Accidentado viaje de regreso de Soplín Vargas a Iquitos, en la selva peruana No queriendo Dios I
Crónica de "piñas" (o sea, infortunios, gafes, desventuras en "peruano") en mi último viaje a soplín Vargas: retrasos, contratiempos, errores, anulaciones, averías y demás adversidades. Todo puede ocurrir en nuestra selva y hay que estar preparados.
A pesar de todas las tribulaciones, no podemos quejarnos: los misioneros de La Consolata nos han acogido y alimentado magníficamente, contamos con múltiples ayudas a distancia, nos cuidan... No estamos tan mal.
Definitivamente, Soplín Vargas, en el alto Putumayo, le ha ganado a San Pablo en escenario de piñas (o sea, infortunios, gafes, desventuras en peruano) en mis viajes: retrasos, contratiempos, errores, anulaciones, averías y demás adversidades. Escribo esto desde Puerto Leguízamo -orilla colombiana- en tiempo real, porque el periplo no ha terminado y realmente ahora mismo no sabemos cuándo podremos llegar a casa.
Porque, eso sí, normalmente no me ocurre solo, esta vez me acompaña Montse, misionera laica madrileña y una de las últimas adquisiciones del Vicariato. Ya sabemos que en Soplín hay que estar preparados para que el vuelo semanal cambie de día de forma inesperada, o que haya que surcar un día entero a Gueppi para agarrar la avioneta, pero esta vez fue peor: por crisis de combustible en Petroperú, los vuelos están cancelados hasta nuevo aviso.
¿Cómo así? Si al menos nos dijeran que será posible dentro de una semana, ya estoy entrenado, pero esto… Ya: llamadas, consultas, el teléfono echa humo con el internet precario. Miramos la línea para ir por el río hasta Estrecho y salir por allá, que hay vuelos diarios; pero ni modo: el siguiente deslizador solo sale hasta dentro de ocho días… Y además tampoco hay conexión aérea Estrecho-Iquitos por lo del carburante. Entonces pensamos en dar una vueltaza: Soplín-Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos. Como en este mapa, pero por Colombia.
Qué estrés. Nos comunicamos para que la oficina del vicariato nos saque los pasajes, y sí, se logra. Tenemos pues que irnos a Leguízamo esa misma tarde, pero antes necesitamos el sello de salida del Perú. Nos dirigimos al puesto de Migraciones y… no hay nadies. Resulta que justo hoy hay relevo, y el funcionario se ha ido; solo se atenderá al público dentro de dos días, pero nosotros tenemos el pasaje a Bogotá para mañana. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo nos van a dar la entrada en Colombia si no nos han dado antes la salida de Perú? ¡Hemos caído en un limbo migratorio!
Hay un rato de muchas llamadas, esperas, preguntas, consultas, con Tania que está en Medellín, con Magna, con Mirely, con la señorita Flavia de Migraciones Perú… Nos dicen del puesto fronterizo colombiano que normal nos van a registrar la entrada y salida, ya eso nos tranquiliza. Después, desde Iquitos, nos explican que más tarde tendremos que regularizar el sello que nos falta, pero que podemos viajar. Uuuuf. Hay que irse porque cierran a las 6 de la noche la oficina de Migración en Leguízamo.
Como no hallamos a Yako por teléfono, van a buscarlo y por fortuna está libre para llevarnos. Pero al llegar a Leguízamo nos enteramos que no hay energía en todo el día (hasta las 5 de la tarde) debido a reparaciones. No podemos ir por tanto a la oficina de Migración, de modo que nos vamos a pasear; conversando conversando nos viene una tromba de agua que pone en peligro que lleguemos después de las 5 y antes de las 6, hora de cierre.
Pero pasa un motocarro que nos lleva a la casa. La electricidad se restablece a las 5:40, corremos a Migraciones bajo la lluvia, llegamos a tiempo… pero nos dicen que “no hay sistema”, ayer hicieron un mantenimiento y no funciona. Puchaaaaa. ¿Y ahora? El señor lo intenta, llama a la central… pero nada. Nos vamos a cenar, regresamos, pero no hay manera. Están por ayudarnos y nos proponen que dejemos los pasaportes para seguir intentando en la noche y los recojamos a las cinco y media de la mañana, antes de ir al aeropuerto; no nos hace gracia, pero ¿qué podemos hacer?
Dormimos poco y mal. Jair el misionero de la Consolata me lleva en moto temprano y sí, han logrado colocar los sellos de entrada correctamente. Pienso que, a pesar de todas las tribulaciones, no podemos quejarnos: nos han acogido y alimentado magníficamente, contamos con múltiples ayudas a distancia, el dineral que cuestan los billetes aéreos podemos afrontarlo… No estamos tan mal.
Y así, más animaditos y después de tomar un tinto, nos encaminamos al aeropuerto a las 6 de la mañana, hora a la que nos han citado. No sabíamos la que nos esperaba, el día no había hecho más que comenzar…
(Continuará)