Cuánto necesitamos el contacto con otras personas, el trato sencillo con la gente en la calle Un trago de masato en cuarentena

Donación
Donación Antonio Romero

Ha comenzado una época en la que todas las ayudas van a ser pocas. Más que de sermones, es hora de ser resolutivos y actuar con la mayor claridad y agilidad que podamos. De hecho ya estamos articulando donaciones de particulares y entidades para material de bioseguridad, alimentos básicos etc.

El día 30 de cuarentena salí por primera vez. La municipalidad quería pedirnos alguno de los ambientes de la misión para reunir a los pacientes declarados positivos que no puedan estar en aislamiento en sus casas, bien porque están solos o en situaciones de grave vulnerabilidad, bien por haber mucho hacinamiento en sus domicilios.

De modo que bajé a la plaza, y antes de subir al salón consistorial entretuve la vista un momento para grabar en mi memoria la vaciedad y desolación de lugares siempre muy concurridos: el mercado, el puerto, las tiendas circundantes, las veredas… Solo había un motocarro, municipal por descontado; el chofer me espetó tras la mascarilla: “buenas tardes”.

Como he leído en muchas partes, me dio la impresión de que las autoridades están desbordadas por esta situación, ¿pero quién está preparado para responder con seguridad y eficacia ante algo así? El teniente de alcalde junto con el subprefecto coordinaban la reunión (el alcalde es uno de los 17 positivos del distrito y está recluido) y la conversación tocó muchos temas: la necesidad de cerrar la llegada de personas de Iquitos por el río, la desinfección de espacios públicos y viviendas, la vigilancia para que los vecinos no salgan a la calle, el reparto de alimentos, y por supuesto la implementación de esa estancia que han solicitado.

“La Loretana” es el dormitorio habitual de las mujeres en los encuentros del Vicariato. Tiene tres baños y tres duchas y capacidad para 35 personas, pero han dicho que el máximo será 12. Ancianitos, personas solas a las que nadie pueda atender o pobres extremos. Aunque está dentro del recinto de la misión, hay unos metros de distancia que habrá que respetar. Los once que vivimos acá lo hablamos y, aunque a nadie le entusiasma la idea, es hermoso poder colaborar y luchar contra la pandemia simplemente brindando lo poco que tenemos.

Ha comenzado una época en la que todas las ayudas van a ser pocas. Nosotros no celebramos misas clandestinas ni ponemos música en tremendos parlantes, como hacen otras iglesias. Más que de sermones, es hora de ser resolutivos y actuar con la mayor claridad y agilidad que podamos. De hecho ya estamos articulando donaciones de particulares y entidades destinadas a: material de bioseguridad para sanitarios, policía y otros trabajadores; equipamientos médicos para nuestra red de salud en el río Napo; alimentos básicos y materiales de limpieza de primera necesidad, etc. Justo hoy hemos entregado equipos de protección al personal de la posta de salud (en la foto).

También se están elaborando unos afiches para las comunidades con información sobre el coronavirus y cómo protegerse en español y en kichwa, cosa que me parece excelente. El gerente de servicios sociales contaba que hay sitios donde ya han hecho sus carteles de “Prohibido el ingreso en este pueblo”, para que los botes que se acerquen los vean y den media vuelta. Sonreía bajo la mascarilla acordándome de advertencias parecidas en entradas de aldeas del salvaje oeste en Lucky Luke: “Prohibido el paso, forastero. Bajo tu propio riesgo”.

Llega María, una de las mujeres que nos ayudan con la limpieza de este caserón inmenso. Pide permiso para recoger algunas toronjas y limones de los árboles que hay por acá; dice que en su familia están cansados de comer arroz y fideos, los alimentos más asequibles y casi lo único que venía en la canasta del gobierno. Son cinco personas, con tres hijos, el más pequeño de dos años. “Tendrás que comprar leche y otras cosas, no?”. Y le tiendo cincuenta solcitos. “Pero padre, yo ahora no puedo trabajar…”. “No es eso mujer, te lo comparto nomás”. Realmente muchos hogares están al límite económico y emocional.

Dos operarios  municipales están acondicionando estos días “La Loretana”. Construyen un muro de triplay para separar a varones de mujeres. Veo que hay masato congelado en la nevera y a media mañana les llevo una jarra bien helada. Bromeamos y conversamos un ratito. Al regresar pienso en cuánto necesito el contacto con otras personas, el trato sencillo con la gente en la calle. Aunque solo nos veamos los ojos, se expresa mucho con ellos. Tal vez por eso había llevado tres vasos con la jarrita.

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