Superstición en el Catolicismo ¿Esta es nuestra Fe?

La fe no consiste en poner a dios como testigo de nuestras ocurrencias.

dios no está aquí

En días pasados se suscitó una comprensible polémica en Colombia debido a las declaraciones de un arzobispo que le adjudicó a la estatua de un indígena el poder de inducir a las personas al suicidio. La ofensa a los pueblos originarios fue obvia y hecha con tal nivel de insensibilidad que pronto el jerarca se vio en la necesidad de ofrecer disculpas a las comunidades que rechazaron sus desafortunadas palabras. Las comunidades ancestrales merecen respeto de parte del catolicismo y sugerir que una representación iconográfica indígena pueda ser asociada a tendencias autodestructivas es todo lo contrario al respeto que merecen. Queda la duda por las implicaciones que esa penosa apreciación tiene para la fe, pues fueron hechas en medio de una dolorosa realidad de suicidios de personas que se han lanzado al vacío desde un puente vehicular. A escasos metros del puente, en un restaurante, una imagen de un aborigen sentado decora el lugar.

¿Qué teología puede siquiera sugerir que un objeto decorativo tiene semejante poder? ¿Qué espiritualidad le teme a una estatua hecha con materiales comprados en una tienda? ¿Qué doctrina y qué intención pastoral se transmiten cuando se propone quitar el indígena y poner un objeto sagrado para que las personas dejen de quitarse la vida?

Días atrás, un viejo compañero con el que compartí muchos encuentros y momentos de espiritualidad hace un par de décadas me llamó para compartirme una terrible experiencia: Su comunidad había estado haciendo unos encuentros de sanación y liberación, con alguno de esos curas y predicadores que tienen fascinación por lo sobrenatural y lo paranormal. Suelen ser encuentros a los que acuden personas que tienen sufrimientos en su salud o en su vida personal y que llegan allí con la esperanza de que una fuerza poderosa les ayude. Esta vez el encuentro fue virtual. Personas conectadas en una plataforma digital siguiendo la transmisión en la que se hacían oraciones a grito entero, lenguas, profecías, conminaciones al demonio. A cientos de kilómetros del sitio del evento una mujer que asistía por medio de su teléfono móvil se desvaneció en su casa durante la oración de liberación. No es la primera vez que sucede, es “normal” que en eventos así algunas personas caigan al suelo y luego se vuelvan a levantar, a veces tras movimientos convulsivos o gritos. Pero esta vez estaba en casa, solo con su hija pequeña, que la encontró tendida en el piso y moviéndose agitada y no supo qué más hacer que pedirle a los vecinos que llamaran a un doctor. Los organizadores no supieron del suceso hasta un par de semanas después, vía correo electrónico.

¿Hace parte de la antropología del cristianismo esa idea de que es posible hacer el mal (o el bien) de modo invisible y a distancia sin el menor acercamiento auténticamente humano? ¿Sostiene la teología católica aún hoy en día la existencia de espíritus flotantes en el ambiente que hacen temblar a las personas durante oraciones que parecen diseñadas para causar ese efecto? ¿Qué clase de vivencia espiritual es una que promueve el trance y el éxtasis pero no la erradicación de las razones del sufrimiento? ¿Hay días y horas, personas o lugares, en los que dios “obre con poder hermano” y se pueden promocionar por instagram? ¿Puestos a declarar, decretar y conminar victorias espiritistas – más que espirituales – sobre la vida de los demás, no estaría bien decretar el fin de la explotación infantil, la marginación o la xenofobia a los migrantes?

La colección de supersticiones está a la orden del día en el catolicismo. Claro, el catecismo de escritorio tiene un vocabulario que intenta resolverlo todo: no adoramos, veneramos. Ah bueno, asunto resuelto. Pero en las prácticas cotidianas de esta iglesia que, de ser una institución que funciona en el papel sería mejor que funcionara en el papiro, en el de los evangelios, lo cierto es que las prácticas de superstición y animismo parecen ser más frecuentes de lo que estamos dispuestos a reconocer; desde obispos que le adjudican suicidios a indígenas de yeso hasta vírgenes de yeso que son transportadas en aviones privados que no serán puestos al servicio del éxodo afgano, venezolano o subsahariano. Bendita sea tu pureza. Amuletos y Tótems bendecidos por tal o cual papa o cura, y que por más que tengan representaciones de alguno de los innumerables personajes y prácticas de devoción de este catolicismo popular que raya en el panteísmo y que es tan alentado por el clero, son objetos que más allá de evocar la piedad constituyen auténticas piezas de protección personal, del hogar o de las mismas corporaciones que explotan a sus trabajadores porque ser católico tiene más que ver con los guantes del padre pio que con las exigencias de justicia del Deuteronomio.

Exorcistas – oficiales y a sueldo – que tienen el don de vencer al maligno en latín pero no pueden expulsar del clero eso que a tantos de sus colegas los ha llevado a vulnerar en lo más íntimo a los más pequeños de la iglesia. Gran servicio. Que tienen la capacidad de doblegar a los espíritus pero resultan inútiles ante el tráfico de armas con el que son exterminados los pueblos de los hijos e hijas de dios. Apariciones que dicen exactamente lo contrario de lo que Jesús enseñó, profecías que han aplazado la fecha del fin del mundo y de los tiempos varias veces porque según ellos un evento de semejante magnitud puede variar si nos ponemos un rato de rodillas. ¡Qué poco serio es el dios de las supersticiones! ¡Qué fácil de manipular una divinidad a la que se le pueden arrancar favores con procedimientos!.

La fe no tiene nada que ver con nuestros horarios de gracia, con nuestros objetos de devoción, ni con nuestra colección de testimonios paranormales que tan vanos resultan a la hora de transformar el mundo. La fe no consiste en poner a dios como testigo de nuestras ocurrencias, ni mucho menos como atajo de lo que no podemos resolver. Una iglesia que ha sido incapaz de oponerse a la opulencia de los poderosos no tiene autoridad moral ni espiritual para expulsar demonios de ruina, y un clero incapaz de pararlo todo y rehacerlo todo ante los abusos a menores no tiene gracia alguna para sanar heridas plustransintergeneracionales. Nuestra confianza y fidelidad al dueño de la vida no puede expresarse en apego a objetos, en credibilidad absoluta a poderes de personas, en temores irracionales a fuerzas espectrales.

La auténtica fe es una superación de toda forma de superstición, que encuentra a dios en todo pero evita convertir a cualquier cosa en dios. Es una profunda confianza para asumir y atravesar las circunstancias renunciando a cualquier conjuro que pueda cambiarlas a mi favor. La fe es una entrega a lo esencial de la vida para que esta sea dignificada, respetada, protegida, rescatada en la más simple de sus expresiones, lo que implica que toda la estructura religiosa debe ponerse al servicio de la existencia concreta de los seres humanos en esta vida que es don, y no en paliativos con apariencia de misticismo para rendirnos ante la posibilidad de construir el reinado de dios y en su lugar aceptar el sufrimiento injusto como boleto de entrada al paraíso que aparentemente perdimos.

La respuesta de la Fe ante el suicidio, la violencia, la crueldad, la desigualdad y el dolor no puede ser un camino de superstición que desplace de nosotros la tarea de transformar el mundo, que deje en manos de seres iluminados, terrestres o celestiales, la cotidiana misión de liberar a los cautivos y oprimidos, y anunciar a los pobres la buena noticia. Ese es el único espíritu que está sobre nosotros y en nosotros, el de dios, el que quiere que cumplamos ahora, aquí, eso que está escrito como luz y como fuego. La Iglesia tiene que tomarse en serio los abismos doctrinales entre lo que dice afirmar en sus formulaciones dogmáticas y lo que propone practicar en sus consentidas piedades, pero sobre todo debe tomarse en serio la realidad que habita, de modo que nunca más la respuesta a una crisis real sea una palabrería supersticiosa.

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