El canto del quetzal

Britaldo es un buena gente y un buen agente pastoral en Perlamayo. Él nos esperaba al pie del carro y nos acompañó todo el camino de ida. No fue fácil comunicarse con él, porque tiene que subir media hora más arriba de su casa para pillar línea en el celular, pero Nicko le avisó y allí estaba, puntual, prudente, sereno. Son un tesoro estos hombres, fieles y comprometidos, con la fe grabada a fuego en su corazón.

Con ayuda de su voz de barítono ensayamos algunos cantos. Se nota enseguida que esta comunidad celebra los domingos, llegan los adultos, hombre y mujeres, sus rostros muestran interés, la Eucaristía es una novedad que sacude el pueblo. Pero al mismo tiempo está claro que el personal está en la etapa de "primer anuncio": muchos niños no están bautizados, ninguno ha recibido la Comunión, prácticamente todas las parejas son convivientes (sin matrimonio)... hace falta proceso de iniciación cristiana en generosas dosis, ellos lo necesitan y lo merecen. ¿Cómo hacer?

Al final de la misa llegan los agradecimientos y la promesa de volver. Son casi las dos y media de la tarde y nos esperan de nuevo tres horas de caminata si queremos evitar que la noche nos gane. Nos despedimos, una mujer con tres hijas (a la más pequeña la lleva a la espalda con el paño de manos) nos hacen esta vez de guías. Apenas salimos se pone a llover y casi no parará el resto del sendero.

Nos colocamos los plásticos azules a modo de capa de superman; son más prácticos que el poncho de agua porque no pesan ni ocupan nada, cubren la mochila y dejan el pecho al descubierto, con lo que sudas algo menos. El camino se vuelve impracticable: por momentos nos enfrentamos a pampas de lodo que nos obligan a buscar los linderos, saltar, agarrarnos a raíces y a palos... Aunque a veces lo mejor es meter las botas y palante, con pasos rápidos, sin detenerte porque te quedas clavado y te hundes. Curioso: caminar por el barro es un poco como la vida, como dudes y te pares la has cagao, el fango te traga y hay que llamar a la grúa del ayuntamiento para sacarte.

El palo de trekking juega aquí un papel fundamental (¡gracias, mamá!), pero con todo tengo que hacer verdaderas virguerías para no caerme, y si los del satélite me siguen verán toda una variedad de pasos de baile, jaja. Pero el culazo nunca falta, y a la vuelta de Perlamayo tampoco... Increíblemente, cuando Roberto, el barrito y yo nos quedamos solos, vamos charlando de mil cosas, compartiendo reflexiones profundas sobre la vida, el sentido, la felicidad. Es estupendo encontrar a alguien con quien poder comunicarme a estos niveles, a pesar de la distancia cultural. Me siento comprendido y eso me descansa a pesar de la paliza.

En un momento, el sonido de un pájaro colorea este silencio lluvioso. "Es el quetzal" - dice Roberto, conocedor del campo como nadie. "Un ave muy difícil de ver, de vivos colores y que canta bonito". Son solo tres notas, pi-pi-pi, una delicadísima tonada que se intercala armoniosamente con la quietud vespertina de la ceja de selva. Una canción triste y viva, virtuosa, acaso quebradiza pero tenaz. ¿Es una llamada o un lamento? ¿La acogida del sol que desciende? No lo sabemos, pero sentimos que es una maravilla, la melodía de esta naturaleza, la banda sonora de este día inolvidable.

Y así llegamos, 25 kilómetros después, empapados de belleza y transpirando gratitud por todos los poros. Gracias, Diosito.

César L. Caro

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