Se ha ido un grande: Alonso Vázquez

Si lo hubiera podido programar, no habría encontrado un día mejor. El 24 de mayo sus pasos, que tantos años acompañaron la procesión de la Madre Auxiliadora, se encaminaron a la casa del Padre. Debe de haberse armado una buena allí, porque Alonso significa fiesta salesiana. Don Bosco ha conocido por fin a uno de sus mejores "dobles".
No es exageración: pocos salesianos se han parecido tan fielmente a Don Bosco como Alonso. Hemos perdido a uno de los grandes, en palabras de Luis Fernando Medina, a alguien que causó un profundo impacto a toda una generación de animadores, jóvenes y salesianos. No porque fuese un gran técnico de la pastoral o un "santo" al uso, sino porque todos nos sentimos irresistiblemente atraídos por su cariño simpático y su instinto salesiano.

Y es que Alonso sintió durante toda su vida una pasión por los jóvenes que literalmente lo consumió. A ellos entregó todas sus energías, sus cualidades, su trabajo, su amor. Paco Pepe Pérez Camacho y yo tuvimos el enorme privilegio de compartir dos años con él, cuando era párroco de las Tres Mil viviendas, en Sevilla. Estábamos deseando que llegara el viernes y allí nos plantábamos, dos jóvenes estudiantes de teología, dispuestos a todo. Y Alonso bien que nos puso las pilas, ¿eh? Jajaja, tendría entonces 30 años más que nosotros, pero nos llevaba la delantera en entusiasmo, en energía y en ilusión por servir a aquellos muchachos de aquel barrio peculiar.

Siempre tenía algo para decirle a cualquier persona. Vivía como si en todo momento estuviese en medio del patio, en una mañana de oratorio salesiano. Nos tronchábamos con las lindezas que le soltaba a las animadoras; una vez le dijo a una: "eres un canguro azul totalmente im..vcvkrchable". Y es que carraspeaba y no se le entendía ni jota, pero era muy divertido. Varias veces, sentados en su despacho charlando, de repente sonaba un golpe estruendoso: ¡¡¡BUUUUUM!!! Ponía cara de cansancio y decía: "Ya nos han robado otra vez estos hijos de p.". Íbamos a la sala del fondo y sí, nos encontrábamos reventao el armario.

Fumaba a escondidas. Pero yo le tenía cogido el momento, y a veces, en mitad de una reunión o de una actividad, entraba bruscamente en su despacho, lo cogía con el cigarrillo en la boca y le decía: ¡¡Te pillé!! "Niño, pero qué tonto estás, eres un bgrrrrghncmmmpppf". Ja, ja, ja. Pero cómo nos quería a los teólogos. Y cómo nos cuidaba. Una noche se empeñó en invitarnos a cenar en el "Lar Gallego", un restaurante muy pijo. Es la única vez en mi vida que he comido percebes. Cuando llegó la cuenta, se le cambió la cara, y Paco Pepe dijo: "Nos hemos pasado un poquillo, ¿no?". Y Alonso: "Un poquillo niño, un poquillo... ¡Pero un día es un día!". Y ¡paf!, te daba un cariño en la espalda que te dejaba descuajaringado.

Cada persona que conocemos y que nos llega, deja algo en nosotros. Somos modelados por quienes nos quieren. Me encanta pensar que hay algo de Alonso en mí. Cada día, desde hace años, cuando rezo el oficio, lo recuerdo, porque los tomos de la Liturgia de las Horas me los regaló él. Y me puso en su dedicatoria que me deseaba ser "el gigante evangelizador de África". Qué tío.

Los jóvenes han sido su vida. Y Candil, el oratorio-centro juvenil de la Trinidad, su creación, el fruto más hermoso de su inquietud, de su corazón rebosante del carisma de Don Bosco. Juancho Abascal dice que "acaba de apagarse un Candil en la tierra para encenderse en el cielo". Pero estoy seguro de que la luz de Alonso seguirá titilando mientras nosotros vivamos. ¡Gracias Alonso, padre y hermano! No dejes de ayudarme como tú sabes; oye: ¿te da igual África que el Perú?

César L. Caro
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