Cuento de camino a la Navidad El Viaje de María

- Fragmento del libro "Felicidad comienza con Fe" -

Navidad
- Es hora de irnos
- ¿Estás seguro?
- Estoy seguro de que ya no estamos seguros
- Vamos entonces… ayúdame a ponerme de pie
- Dame la mano mujer
- Sólo si prometes no soltármela jamás
- Jamás
- Ni al pequeño
- ¿Cómo sabes que no es pequeña?
- Las mujeres sentimos estas cosas
- ¿Y qué cosas sentimos los hombres?
- Hambre… y sueño.
- Bueno, vamos! Antes de que sienta una de las dos.

Tomados de la mano salieron por la puerta del patio. Con la otra mano y sin soltarse cruzaron un par de palos mal cortados para sentir que aseguran la entrada de su casa, pero sabiendo perfectamente que tal vez a su regreso no encuentren nada, todo haya sido destruido, o saqueado. La noche los protege y los delata, la noche hace que uno vea menos pero también se oye mucho más. Cuando se va el día también se va la gente, y los niños, por fin, se quedan en silencio. Así que en las calles del pueblo se oyen pasos apresurados, hojas secas que se parten al servir de suelo a los que huyen. Nadie los ve irse, pero todos los escuchan alejarse poco a poco de ese lugar en el que estaba sembrada toda su vida, y sus flores.


Hay un paso característico de los que huyen. Van de prisa. Van determinados. Puede que no sepan para dónde van, pero saben que no pueden quedarse. Así le pasa a éstos dos, que están amenazados por parte y parte. “A ti te vamos a matar a piedra, porque ese muchachito no es de tu marido, que ni tu marido es todavía”, “A ti te van a callar en un calabozo, o vas a terminar clavado en un palo en Tiberiades por no quedarte callado cada vez que vas a la ciudad” y tienen razón, el muchachito llegó antes del matrimonio, y el hombre de la casa dice cosas muy peligrosas. Por eso les toca irse. Porque todo podrían ser habladurías y chismes de la gente, expertos como son en las vidas de los demás, pero esta mañana han aparecido marcas en la casa. Señales de sentencia. Y en este pueblo todos saben que cuando las marcas aparecen es porque los romanos le han puesto ya un letrero sobre la cabeza al que van a ejecutar. No las ponen ellos, claro, las ponen los Zelotes, que tienen infiltrados en el servicio de las guarniciones romanas y de allí toda la información sale a los pueblos. Ellos se sienten defensores de sus hermanos, y le han puesto a José una señal. Es todo lo que pueden hacer por él.

Caminar no es un problema para ellos, están acostumbrados desde muy pequeños a andar por estos mismos lugares y a descansar en los mismos sitios, en los que saben que serán recibidos y en los que hasta de pronto, sólo con verlos y notar el estado de María los anfitriones se porten mucho mejor con ellos. “Toma esto para el camino, llévate un par de mantas, que hacia la montaña hace un poco de frío, llévate un animal que te ayude, que ya es suficiente con lo que llevas dentro para además echarse otras cosas encima” total, fuera de Nazaret nadie sabe por qué están viajando, nadie sospecha siquiera lo que hay detrás de la mirada de estos dos que han empezado su historia antes de tiempo.

Desde hace 3 días que andan de pueblo en pueblo no se ha visto llorar a María, que no paraba de hacerlo en las semanas anteriores a su escape. Parece que se ha quitado un enorme peso del pecho, y que el que lleva en la panza no es tanto una carga como una razón para apretar el paso y en ocasiones hasta ser ella la que tiene que esperar que José eche un respiro, que muy constructor y muy albañil pero los hombros tienen sus momentos de decir “no más” y las pocas cosas que lograron sacar de la casa quedan por unos instantes en el suelo mientras que el hombre se tira al piso y descansa mirando al cielo.

- Me gusta más el cielo por las noches
- Es porque te crees que eres Abraham, y te la pasas contando estrellas
- Y tú eres mi Sara, y vamos juntos a una tierra distinta
- Yo linaje de princesa no tengo ni en un primo lejano de mi abuela
- En el reino de dios tú eres la princesa que se enamoró del albañil
- ¿Ah sí? ¿Qué más pasa en el reino de dios, a ver?
- Hay ríos en los desiertos, flores salen de las piedras y nadie se enferma nunca
- Y todos somos importantes… como los príncipes y los mercaderes
- Así es princesa, así es… y para mí nadie es tan importante como tú
- Me gustaría que existiera ese reinado
- Tal vez existe más acá del cielo, sólo que no podemos verlo, sólo podemos escucharlo… escucha… haz silencio…


Después de un rato retomaron el paso, tomados de las manos y con la mirada puesta en el horizonte, en el que ya se ven a lo lejos las montañas de Judea, y los caminos que van a Jerusalén. Los pueblos aquí son más grandes, más ruidosos, más llenos de gente queriendo mostrar lo que ha logrado conseguir, y de gente que sale a la calle a que todos puedan ver que ellos creen en el dios invisible. Por todas partes aparecen los edictos del rey, el nombre de Herodes se escucha por todas partes, es quien tiene el poder absoluto, y sin embargo todos saben que vive lleno de miedo, que se hace proteger más que el mismo Emperador romano, y por eso en los caminos y las calles de Judea la gente dice que se ha vuelto loco, que ya no hay sino que esperar que algo le pase, o que haga alguna barbaridad para que Roma lo saque de donde está. En los
caminos y las calles de Judea la gente habla en voz baja de que preferirían otro rey, uno más joven, uno que caminara por las calles y supiera de qué se trata la vida de la gente, uno que defendiera la vida de todos, no que ande amenazando a quien le dice que tal vez está equivocado. La gente de Judea, y más aún los de galilea quieren que las cosas cambien. Y de Galilea vienen caminando María y José, que se les nota en el acento, en la vestimenta, en la forma de saludar, en la manera de rezar, en la seriedad de sus palabras, y más a este José carpintero y albañil, que pudiendo ser un simple analfabeta se ha metido a hablar de política y de religión, esos dos temas que la gente no suele tocar porque “si de todos modos todo va a seguir igual” y “yo sí creo en dios pero no voy a la sinagoga, ni creo en esos sacerdotes” y de los dos temas juntos menos, porque “Roma es un imperio Laico, donde los representantes religiosos no deben andar diciéndole a la gente cómo tiene que vivir” y bueno, ¿qué hacen los pobres sacerdotes y los pobres rabinos, si no saben hacer nada más?.

José tiene alma de filósofo, de esos que van de pueblo en pueblo y hablan de las cosas de la vida, y le hacen a la gente las preguntas que la gente no quiere hacerse. Él quisiera poder hablar más, poder decir más cosas, pero ya ha dicho demasiado, y por eso le tocó irse de Nazaret, ahora sabe que de su silencio depende la vida de su hijo. Ya llegará la hora de hablar con él, de sentarse horas a contarle lo que ha sido de este pobre pueblo, sometido una y otra vez, con tan poquita libertad y con tantas ganas, con tanta gente que no vive como merece y con tantos que no los dejan ni intentarlo, con gente que habla de dios sólo para que los demás no hablen de nada.

La espalda de María empieza a pedir auxilio, los dolores y el cansancio se le acumulan por las tardes y cada vez las jornadas de viaje se hacen más cortas. Una mujer en este estado no debe andar por esos caminos tantas horas, pero deben llegar a Hebrón, que es el único lugar en donde tienen parientes en Judea. José la mira cada cierto tiempo y le acaricia la frente, le seca el sudor y le recuerda que ya nadie va a poder meterse entre los dos, que no habrán habladurías ni chismes ni intrigas que le hagan dudar de que ella es la mujer con la que quiere hacer su vida, con la que quiere sembrar flores, con la que
quiere tomarse de la mano y tumbarse a contar estrellas, ella es, y lo sabe. María le recuerda que sin él no habría sueños, ni habría familia, ni habría nada, le recuerda que él es el pedazo del reinado de dios que le tocó a ella, y que no quiere recibir nada más, que los tres lo valen todo y que él es la razón de todo eso, él es y lo sabe. Aunque la espalda pida descanso María aprieta los labios y sigue adelante, ya cerca de Belén, en donde nació una vez un joven que llegó a ser rey.

- Vamos a tener que entrar en ese establo que se ve allá arriba, ¿puedes caminar un poco más?
- No se hacen preguntas cuando no hay opciones, vamos
- Tendrás todo lo que necesitas, lo buscaré en el pueblo
- Tengo todo lo que necesito aquí conmigo, extiende unos mantos sobre el suelo y ya te alcanzo
- Seguro tendrán agua cerca, para llenar los bebederos
- Seguro
- Por fortuna nadie recuerda el día en que nació, o este hijo nunca nos perdonaría estas condiciones
- Pero nadie olvida tampoco el día en que le nacieron sus hijos. Y José… él nos perdonaría todo


José acomoda los animales, limpia un poco y extiende los mantos en el suelo. Corre a buscar agua mientras que María lentamente se acerca al establo, justo a tiempo para que empiecen a caer las gotas de una lluvia repentina de la que alcanzan a resguardarse junto con los animales. Seis días pasaron sin que María pudiera caminar, como si en cuanto hubiera decidido descansar todo su cuerpo le hubiera obedecido y ninguna parte estuviera dispuesta a moverse por ahora. El que no puede descansar es José. Está corriendo de un lado a otro pidiéndoles a los pastores de los prados cercanos algunas provisiones de comida y abrigo, va, viene, corre, carga cosas, lava las ropas de los dos, limpia el establo, y trae lo que las familias de los pastores han enviado.

Las primeras cosas que tendrá este niño se las han regalado unos cuantos pastores pobres que apenas si son dueños del aire que respiran. Los acompaña una mujer que se ha acercado a encargarse del nacimiento del hijo de estos dos. Nació en una noche cálida, con las estrellas brillando sobre el establo, y José contándolas mientras que alza a su hijo. María duerme. Los pastores han venido con sus hijos, con sus mujeres, todos se alegran, hay un poco de vino, cantan, se abrazan, le dan gracias a dios, esto parece el año nuevo, pero no. Es Navidad.

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