Sobre la universidad y el “mercado” laboral

“Empleabilidad” y “productividad”, “responsabilidad” y “dignidad” en el estudio universitario y en el trabajo

Como alguien con un profundo interés en el sistema universitario y las diferentes propuestas acerca de cómo mejorarlo, leí la semana pasada un artículo escrito por Benito Arruñada, Catedrático de Organización de Empresas en la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona, titulado “Más mercado y menos política en la universidad”. Ya en la tercera frase de este trabajo —en el cual el autor sostiene nada menos que la universidad sólo puede estar al servicio o del “mercado” o de la “política”, como si “mercado” y “política” fuesen las únicas dos opciones (o mejor dicho, dos opciones distintas entre sí) —supe que tendría que escribir unas líneas como respuesta.


Dado el transcurso del fin de semana del Día del Trabajador entre el momento en que leí el artículo y el en que escribo estas líneas, he estado pensando en la conveniencia, o no, de la idea de un “mercado” laboral. Lo que me parece más exasperante del trabajo de Arruñada es su afirmación de que la única función de obtener una educación universitaria es la de poder transmitir una “señal” al mercado de trabajo del mayor nivel de “capital humano” que uno ya posee y, por tanto, de su aumentada capacidad para rendir en la profesión escogida. Tal es así que una “titulación” (y las comillas son originales) en una disciplina que sufre de baja demanda es necesariamente una titulación de baja (“cuestionable”) calidad. Pero, ¿qué implicaciones tiene conceptuarlo como un “mercado” laboral —y es este realmente tan eficiente, o tan inevitable, que no podemos cuestionarlo incluso en el nivel de lo teórico?


Lo que quiero decir es que solo porque la idea de un “mercado” laboral ya está tan incrustada en nuestra sociedad como para parecer una certeza eterna o realidad inexorable no significa que no podamos remarcar su artificialidad y señalar su límites. Tal interrogatorio, no obstante, no pasaría por la aceptación irreflexiva de la intromisión “política” que Arruñada observa en la actual administración universitaria. De hecho, no podría estar más de acuerdo con la tesis del autor de que las razones por la ineficacia agobiante que afecta actualmente al sector universitario en España (culpable de que se manden las “señales” confusas al mercado laboral acerca de las capacidades de sus graduados) —que incluyen la promoción de lo público a coste de lo privado y de una educación universitaria sobre la formación impartida en escuelas vocacionales, y las subvenciones dadas a ambos lados de un sistema (estudiantes y facultades) que hace muy poco para fomentar la excelencia y la competividad— son todas resultadas de decisiones políticas cuestionables. No: solo pretendo recordar que tanto en la universidad como en la economía general hay mucho más en juego que solo “política” o “fuerzas del mercado”. No hay ninguna falacia más perniciosa en la España de hoy que la de afirmar que la crisis solo se puede solucionar desde más intervención estatal, por un lado, o desde la completa abstención del Estado de los mercados, por otro.


Hay mucho que podría decirse sobre este asunto pero hoy quisiera centrarme en un único punto: que el hecho de que el buscar y contratar trabajo se lleva a cabo en algo que se llama el “mercado” laboral es, más que una mera contingencia, una injusticia histórica execrable. El otro lado de una educación universitaria, según Arruñada, es la “creación de capital humano” (cuyo adquisición se “señala” al mercado de trabajo en la presentación de una credencial universitaria, como he dicho más arriba): esto es el trabajo como una comodidad, “como cualquier factor de producción vendido y comprado en el mercado,” como escribió Ludwig von Mises, uno de los defensores más vocales del mercado libre. Pero hay una alternativa: el trabajo como dignidad. Como escribe Michael Sean Winters en una reseña reciente del libro excelente de Angus Sibley, Catholic Economics: Alternatives to the Jungle, “. . . la perspectiva católica tradicional [es] que el trabajo es propio a la persona humana, que la persona humana no puede alcanzar su potencial sin él, que el trabajo proporciona dignidad esencial e integral, no meros cálculos de productividad”. La palabra empleada por Arruñada para la medida de una educación universitaria adecuada —“empleabilidad”— es simplemente otro término para una “productividad” futura. Por decirlo de otra forma: los universitarios estudian simplemente para convertirse en “meros ejecutores silenciosos, sin posibilidad alguna de hacer valer su experiencia”, como Juan XXIII lo expresó en Mater et magistra (92): un papel que no tiene en cuenta la singularidad del individuo y su “vocación,” la cual hasta Arruñada la considera importante. Cuando se entiende que el trabajo que un graduado asumirá, en cambio, le aportará dignidad en vez de simplemente aumentar la productividad, la habilidad correspondiente que hay que adquirir en la universidad se podría denominar "responsabilidad". Esto va más allá de las nociones imprecisas de “madurez” y diversas “actitudes” o “aptitudes” provechosas que Arrruñada reconoce implícitamente han sido los objetivos de la educación universitaria “politizada”. Como escribió Juan Pablo II en Ex corde Ecclesiae (33; énfasis suya), la responsabilidad que tienen que aprender los estudiantes de las universidades católicas consiste en “. . . [e]l examen y . . . la evaluación, desde el punto de vista cristiano, de los valores y normas dominantes en la sociedad y en la cultura modernas”, y en la comunicación “a la sociedad de hoy aquellos principios éticos y religiosos que dan pleno significado a la vida humana”.


(Aparte: no podría darse tal fenómeno como la “sobre-titulación” o “subocupación” de Arruñada en una universidad y mercado de trabajo que realmente privilegiaran la adquisición de la responsabilidad por parte de los universitarios. ¿Como se puede ser “sobreresponsable”? El problema que se presenta como “sobre-titulación” en España es, en realidad, un problema de sobreprofesionalización, de la archiconocida “titulitis”: todo surge de la idea generalizada de que una persona es necesariamente incapaz de trabajar en una profesión simplemente porque carece de una credencial educacional determinada. Si el ejercicio profesional en España fuese realmente libre (y con eso no digo abierto a todo el mundo) —o si su regulación respondiera a un sistema educativo y un mercado laboral que valoraran la versatilidad que se aprende en el curso de la adquisición de un sentido de responsabilidad (en vez de la sobre-especialización que se privilegia cuando el (futuro) trabajador es tratado como una pieza más en el engranaje)— quizás hubiera menos “sobrecualificación” de la que conocemos hoy. Los graduados más responsables podrían moverse mucho más libremente entre disciplinas y profesiones porque serían mucho más resilientes y versátiles.)


Haría falta otra entrada, por lo menos, para explicar en el detalle debido exactamente en qué consiste este objetivo de competencia en responsabilidad en el contexto del aprendizaje universitario. Por ahora, no obstante, y como ya he dicho, he tenido un propósito simple y modesto: el de sugerir, meramente, que la visión católica de la educación universitaria y del “mercado” laboral al que está diseñada dar acceso difiere mucho tanto de la de “ortodoxia” económica imperante como la del intervencionismo político. Por un lado la universidad, en el pensamiento católico, no debe estar al servicio del mercado laboral sino a su vez debe educar sus estudiantes a cuestionar su tendencia deshumanizante a equiparar el “trabajo” con la “productividad”. Por otro, la universidad no puede aspirar a producir graduados que se sientan responsables a y por la sociedad si no se le esfuerza a rendir cuentas —o bien a través de la introducción de competidores o bien vía un aumento en controles de calidad— por el dinero público que recibe. La universidad, y el “mercado” laboral al que pretende conducir, bajo los auspicios del “bien común” que antedata al mercado y al Estado porque está basado en lo humano: nadie que no estuviera convencido de la configuración antes la encontrará atractiva ahora. Pero es conveniente que se nos recuerde, de vez en cuando, que hay alternativas a la brecha tan tediosa —y peligrosa— entre derecha e izquierda.
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