Inicio del Ministerio Episcopal del Obispo de León, Don Luis Ángel de las Heras Berzal (CMF) De la Virgen del Chamorro a la del Camino Y de San Rosendo a San Froilán

El nuevo obispo de León, en su sede
El nuevo obispo de León, en su sede

"Monseñor de las Heras llegó a León desde Mondoñedo-Ferrol, y a buen seguro que si conserva la salud, continuará ruta, pues otros destinos le van a esperar"

"En su primera homilía, recordó a las múltiples víctimas de la pandemia y a su padre, de 90 años de edad"

"Ya casi concluida la ceremonia de inicio del Magisterio episcopal en León de Monseñor de las Heras, con la mascarilla bien puesta, miro al Rosetón, a lo alto y a los lados, y admiro los vidrios y vidrieras catedralicias, cumbre y gozo de lo gótico, de muchos siglos"

Pulchra Leonina se llama la Catedral de León. Es, además, el título de un libro escrito por José González (1873-1961), canónigo que fue de tal Catedral, libro editado, hace unos años, por el diario local, junto con otros, dentro de la colección denominada “Biblioteca leonesa de escritores”. Al principio del libro se escribe: “En la vieja Ciudad de torcidas calles y de muros carcomidos por la pátina del tiempo, se eleva la esbelta y pulida hermosa Catedral”. Al final se escribe: “Pues fue cosa providencial el incendio, no sabíamos cómo quitar de ahí el coro y ahora ya no hay trabas; fue una gran pérdida, pero miren Uds., la Iglesia es una buena madre”. Entre el principio y el final, hay una trama, que es un documento de época.

Y aprovecho lo de pulcra para explicar: En Crónica del 12 de diciembre pasado, aquí mismo, en Religión Digital, sobre la ordenación episcopal de Monseñor Fernando Valera, repetimos al final, como calificativo de la ceremonia, la palabra “pulcra”. Tal calificativo fue utilizado con el pleno significado teológico-estético. Cuando escribí “pulcra” pensé en el/lo pulchrum y la via pulchritudinis, con la significancia precisa del pensamiento del teólogo, siempre ignaciano y ex jesuita, Von Balthasar, luego recogido por Benedicto XVI. Calificar de “pulcra” una ceremonia religiosa es evocar a lo más Alto.

El nuevo obispo de León, con Jesús Sanz

Kilómetros antes de llegar a León procedente del Sur, en Valdebimbre, tierra de majuelos con uvas prietas y picudas, ya se ven al fondo las imponentes torres góticas de la Catedral de León, y más lejos aún se ven las montañas astur-leonesas; y más cerca están las planicies en las que tanto conquistaron y reconquistaron moros y cristianos, y donde tuvo lugar la presura o toma originaria de la posesión inmobiliara. Y desde la distancia recordamos a los curas santos de León, como a don Enrique García Centeno, párroco de Nuestra Señora del Mercado (León), muerto en 2017 y aún, gracias a la memoria de muchos, muy vivo, estando enterrado en el alto Camposanto de Valderas.

Catedral de León, de una diócesis importante, sufragánea primero de Burgos y luego de la de Asturias (a partir de 1955), con canónigos que, por escasez de clero, que simultanean ocupaciones de cabildeo con las parroquiales en la montaña del Norte. Recuerdo que otro claretiano, Monseñor Sebastián, fue Obispo de León --lo recordó el nuevo Obispo en la Homilía--, y tengo presente que don Luis Almarcha, enterrado en la Pulchra Leonina en capilla del fondo, fue Procurador en las Cortes de Franco y Consejero del Reino.

A don Luis, que tuvo una destacada actuación en lo de la Basílica de San Isidoro, observé en mayo de 1964 con ocasión del entierro del Arzobispo de Oviedo, don Francisco Javier Lauzurica y Torralba, que asistió acompañando a Briva Miravent (Obispo de Astorga), al obispo de Santander y al Abad no mitrado de Samos, siendo celebrante principal de aquel funeral el que fuera administrador apostólico de Solsona y ya electo Arzobispo de Oviedo, Monseñor Tarancón.

Lauzurica
Lauzurica

En el libro Oviedo León de la B.A.C., de Historia de las diócesis españolas, se escribe: “Hablar de la historia de la diócesis de León, desde finales de la primera mitad del siglo XX y una parte considerable de la segunda, de su relación con el movimiento obrero y su participación en el Concilio Vaticano II, supone centrarnos en el largo y trascendental episcopado de Monseñor Luis Almarcha Hernández, que abarca desde 1944 a 1970”.

Monseñor de las Heras llegó a León desde Mondoñedo-Ferrol, y a buen seguro que si conserva la salud, continuará ruta, pues otros destinos le van a esperar. No es poco haber ya sido de la Diócesis de Mondoñedo, de la “Mariña” de Lugo y de la de Coruña (desde O´Barqueiro a Ferrol). Una diócesis húmeda, de mucha morriña y que, si no se cuida, puede derivar en melancolía peligrosa. No parece aconsejable estar en León y rezar el Padrenuestro en gallego; esperamos que pronto baje la fiebre; y respecto a lo de llevar a Galicia en el corazón, lo entiendo muy bien, pues yo también padezco ese mismo problema cardíaco.

Cunqueiro, en la Fundación Juan March, disertó (1975) sobre obispos santos y milagreiros de esa diócesis de Mondoñedo, antecesores de Monseñor de las Heras; y citó en particular a un tal Don Gonzalo santo, el cual, subido en lo alto de la montaña y mirando a la costa lucense, cada Ave María que rezaba, nave vikinga que se hundía. En mi mesa de trabajo, con manoseo continuo, está el gran libro Menosprecio de Corte y alabanza de Aldea, del guevariano Fray Antonio de Guevara, Obispo que fue de Mondoñedo en el lejano siglo XVI.

La Comitiva episcopal, vestida de morado, salida de la Sacristía, presidida por el señor nuncio de Su Santidad, se trasladó, concluida la monición de entrada en mañana con nubes y fría, en procesión solemne hacia Altar Mayor. Don Julián López, con mascarilla blanca, Administrado apostólico y Obispo casi por dos décadas de León, dio la bienvenida al nuevo Obispo y recordó a San Antonio María Claret, fundador de claretianos (CFM). Fueron vistos Arzobispos y Obispos, entre otros, a los buenos de Astorga y Santander, siempre muy obedientes. Es sabido que el Arzobispo de Oviedo, Fray Jesús Sanz, lee las homilías en tableta digital y habla alemán en la intimidad, también y tan bien, como el cardenal Rouco.

Leídas y mostradas las Letras apostólicas del nombramiento, siendo ya Obispo el Padre Luis Ángel y sentado en la sede que fue de San Froilán por invitación del nuncio, el ya obispo de León, dentro de la Liturgia de la Palabra, pronunció en León la primera Homilía, pareciendo sereno, apacentador de ovejas y, al tiempo, apacentado como buena oveja. Leyó en cuartillas su emocionante Homilía.

Comenzó recomendando a los obispos asistentes que se pusieran la mitra, y dijo que él, siendo de tamaño grande, se sentía pequeño ante el esplendor catedralicio. Recordó a las múltiples víctimas de la pandemia y a su padre, de 90 años de edad. Es natural –añadimos- que don Luis Ángel, siendo claretiano, hablara de la Misión y de las Misiones, pues si fuere jesuita lo natural sería que predicase sobre el Reino. Destacó la hermosura de la Catedral legionense y subrayó, al finalizar, la necesidad de una Iglesia de comunión, misionera, misericordiosa, samaritana, y que contribuya al bien común.

Supimos por medio de Monseñor de las Heras que el nuncio es simpático hablando con él por teléfono y que Monseñor Blázquez tiene la sensación extraña, estando de pie, que se le cae la mitra.

Y para valorar adecuadamente la Homilía, leí las últimas pronunciadas por el nuevo obispo de León. Por eso, puedo decir:

A).-Que en la primera homilía de León no hubo “remate” (remate de Homilía), tal como lo hubo en la última de Ferrol, triste, muy triste a pesar de ser Domingo Gaudete; palabra, la de “remate”, que es impropia y más propia de lo cinegético, y dicha, en un domingo llamado Gaudete, con mucha pena y tristeza, como de funeral.

B).-Que tampoco hubo referencia en esa primera a los prepotentes y soberbios, de los que dijo el Obispo, en la última de Ferrol, que “también son hijos de Dios, pero que incordian”. Dado que los prepotentes y los soberbios son promiscuos y se reproducen con facilidad de conejos, habiendo abundancia de ellos por doquier, también en León, dejamos constancia de la opinión del señor Obispo.

Ya casi concluida la ceremonia de inicio del Magisterio episcopal en León de Monseñor de las Heras, con la mascarilla bien puesta, miro al Rosetón, a lo alto y a los lados, y admiro los vidrios y vidrieras catedralicias, cumbre y gozo de lo gótico, de muchos siglos. La Estética del vidrio me llevó, como sentado en alfombra voladora de Las mil y una noches, a la Estética de la palabra con la fulguración luminosa por la música sacra, y palabras de un poeta gallego y manco: “De todas las cosas bellas para los ojos, ninguna tanto como los cristales. El goce de los ojos al mirarlos es un sentimiento sagrado, porque para los ojos los cristales no tienen edad…Y la luz de los cristales tienen algo de oración”. AMÉN.

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