Cierre de filas de jerarquía y presbiterio toledanos con el pederasta Pedro Francisco Rodríguez Los curas, a favor del ‘Karadima de Toledo’, a pesar de haber sido condenado a 7 años de cárcel

Sacerdotes en Toledo
Sacerdotes en Toledo

"Los máximos responsables diocesanos encubrieron el caso durante 13 años y el presbiterio de Toledo o se sumió en un silencio cómplice o tomó parte activa en la defensa del abusador explícitamente"

"El propio vicario episcopal para el clero, Carlos Loriente García, en el momento del inicio del juicio contra el padre Rodríguez Ramos, envió una carta a todos los sacerdotes de la diócesis, en la que comienza hablando de la 'falta de verosimilitud de las denuncias'"

"Parece obvio que, ante tal situación de encubrimiento y complicidad con el delito, Roma debería tomar cartas en el asunto"

"Los obispos Braulio Rodríguez y Francisco Cerro, que durante 13 años taparon a un auténtico depredador sexual, el padre Rodríguez Ramos, el Karadima de Toledo"

Hoy por ti y mañana por mí. Esta parece ser la máxima del clero de Toledo, uno de los más conservadores de España, ante la condena a siete años de uno de sus curas por abusos sexuales continuados a un menor seminarista. Todos a una y cerrando filas salieron a defender al cura condenado, Pedro Francisco Rodríguez Ramos. Desde el alto al bajo clero y sin apenas excepciones.

Tanto el arzobispo titular de la sede manchega, Francisco Cerro, como su auxiliar, Francisco César García Magán, que, además, es secretario del episcopado, publicaron, al día siguiente de conocerse la sentencia, un comunicado en el que no muestran empatía alguna con la víctima, echan balones fuera y mienten descaradamente al respecto, como quedó demostrado en un anterior artículo en RD.

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Cerro

Los máximos responsables diocesanos encubrieron el caso durante 13 años. Más aún, trasladaron, durante temporadas, al cura condenado a un seminario que regenta la archidiócesis toledana en Moyabamba (Perú) y sólo fue apartado de sus labores docentes durante la instrucción del caso.

Y si los obispos actuaron así, los compañeros sacerdotes del condenado no se quedaron atrás. De hecho, en principio ningún cura de Toledo tomó partido por la víctima. Los únicos sacerdotes que apoyaron desde el primer momento al abusado son todos de fuera de la diócesis. El presbiterio de Toledo o se sumió en un silencio cómplice o tomó parte activa en la defensa del abusador explícitamente.

De hecho, hasta 7 curas de Toledo se presentaron como testigos del acusado ante el tribunal que lo juzgaba. En el juicio, todos ellos (cuyos nombres figuran en la sentencia, pero no se pueden reproducir), alabaron al abusador como si de un auténtico santo se tratase y tacharon a la víctima de voluble e inestable, entre otras lindezas. Uno de ellos reconoció que, ante el caso “guardó silencio, pero cuando se hizo pública la situación se habló entre los sacerdotes y, de manera prudente, le dijo a D. Pedro que lo apoyaban con la oración”.

Otro aseguró ante el juez que “D. Pedro sí daba abrazos paternales, pero nada sexual” y que “no vio ninguna relación extraña” del acusado con el acusador.

Rodríguez Ramos
Rodríguez Ramos

 Y es que como suele suceder en muchos de estos casos, el padre Rodríguez Ramos se revestía ante los curas y la gente con la vitola de un sacerdote espiritual y poco menos que santo. Doble vida de estos monstruos que se disfrazan de ángeles para cometer sus crímenes. Lo mismo que hizo otro ejemplar sacerdote, cortado por el mismo patrón, el chileno Karadima. Por eso, en RD, al cura abusador de Toledo le pusimos el sobrenombre del ‘Karadima de Toledo’.

El abusador procede de una familia cristiana ejemplar y auténtica cantera vocacional. De hecho, en 2013, el semanario de la archidiócesis de Madrid, Alfa y Omega, dedicó un reportaje a la familia Rodríguez Ramos, que comenzaba así:

“’Gracias a mis padres, somos sacerdotes’. Con esta seguridad habla don Pedro Rodríguez, director espiritual del Seminario Menor de Toledo, uno de los cuatros hijos sacerdotes del matrimonio Rodríguez Ramos, de los seis que han tenido –el mayor es hoy padre de familia, y la única hija de la familia es religiosa de la Fraternidad Reparadora del Corazón de Cristo–. Cuando se ordenó el último de ellos, Juan Pablo II recibió a toda la familia en audiencia privada”.

 Además, el cura Rodríguez Ramos pertenece al círculo más estrecho de amigos y discípulos del padre Mendizábal, un jesuita que quiso refundar la vera Compañía, arrastrada, según él, por el padre Arrupe a las fronteras de la herejía, y que se convirtió en fundador de una de las congregaciones religiosas más rígidas de España, las monjas de la Fraternidad Reparadora, a las que investigamos en su convento de Oropesa y de las que, ya en 2003, escribíamos un reportaje en El Mundo, que comenzaba así:

“El convento más estricto. Duermen en tablas, no tienen despensa…ni poseen muebles, comen y dan clases en el suelo. Por supuesto no hay espejos. No usan gel ni champú. Carecen de radio y TV. Viven de la limosna…Son las hermanas azules de Oropesa”

Con fundaciones atípicas como ésta, el padre Mendizábal consiguió incluso fama de santón en los círculos espirituales más conservadores de Toledo y de España. Así le veneran, por ejemplo, el clan de los obispos y curas del llamado movimiento del Sagrado Corazón, al que pertenecen o con el que simpatizan, entre otros, los prelados Cerro, Munilla, Demetrio o Argüello.

De la mano de obispos y curas, esta espiritualidad empapa al seminario diocesano, donde el abusador ejerció de padre espiritual de los seminaristas durante años, junto a muchos de los formadores de la misma línea.

Carlos Loriente

Formateados en un seminario tan conservador, esos aires de rígida espiritualidad los respira la mayoría del presbiterio toledano. De hecho, el propio vicario episcopal para el clero, Carlos Loriente García, en el momento del inicio del juicio contra el padre Rodríguez Ramos, envió una carta a todos los sacerdotes de la diócesis, en la que comienza hablando de la “falta de verosimilitud de las denuncias”.

Asegura, además, que su “convicción subjetiva es la de la inocencia de Pedro”, porque, a su juicio, tiene “un corazón bondadoso” y “un perfil en nada compatible con el de un abusador”. Desde esa premisa, pontifica incluso sobre la plaga de los abusos clericales que “tampoco pueden hacernos juzgar con la sensibilidad actual cuestiones de hace dos décadas”. Y, como es habitual en los negacionistas de los abusos, matan al mensajero y culpan a “la presión mediática infame”, a la que tacha de “ilícita e, incluso podría revestir tintes delictivos”.

El vicario termina su carta, aconsejando al clero reserva total sobre su misiva: “Soy consciente de que estas palabras, un poco atrevidas, pueden ser mal utilizadas por los enemigos de la Iglesia, a los que nunca les parece suficiente lo que hagamos. Por eso os pido que queden sólo para nosotros sacerdotes”.

La carta del vicario causó mucho revuelo en Toledo y, de hecho, algunos sacerdotes se la hicieron llegar al entorno de la víctima, asi como a algunos medios, y, a partir de ese momento, se rompió incluso el bloque monolítico del clero y algunos curas (pocos) comenzaron a cuestionar al arzobispo y a posicionarse a favor de la víctima.

Toledo-catedral
Toledo-catedral

Por otro lado, el vicario para el Clero y su carta, asi como los mensajes y las presiones recibidas por la víctima y su entorno (incluso después de la sentencia condenatoria del cura pederasta), también han llegado a oídos de Roma, junto a la negligencia y al encubrimiento de la jerarquía diocesana.

Parece obvio que, ante tal situación de encubrimiento y complicidad con el delito, Roma debería tomar cartas en el asunto. Y seguro que lo hará, como acaba de prometer el nuevo prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Fernández, en RD: “La lucha contra la pederastia va a seguir a tope”.

Es evidente que Roma no puede echar a casi todos los curas de la archidiócesis, pero sí puede y debe exigir que presenten su renuncia los obispos implicados en el caso. Por negligentes y encubridores.

El Vaticano acaba de hacerlo con un obispo polaco, porque uno de sus curas organizaba orgías en la casa parroquial. ‘Mutatis mutandis’, nos parece más grave el proceder de monseñor Catalá, encubriendo al cura que drogaba y abusaba de mujeres, o el de los obispos Braulio Rodríguez y Francisco Cerro, que durante 13 años taparon a un auténtico depredador sexual, el padre Rodríguez Ramos, el Karadima de Toledo.

Cerro y Braulio

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