Tras varias vicisitudes, todo salió bien. Estamos siempre en manos de Diosito No queriendo Dios II

Aeropuerto de Puerto Asís (Colombia)
Aeropuerto de Puerto Asís (Colombia) César Caro

Estos días he aprendido esta frase coloquial: “queriendo Dios”. Es una versión colombiana del español “si Dios quiere” o del “primero Dios”, que dicen en México. Pero me gusta más, porque expresa con más precisión que Diosito se esfuerza por ayudarnos, está presente y activo, trabaja, posibilita, abre puertas, sincroniza, facilita, hace que suceda… como con sus propias manos.

Vivimos haciéndonos programaciones, en la ilusión de que lo controlamos todo. Pero la realidad es que nuestra vida está siempre pendiente de un hilo, es frágil y quebradiza, como juguete con el que el azar pasa el rato; y a la vez estamos en los ojos de Dios, en todo momento bajo las leyes misteriosas de la providencia, jamás perdidos o en un limbo.

Nos habíamos quedado arribando al aeropuerto de Puerto Leguízamo para emprender el periplo Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos como única manera de salir de Soplín Vargas, en el Putumayo. Nos registramos, facturamos las maletas, nos llaman a la sala de embarque… todo puntual y sin contratiempos. Oímos el ruido de los motores del avión ya cercano… pero nos informan de que no está logrando aterrizar.

Tras tres intentos, la megafonía anuncia que el avión ha tenido que dar media vuelta y regresar a Bogotá por la deficiente visibilidad debida a la niebla, de manera que el vuelo ha sido cancelado y reprogramado para mañana a las 12 del mediodía. ¡Oh noooooooooooooooooo! Nos devuelven los equipajes y Jair nos recibe de nuevo en el vicariato, con desayuno. Cuando se lo he contado a mi papá, ¡cómo se ha reído! “Las cosas que ocurren en esa selva son para contarlas”.

Pero tenemos el pasaje Bogotá-Leticia para mañana ya comprado, oleado y sacramentado. Ahora es toooodo un proceso para cambiarlo, por supuesto con la consiguiente penalización económica (solventar las contrariedades viajeras cuesta una plata). Peor cuando sacas la tarifa más barata, porque no incluye cambios… En fin, durante la jornada en la oficina de Punchana lo consiguen y pasamos la tarde tranquilos. Me compro unas chanclas en un super.

Al día siguiente hay de nuevo un corte general de electricidad en Leguízamo. Nos despedimos, nos lleva el mismo motocarrista, y en el aeropuerto afrontamos una espera de más de tres horas sancochándonos bajo un sol abrasador y sin refrigeración porque no hay luz, claro. Había que hacer escala en Puerto Asís, más al norte en el Putumayo, aterrizamos en Bogotá, por supuesto mi maleta salió la última… Solo para decir que fue larguísimo y demoramos como siete horas en llegar a casa de los misioneros de la Consolata.

Hambrientos y agotados, pero de nuevo muy bien acogidos, pasamos del calor feroz de la selva al frío de los 2.640 metros de altura de Bogotá, yo con el cortavientos sobre el polo de manga corta y un incipiente dolor de garganta en la madrugada. Pero el agua de la ducha hirviente y las frazadas gorditas me ayudaron a atravesar esas horas hasta que a las 4 am fuimos a buscar el vuelo a Leticia.

Me figuro que la ley de la compensación, que equilibra la ley de Murphy, propició que el resto del viaje transcurriera sin percances reseñables, más allá de cacheos y registros aleatorios a Montse y su mochila. Ni siquiera en Migraciones de Santa Rosa hubo problema, a pesar de que nos faltaba el sello de salida de Perú; como nunca habíamos salido, dijeron que no hacía falta colocarnos la entrada y santas pascuas. A las tres y tanto de la madrugada, muy rápido, estábamos en Indiana, y desde acá escribo.

Estos días he aprendido esta frase coloquial: “queriendo Dios”. Es una versión colombiana del español “si Dios quiere” o del “primero Dios”, que dicen en México. Pero me gusta más, porque expresa con más precisión que Diosito se esfuerza por ayudarnos; no es que ponga condiciones, permita o detenga desenlaces exitosos alzando su dedo imperioso como un guardia de tránsito, sino que está presente y activo, trabaja, posibilita, abre puertas, sincroniza, facilita, hace que suceda… como con sus propias manos (“id est, habet se ad modum laborantis”. Ejercicios espirituales nº 236).

Vivimos haciéndonos programaciones, en la ilusión de que lo controlamos todo. Pero la realidad es que nuestra vida está siempre pendiente de un hilo, es frágil y quebradiza, como juguete con el que el azar pasa el rato; y a la vez estamos en los ojos de Dios, en todo momento bajo las leyes misteriosas de la providencia, jamás perdidos o en un limbo.

Nunca somos autosuficientes. Dependemos cada instante de los demás, de su consideración y su generosidad. Si lo pensamos, veremos que increíblemente siempre contamos con personas que nos miran, nos auxilian, nos acompañan. Encarnan los modos concretos y cariñosos que Diosito tiene de cuidarnos, porque “en tus manos están mis azares” (Salmo 31). No queriendo Él, no pasa nada.

Suena “Going home” de Mark Knopfler. “Yendo a casa”. Con el Señor, siempre estamos en ella y a salvo.

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