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"La corriente de aire ha pillado desprevenidos a unos cuantos, poco dados a ventilar"
La anécdota me la cuenta un obispo. Sucedió en plena convulsión por la convocatoria del Vaticano II. Tenía que ver con el fuerte acatarramiento que estaban sufriendo en aquellos días algunos curiales. Juan XXIII tenía claro el diagnóstico, el origen de aquel virus: "Cuando se abre la ventana y entra aire, algunos respiran mejor, pero otros se enfrían", me dice este obispo, que respira a dos pulmones con el papa Francisco. Hoy, sucede algo parecido, aunque con la penosa constatación de que, una vez rota la primera línea de anticuerpos de la misericordia, los retrovirales contra el retrógrado recalcitrante tienen un efecto muy justito.
Francisco, hace diez años, se propuso volver a abrir las ventanas y la corriente de aire ha pillado desprevenidos a unos cuantos, poco dados a ventilar. Molestias en la digestión, acompañadas de creciente irritación ocular a la hora de leer según qué cosas y posibilidad de sarpullidos en forma de dubias mostraban los efectos de un virus que, en algunos casos, pueden tener efectos secundarios capaces de descompensar los niveles de comunión e incluso desembocar en algún amago de cisma. Casos abundantes se han visto también en la redes sociales de afectados soltando espumarajos por la boca. Aquí suele funcionar la cuarentena y el aislamiento severo hasta que remita el ataque.
Del calor reconfortante de las sacristías calefactadas por otros pontificados, algunos se han puesto a temblar ante la Iglesia hospital de campaña y están viviendo esta década de Francisco con la tiritona de una auténtica noche toledana, tal vez por ello, en días de temperaturas gélidas, ha llamado la atención a nivel internacional (en Roma siguen el caso de cerca) el brote agudo de cisma aparecido en la histórica sede primada en un puñado de curas.
Cierto es que allí, hace tiempo que se observa un reservorio viral y no se acaba de transigir con vacunas conciliares, porque el espíritu negacionista está también arraigado, de ahí que esporádicamente surjan algunos casos infecciosos. Incluso se ha detectado también una mutación llevada por algunos de esos curas a otras sedes que están bajo jurisdicción de la primada.
El caso es que, a punto de contagiarse, su arzobispo ha tenido que salir a pedirle a estos curas que se pongan la mascarilla para no pasarse el cisma entre todo el presbiterio, y no faltan ahora quienes dicen que tanto él como sus antecesores son los responsables de mantener el caldo de cultivo entre los muros del seminario para la pervivencia de ese patógeno.
Otro amigo me comparte la receta utilizada por otro Papa para casos similares, es cierto que no tan virulentos como en el de este brote 'pericismático', en donde se ha llegado a rechazar la doctrina pontificia. Entonces, al parecer de mi amigo, se mantenían más las formas que ahora.
Resulta que hubo un cardenal que un día escribió un artículo formulando una serie de críticas más o menos veladas -"nada parecido a lo de ahora", subraya mi amigo- a Pío XI. Al día siguiente, el Papa le hizo llamar. Al entrar a la audiencia, el Pontífice le espetó: "Entra usted como cardenal y sale como padre jesuita".
La medida tuvo un inmediato efecto balsámico y la inflamación comenzó pronto a remitir. Es cierto que, desde entonces, el virus ha seguido mutando y a la vista está que circula profusamente, incrementado por el efecto rebaño de las redes sociales, donde las 99 ovejas salen a zurrarle a la perdida. Los síntomas de esta cepa demuestran que sus efectos son más inmisericordes porque las seguridades de siempre se han visto resentidas, dando lugar a otro mal, el resentimiento.
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