En lo Secreto

Todas las personas saben orar. Aunque no todas las personas saben que saben orar. Porque orar es suspirar, es respirar, es inspirar, mientras se pronuncian las palabras que se llevan dentro, a veces con sonido, a veces con silencio. Dice Matt Maher en una de sus canciones que "el amor nunca trata de esconderse", es verdad, dios es inmediato, es el prójimo por excelencia, es el que está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Lo que pasa es que en algún momento nos convencieron de que dios estaba lejos y orar era complicadísimo.

Es probable que haya pasado en la época de la monarquía, un modelo de gobierno que tuvo resistencias sensatas en Israel, pues con el rey vienen los palacios, las cortes y la servidumbre, es decir: las castas. Y con las castas vienen los intermediarios, los protocolos y los tributos. Y si en Israel había un hombre Rey, entonces dios tenía que ser el Rey de Reyes, el Señor de los Señores, una declaración preciosa, una proclamación de que todo gobernante debía ser un cómplice del plan de dios. El problema es que al entender a dios como rey, aparecieron sus palacios, cortes, castas, intermediarios y tributos. De ahí que se establecieran toda clase de protocolos para hablarle, para pedirle, para celebrarle, razón por la que muchas personas creen hoy todavía que para hablar con dios hay que ir vestido de cierta manera, o hay que cumplir con determinados requisitos, o hay que pagar. Llenamos de protocolos la fe.

Protocolos que los profetas supieron denunciar siempre: "misericordia quiero, no sacrificios", "éste es el ayuno que quiero?" o "circunciden su corazón", y que, por las presiones conservadoras de los profesionales de la religión, sobrevivieron a los profetas. Protocolos que Jesús hizo añicos - enseñaba Jesús que el sábado fue hecho para el hombre, tocaba personas impuras todo el tiempo, no ayunaban sus amigos, no se lavaban las manos - pues no solo proponía una religión sin castas, una comunidad sin tributos, proponía una filiación sin distancias. dios y su reino están en medio de nosotros, cuando dos o tres se reúnen yo estoy, cuando cierras la puerta y oras en lo secreto, tu padre te escucha en lo secreto.

El rezo es una involución de la oración cristiana, decía Monseñor García una noche de tertulia y espiritualidad en medio de la gente más pobre de nuestra región. Y es que el rezo es apenas una puerta, es una disposición, es como tocar el timbre, pero no es la conversación íntima en la cocina de la casa de tu amigo. La repetición o la recitación pueden ayudar a concentrarse, a provocar un ambiente, pero no siempre desembocan en la libertad desnuda de quien habla "con el Señor cara a cara, como un hombre habla con su amigo" Ex 33,11. Eso se logra con la naturalidad, con la espontaneidad, con el reconocimiento de que el padre nos ve y nos escucha en lo secreto. Allá en donde decimos esas frases que nadie escucha, donde pensamos las cosas justo antes de dormir, cuando tomamos aliento para iniciar el día con fuerza, sin rendirnos. Allá en donde tiramos la toalla sin que nadie se de cuenta, en cada instante en que nos preguntamos cuándo nos llegarán las buenas noticias a nosotros. Nuestro padre está ahí, y nos ve, nos escucha, y recibe todo. Lo recibe siempre.

Quien sabe sentir sabe orar. Quien se detiene un minuto al día para preguntar: ¿hasta cuándo? o ¿por qué? sabe orar. Quien mira a los que ama y toma aliento para continuar su propia batalla, es experto en oración. Porque nuestro dios es experto en escuchar, en ver, en darse cuenta. Sin duda la espiritualidad es un acto de conciencia, es un darse cuenta, y un vivir dándose cuenta. Es responder una y otra vez a la pregunta: ¿qué tiene que ver dios conmigo? y vivir en consecuencia a esa respuesta. Pero ese acto de conciencia varía mucho si está referido a un ser distante y protocolario, o a un padre que nos espera en lo secreto. Varía mucho la respuesta a aquella pregunta si entendemos que nada de lo que somos o vivimos le es ajeno a dios padre, o si seguimos pensando que su único interés es que tengamos un comportamiento impecable frente a ciertas normas establecidas para ser admitidos en su presencia.

Hace unos años en un ejercicio con estudiantes de secundaria (16-17 años de edad) se les pidió que escribieran en papeles un fragmento de una canción cualquiera, que no fuera una canción religiosa, que podrían dedicarle a dios, cantársela. Encontré en uno de esos papeles, ese fragmento de "te doy una canción" de Silvio Rodriguez. Me lo llevé clavado en el alma hasta hoy. Todos sabemos orar.
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