Amor Indisoluble

¿Qué hay más milagroso y sorprendente en este mundo que la gente que aún en medio del caos y el terror decide seguir amando? Aquellos que viven en las tierras más azotadas por las distintas formas de violencia y que sin embargo han hecho apuestas radicales por el perdón y la reconciliación. Esos que teniendo todas las razones para entregarse al odio y rendirse ante la natural reacción de la venganza, han mostrado sus manos desnudas a sus adversarios y les han concedido la posibilidad de escribir una historia diferente. Es gente real, de carne y hueso, no leyendas ni personajes de ficción, aunque dotados del único poder verdaderamente invencible, su irrenunciable determinación a amar, la convicción profunda de que el amor no depende de merecimiento alguno, sino de la profunda necesidad existencial que todos tenemos de ser redimidos del aislamiento, de la soledad, de la separación, de todo lo que causa haber vivido siendo el único centro de la propia vida, o haber roto, al odiar, el vínculo que nos une con todo lo vivo.

Para ser cristiano es preciso prestar atención a las manifestaciones del bien a nuestro alrededor. El pesimismo tozudo no es compatible con las bienaventuranzas. Sí, hemos presenciado atentados, terrorismo, la cruel indiferencia de las puertas que se cierran a los migrantes, la pobreza, en mi país – por ejemplo – la cifra de niños asesinados en lo que va corrido del año es como para reunir toda la esperanza del continente y triturarla, sí. Pero creer también significa que todos esos acontecimientos se miran con una perspectiva distinta, redentora. Entendiendo que la realidad no está condenada a ser un espectáculo de muerte, y que el daño más mezquino no logra impedir la llegada del amor de dios, ese que solo aparece a través de sus cómplices, de los que le han creído de verdad a su idea de que somos buenos, esos que aún apuestan a lo que es posible rescatar en cada asesino, en cada terrorista, en cada sociópata.

Tal vez hay cosas que no deberían tener perdón de dios, pero lo tienen. Su infatigable persistencia en arreglarlo todo no se ve agrietada ni lastimada por el escándalo de la violencia, y de hecho, pareciera que el llanto de las víctimas y el desfigurarse de los victimarios le hacen reafirmar su promesa de reparar el mundo. No acabamos de creerlo. Nos resistimos a pensar que esto tiene solución. Por eso tanto charlatán apocalíptico, tanto resignado lastimero que desde la trinchera de su audiencia dibuja tragedias y anuncia catástrofes, cismas y dictaduras del relativismo. Preferirían una divinidad implacable, ya se ve, pero tal divinidad no existe. Quien existe es un padre/madre/hermano/amigo que da un amor indisoluble con nuestra miseria, con nuestro dolor, con nuestra fragilidad, y desde esa unión compasiva es capaz de entenderlo todo, de comprenderlo todo, de arreglarlo todo, aún y especialmente las cosas que nosotros no logramos entender, ni comprender, ni arreglar.

Por fortuna para nosotros y para él, que ha decidido necesitarnos, contar con nosotros para llevar a cabo su plan de hacerlo todo nuevo, hay quienes le creen. Hay quienes le confían la vida y confían en su presencia en medio de todas las cosas de la vida, también de las tragedias y de los actos más inhumanos. ¿No estaba acaso el dios de Israel salvando a la humanidad entera en medio de la atroz muerte de su hijo provocada por el odio y el terror?, ¿No decimos acaso creer que en medio de ese horrible momento de venganza y desprecio, estaba fundiéndose el amor invencible con nuestra más honda humanidad, un amor al que ni la muerte logró derrotar? Eso decimos. Y si lo decimos, es bueno que empecemos a creerlo.

Por eso no se ve bien que desde las mismas bancas de la iglesia se levanten las voces que claman a gritos la venganza, el exterminio, el cierre de las fronteras, la continuación de las guerras, simplemente porque eso que no somos capaces de aceptar, automáticamente lo convertimos en cosas que nuestro dios tampoco puede aceptar. Pero insisto, hay quienes le creen. Hay quienes al día siguiente de los atentados vuelven a levantar la voz para decir que no podemos relacionarnos desde el miedo con los inmigrantes, que no podemos dejarnos endurecer el corazón y reforzar los muros y las vallas, que no podemos olvidar que las opciones de quienes han abrazado la violencia suelen tener raíces hundidas en las más profundas desigualdades y las decisiones de gobiernos intocables, que lo nuestro es amar a los enemigos, que en el cristianismo no hay ajustes de cuentas sino expertos en limpiar los pies.

Sí, hay un amor del que nada puede separarnos. Jamás intentemos si quiera insinuar que una o todas las atrocidades que presenciamos amenaza esa indisolubilidad.
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