El cristianismo es también una religión de la comida Ayuno Impertinente

No se trata de ofrecerle a dios ratitos de no usar todo eso que nos sobra.

Ayuno Impertinente
El 28 de diciembre de 1977 cuatro mujeres bolivianas iniciaron una huelga de hambre que se extendió hasta el 17 de enero de 1978 logrando con esto una amnistía general para detenidos en anteriores protestas y un levantamiento de la prohibición de la actividad sindical. Pero lograron más; muchos analistas coinciden en que la presión ejercida por las multitudes que rápidamente se unieron a la manifestación y al ayuno colectivo fueron determinantes en el futuro inmediato de la tiránica dictadura de Hugo Banzer.

Hacia el 1150 A.C. dice la historia que medio centenar de artesanos egipcios se rehusaron a los trabajos que estaban siendo obligados a realizar en el Valle de los Reyes. Iniciaron una huelga de hambre exigiendo al Faraón Ramsés III la revisión de las condiciones en las que se trabajaba allí. Al cabo de un tiempo, vieron sus demandas respondidas en sacos de trigo que se pusieron a su disposición para el sustento de albañiles, picadores de piedra y carpinteros.

Los orígenes del ayuno religioso se remontan a las huelgas de hambre de los pueblos del medio oriente antiguo, en los que toda autoridad política era reconocida como una designación divina. Israel, que con su dios siempre fue un poco más allá que sus vecinos con sus dioses, reconocía que sólo Yhwh era soberano y por eso escribió la historia de sus reyes como la de hombres al servicio del único rey: el dios invisible. Por lo que la práctica de abstenerse de comidas para hacer solicitudes al gobernador de turno se convirtió en un ritual de ayuno para pedir a dios el perdón, la ayuda, el sustento o el fin de alguna crisis.

Pero dios no es como el señor Banzer, ni como Ramsés III; pues su relación con el pueblo no tiene nada de tiranía ni de opresión. Al contrario, al dios de Israel se atribuyen las iniciativas de descanso de trabajo, paga oportuna del salario, renuncia a la usura, y específicos procedimientos solidarios para aquellos que sufren la precariedad; por lo que el ayuno religioso fue visto con sospecha ya por los profetas, que dejaron claro que somos nosotros quienes debemos encargarnos de acabar con la injusticia y construir la paz, y que no hay otro ayuno distinto a ese que llegue a resultarle aceptable a dios.

Para Jesús, que encontró el ayuno ya convertido en práctica de piedad frecuente y publicitada, no tuvo mucho sentido ni acogida, y por eso vemos que tras sus primeros tiempos de ascetismo en el desierto (como parte de la escuela del Bautista seguramente) se volcó en una espiritualidad que daba mucha importancia a la comida compartida, al banquete incluyente, al picnic abierto para todos. Jesús no ayuna, sus discípulos no ayunan, y por el contrario, se les critica que siempre se les vea con dudosas compañías en alguna cena. Tanto así que el primer espacio auténticamente cristiano tras la pascua, fueron precisamente las cenas, las comidas de comunidad que darían origen a la liturgia eucarística, que sigue queriendo ser, al menos en un arrinconado vestigio, una cena.

El cristianismo no es pues, una religión de temporales abstinencias que se convierten en intercambios con el cielo, ni es el dios de los cristianos un entrenador personal de buenos hábitos morales que por medio de restricciones simbólicas nos prepara para renunciar a la vida en abundancia. El cristianismo sí es una elección de una vida simple, lejana a la codicia, la ambición y la superioridad, y eso tiene implicaciones serias y concretas en todas las áreas de la vida, pero no como presión a un dios que cede ante la deshidratación o la gastritis, sino como convicción de que es posible confiar más y vivir con menos, que lo que nos hace “agradables” - en términos bíblicos - es compartir lo que tenemos en vez de hacer todo por tener más, y luego ofrecerle a dios ratitos de no usar todo eso que nos sobra.

Hacernos una vida en la que dejamos de ser consumidores compulsivos, en la que renunciamos a ser la publicidad ambulante de las marcas que prometen aceptación, en la que no tratamos a los otros desde la superioridad, en la que las posiciones de ser cliente, usuario, líder, jefe, jamás determinan nuestro trato, en la que renunciamos a la posibilidad de hundir para escalar, en la que no convertimos al otro en una mercancía, en un simple peldaño para nuestro prestigio, es mucho más profundo y decisivo para nuestra relación con dios, pero es más fácil promover y divulgar ese otro ayuno impertinente que intenta presionar a un dios al que convertimos en tirano con nuestras momentáneas abstinencias.

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