Diario de un obispo en tiempo de coronavirus (XI):Junio de 2020 Llegó un tiempo "nuevo", pero no es tan cierto que llegara la "normalidad" Luis Ángel de las Heras: " Llegó un tiempo 'nuevo', pero no es tan cierto que llegara la 'normalidad'"

Luis Ángel de las Heras
Luis Ángel de las Heras

Comenzó junio con la previsiblemente última semana de fase 2, primera del mes. Fueron abriéndose más y más iglesias, pero hubo cautela en la asistencia

Poco a poco nos fuimos acostumbrando a celebrar con mascarillas, gel hidroalcohólico, ausencia de coros y de agua bendita, distancias y gestos evitando cualquier contacto…

Ante la desgracia en cascada hace falta una “llamada” —no es necesario que sea un “grito”— que suscite unidad y superación de conflictos. Es tiempo de reconstrucción; de unión, no de separación; de transmisión de seguridad, no de temor

A los discípulos misioneros de Jesús de Nazaret, nos hace falta fijar los ojos y los oídos en Él y aprender a mirar, escuchar, pensar, amar y obrar como Él. No encuentro en este mundo mejor camino, verdad ni vida

Comenzó junio con la previsiblemente última semana de fase 2, primera del mes. Fueron abriéndose más y más iglesias, pero hubo cautela en la asistencia. En estas circunstancias fue un signo de búsqueda de “normalidad”.

Los sanitarios españoles en primera línea contra la Covid-19, Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020. En ellos hay nombres conocidos y cercanos y, sobre todo, el espíritu con el que es preciso afrontar un tiempo convulso de esta magnitud. Cualquier palabra se queda corta para estos y otros héroes, cualquier aplauso y cualquier premio son justos y necesarios, aunque insuficientes.

El domingo 7 celebramos la “Jornada Pro Orantibus”. Las personas consagradas contemplativas, pulmón orante y trabajador de la Iglesia, están en el centro de este día en España. En medio de la crisis del «coronavirus» y sus dramáticas consecuencias, celebramos esta Jornada en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Es un día para orar por quienes oran continuamente por nosotros. Se merecen un aplauso silencioso en forma de oración. Agradecemos a Dios esta forma de consagración que necesita la Iglesia y el mundo. ¿Qué sería del mundo sin los religiosos? Se preguntaba santa Teresa de Jesús. Igualmente, reiteramos nuestra estima y nuestro compromiso para conocer mejor la vocación contemplativa que nos acompaña y a la que queremos acompañar en el corazón de la Iglesia y de cada persona bautizada. Varios ecos periodísticos dan cuenta de su situación durante la pandemia, así como de su contribución a paliar alguna de sus consecuencias.

Fase 3 breve en Galicia. Hubo ilusión y ansiedad por avanzar rápido en la “desescalada”. Algunas conductas irresponsables en la calle, sin bien la mayoría actúa responsablemente. En las iglesias, se observó serenidad sin que faltara, por una parte, impaciencia y, por otra, resignación. Afortunadamente las personas fueron prudentes y cumplieron escrupulosamente con las medidas higiénicas y de prevención señaladas por las autoridades civiles y por la propia diócesis.

Poco a poco nos fuimos acostumbrando a celebrar con mascarillas, gel hidroalcohólico, ausencia de coros y de agua bendita, distancias y gestos evitando cualquier contacto… Con el paso de los días se fue haciendo habitual lo inusual. Adquirimos unas rutinas para el cuidado de todos que, consideradas inicialmente “temporales”, nos dimos cuenta de que nos acompañarían durante un tiempo bastante prolongado.

A buen ritmo, el Señor Nuncio, Mons. Bernardito Auza, dio cuenta de sus gestiones y trabajo durante estos meses en España anunciando el nombramiento de los nuevos obispos de Astorga, D. Jesús Fernández González y de Huelva, D. Santiago Gómez Sierra. Los dos cuentan con nuestra felicitación y, sobre todo, la oración fraterna para desempeñar la misión pastoral en sus diócesis.

Con don Jesús Fernández González, hasta el 8 de junio obispo auxiliar de Santiago de Compostela, compartimos “camino” en la misma Provincia Eclesiástica. Continuaremos compartiéndolo en proximidad, puesto que el papa Francisco le ha enviado cerca, con bastantes parroquias en tierras gallegas de la provincia de Ourense. Doy fe de que es un buen hombre, buen cristiano, buen pastor y buen acompañante de Cáritas.
El talante de sencillez, servicio y cuidado de los sacerdotes y de los pobres que caracteriza a estos pastores, en cuanto inicien su ministerio episcopal en sus Iglesias particulares, será bendición para toda la Iglesia, un solo Cuerpo que siente a cada uno de sus miembros.

El sábado 13 celebramos en la iglesia de San Francisco en Santiago de Compostela un funeral por las seiscientas diecinueve personas fallecidas en Galicia a causa de la Covid-19. Tuvo lugar tras el homenaje civil que organizaron las autoridades. D. Julián Barrio, arzobispo de Santiago, recordó y oró por los fallecidos, invitándonos a sentir el dolor de sus familiares, así como a permanecer atentos a quienes viven agobiados por las consecuencias de la pandemia y el confinamiento. Solo una esperanza fundada permite afrontar las circunstancias sin huir, afirmó. Finalmente, pidió al Apóstol Santiago que hiciera resonar la esperanza para todos. Se palpó en el ambiente el Camino y el inminente Año Santo Compostelano.

Fue un funeral oficial, con todas las medidas de aforo y cuidado de la salud, y presencia de autoridades y de todos los obispos de la Provincia Eclesiástica. Resultó ser expresión auténtica de un profundo dolor y un clamor silencioso de esperanza en medio de la situación, cuando ya se conocía que en dos días saldría Galicia del “estado de alarma”.

En Mondoñedo-Ferrol celebramos también dos funerales por los fallecidos a causa del contagio del Covid-19, cumpliendo las normas sanitarias y las restricciones de aforo.

Se celebraron el sábado 27 de junio en la catedral de Mondoñedo y el siguiente martes 30 en la concatedral de Ferrol. Celebraciones emotivas por las víctimas del «coronavirus» en los arciprestazgos de Mondoñedo, Viveiro, Ribadeo-Miranda y Terra Chá el de la catedral; por los fallecidos en los arciprestazgos de Ferrol, Ortegal As Pontes y Xuvia, el de la concatedral ferrolana. En ambos pronunciamos en voz alta los nombres de pila de los fallecidos cuyos familiares así lo desearon.

Con estas celebraciones reiteramos nuestro apoyo a los seres queridos de las víctimas de la pandemia, así como a quienes se han visto afectados por el dolor y todos los problemas acarreados.

Como los cristianos de todos los tiempos, con ocasión del fallecimiento de los seres queridos, fue oportuna la invitación al consuelo de desear que nuestro amor les llegue, sintiéndonos unidos con vínculos de cariño más allá de la muerte. El amor que acompaña la pena restaña la herida.

Igualmente fue importante reconocer que hubo personas que experimentaron desaliento y falta de alegría, paz, ilusión y ganas de vivir durante este tiempo y que la Iglesia siente y camina a su paso, acompañándolas en nombre de Cristo vivo.

Los cristianos experimentamos que la fe en Jesucristo nos fortalece en nuestras debilidades, conscientes de que la bondad y la misericordia del Señor no se agotan, sino que se renuevan cada mañana, como dice el Libro de las Lamentaciones. El Señor es bueno para quien espera en él y lo busca (cf. Lam 3, 22-23.25).

El 15 de junio, con adelanto respecto al resto de España, apareció la “nueva normalidad” en Galicia. Podemos decir que ciertamente llegó un tiempo “nuevo”, pero no es tan cierto que llegara la “normalidad”. Nos desafía lo que sucede cada jornada, ante lo que es preciso responder. Nos desafía el sacerdote mayor que ve su jubilación acelerada por esta crisis. Nos desafía el sacerdote que teme contagiarse, no por estar él enfermo, sino por ser riesgo de contagio para su querida gente o por tener que estar confinado sin poder celebrar y acompañar a las personas como hace habitualmente. Nos desafía la necesidad de tanta gente a la que ha de responder Cáritas diocesana en cada parroquia. Nos desafía la tarea de sacerdotes, consagrados y laicos con estas limitaciones para cualquier actividad de la Iglesia. Nos desafía la cita de media hora para visitar a nuestro padre, ya curado de la Covid-19, con mascarilla y mampara protectora. Nos desafían las medidas que puede que haya que adoptar si retrocedemos en algún momento.

No obstante, durante el mes fueron organizándose las celebraciones de primeras comuniones y funerales, cumpliendo estrictaente las normas de prevención y cuidado de la salud, con una extraordinaria comprensión por parte de todos los implicados. Quedó claro que había una alta motivación por celebrar los sacramentos, aunque fuera con limitaciones.

Nos planteamos los próximos meses conforme a lo que conocemos, estaba programado y solíamos hacer otros años. Pero tenemos que sobreponernos en muchos momentos, dar gracias por lo que somos y tenemos muchas más veces y, sobre todo, aumentar el cariño y el cuidado de la vida, de la creación, de la fe que hemos recibido, de la Iglesia que nos ayuda a vivirla, de los seres humanos comenzando por los más cercanos, pero sin excluir a nadie.

Nos acostumbramos a celebrar con mascarilla
Nos acostumbramos a celebrar con mascarilla

Hace unos años, en dos ocasiones y lugares diferentes, escuché, gratamente sorprendido, el mismo grito que lanzaron dos niños de 8 y 10 años: “¡Mundo, te quiero!”. Frescura infantil y sencillez, que no simpleza, verdad llena de vida, sin filtros, a corazón abierto, lejos de una vida fácil. Uno creció en una historia familiar de superación de droga y el otro fue víctima de acoso escolar. Aquél grito profundo y auténtico fue testimonio y profecía de curación y esperanza.

Ante la desgracia en cascada hace falta una “llamada” —no es necesario que sea un “grito”— que suscite unidad y superación de conflictos. Es tiempo de reconstrucción; de unión, no de separación; de transmisión de seguridad, no de temor. Continúa siendo tiempo de creciente responsabilidad y esperanza. Por consiguiente, hace falta contemplar confiados a los vecinos como si continuaran aplaudiendo, porque lo hacen en su corazón. Hace falta pedir perdón y perdonar. Hace falta caminar por la verdad y la justicia. Hace falta recorrer las sendas del conocimiento y la sabiduría que liberan y no de la ignorancia y los prejuicios que esclavizan. Hace falta creer y esperar en Dios y en el ser humano. Hace falta fiarse de los semejantes —mejor si los consideramos hermanos— y contar con ellos, dando pasos al frente para ofrecernos y hacer lo que esté en nuestra mano. A los discípulos misioneros de Jesús de Nazaret, nos hace falta fijar los ojos y los oídos en Él y aprender a mirar, escuchar, pensar, amar y obrar como Él. No encuentro en este mundo mejor camino, verdad ni vida.

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