Vuelve a jugar, pecarás menos. A dios le interesa el Voleibol

"Pecamos cada vez que no estamos a la altura de nuestras posibilidades" José Luis Cortés

Voleybol
Conversaba la semana pasada con un grupo de jóvenes, mujeres todas, que se preparan para vivir el sacramento de la confirmación. Era su jornada de reconciliación y mientras unas de ellas pasaban a confesarse con los presbíteros, algunos laicos las acompañábamos con testimonios y reflexiones. Tuve que conversar con ellas sobre el pecado. Casualmente, en días anteriores había estado preparando junto a una entrañable hermana argentina una charla sobre el mismo tema, así que muy en contra de mi voluntad, estaba preparado.

Si tuviera que elegir, nunca hablaría del pecado como un tema central en la predicación cristiana. No creo que haga parte de nuestra buena noticia. Pues aunque pecar es algo sumamente humano, es mucho más humano amar. Y la predicación sobre el pecado se me asemeja más a lo que sería una religión de Juan el Bautista que una de Jesús de Nazaret. En fin, como no todo lo que uno desea en la vida lo puede lograr, preparamos y organizamos la charla, y entre las muchas cosas que fuimos revisando como posibilidades, apareció una vieja canción de Bacilos: “guerras perdidas” que para mí tiene una de las mejores definiciones de pecado que he oído:

¿Quién pudo ser tan ciego para chocar, de frente contra el fuego como mariposas?

¿Quién pudo ser tan loco para cambiar, el sol de la mañana por la llama de un fuego cualquiera?

No es solo la genialidad de Villamizar, es Jeremías, que anunciaba el doble pecado de Israel, que no solo se había apartado del Señor, manantial de agua viva, sino que se había construido unas albercas agrietadas que ni siquiera retenían el agua.

Con esta metáfora construimos la reflexión con aquellas chicas, les pedimos que pensaran en todas aquellas situaciones en las que se habían conformado con un fuego cualquiera pudiendo tener al sol de la mañana.Pecar, decía Cortés, es no estar a la altura de nuestras posibilidades. Entonces, una por una fueron compartiendo que sabían que estaban desaprovechando tiempo en familia, o afecto en sus relaciones, o profundidad en sus decisiones, que muchas veces se acostumbraban a poco cuando podían vivir mucho, y que algunas incluso sentían que habían renunciado, ya a su edad, a la felicidad a cambio de tener pequeñas satisfacciones momentáneas, por esa cruel desesperanza que a veces inspira la vida que mostramos los adultos.

Una de ellas, Mónica, al llegar su turno dijo que no tenía algo importante qué decir, que había estado pensando en algo poco relevante. Le preguntamos y nos contó que de niña jugaba voleibol, que era lo que más le divertía y le alegraba los días, pero el juego se volvió entrenamiento, y se volvió torneos, y campeonatos, y ya no era jugar sino exigirse, todo era rendimiento, puntos, corregir errores para tener victorias, y llegó a odiar el voleibol, hasta dejarlo por completo. Y lo que quería era esa plenitud en su pecho cuando jugaba sin pretensiones, cuando, ganando o perdiendo, disfrutaba cada golpe a la pelota, cada salto junto a la malla, cuando la felicidad no estaba encasillada en resultados.

Sigo impresionado. ¿Qué clase de dios le enseñaron a Mónica, que alcanza a pensar que ese dios no está interesado en el voleibol? ¿Qué tipo de doctrina irreal y desencarnada le hizo creer que para su padre no era importante lo que le hacía vibrar el corazón?¿Por qué consideramos pecado solamente la ofensa a la divinidad (sean serios) y olvidamos que fuimos hechos para la plenitud y que renunciar a ella es vaciar de sentido toda la existencia? Bueno, la respuesta está en su misma reflexión.

Era una aventura de libertad, de amor incondicional, de explorar el corazón de los otros para encontrar allí la riqueza de la creación. Era emocionarnos con la posibilidad de proteger a los débiles, y de ser protegidos por los hermanos en la propia debilidad. Era un viaje arriesgado, lejos de la propia tierra, era vivir con la esperanza de la promesa, teniendo sobre el horizonte la certeza de que aquel a quien seguimos por el camino, es el camino mismo, y todo eso lo convertimos en competencias, sistemas, jerarquías, estructuras, rituales, instrucciones minuciosas sobre cada pequeño respiro que damos, alertas y advertencias de todo lo que puede contaminarnos, al punto que el cristianismo, esa fuerza transformadora que ha querido convertir al mundo en el reinado de dios, para muchos se ha hecho muy fácil de odiar, y de dejar por completo. Desde que los sacramentos se convirtieron en trofeo y la buena noticia en sanciones del reglamento, ya casi nadie quiere jugar con nosotros, y cuando quieren, se desilusionan al ver que aquí dentro poco o nada jugamos.

Mónica, maifren, a dios le interesa mucho el voleibol, y le encantará verte jugar de nuevo.

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