.

(Lo malo es que los Bulls perdieron contra los Bucks -algo normal anyway- y ya no podré ir a verlos porque no habrá sexto partido). Estar aquí, aunque sean unos días, me da la perspectiva correcta de cómo vivimos en la selva, donde he elegido estar; de la brecha de nivel y calidad de vida que hay entre “el primer mundo” y mi Perú, mi Amazonía. Cuando voy a España no lo noto tanto, tal vez porque allí estoy acostumbrado y porque esto es otra historia.

Hemos venido el obispo Javier, Anna la ecónoma del Vicarito y yo básicamente a buscar ayudas. A asegurar alguna que ya teníamos y a explorar otras posibilidades, establecer contactos, abrir caminos para que instituciones, diócesis, ONGs de acá puedan apoyar a nuestra misión. Es un viaje iniciático para mí porque es la primera vez que piso tierra yanqui, y para todos porque puede suponer una veta de cooperaciones que necesitamos urgentemente.

La distancia económica es sideral, también eclesialmente hablando. Después de la misa del domingo pasado miro la hojilla parroquial y encuentro las cuentas. El presupuesto para el funcionamiento de la parroquia es de 9550 dólares semanales, hay cinco o seis personas contratadas, la gente aporta a su iglesia a full… Wow: con lo que allí se mueve en cuatro meses el Vicariato tendría para sobrevivir todo un año. Es tremendo.

De modo que vamos por ahí con el gorro puesto y la mano extendida sin rubor, a ver qué podemos pescar. Se están portando magníficamente con nosotros, acogiéndonos y movilizándonos, tanto los norbertinos como los claretianos de Chicago. He traído todo lo que tengo de manga larga y me voy poniendo capas contra el frío, como una cebolla; pero estamos poco en la calle, la verdad.

Por supuesto que este país tiene una cara no tan fancy de pobreza y exclusión que nos narran y a veces palpamos. ¿Qué cómo me va con el english? Pues teniendo en cuenta que así, espontáneamente, me sale el francés, no me quejo: comprendo bastante de las conversaciones y soy capaz de decir algo despacito.

Me gusta que los gringos pongan luces indirectas, que el escurreplatos esté colocado abajo dentro del ojo del lavadero que no usas, que la puerta lateral del carro se abra con un botón y que haya galletas por todas partes. Muchas cosas me sorprenden de este país, y entre ellas la vida en la abadía de San Norberto, donde hemos pasado cuatro días inolvidables. Lo cuento en la siguiente.

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