Cuidado con la tentación de repliegue en el camino de acompañamiento con las víctimas Confer pone la otra mejilla

Hay bofetadas que se dan con medio siglo de retraso. Y en la tarde de ayer, el auditorio de la Fundación Pablo VI, en Madrid, retumbó con el bofetón que las supervivientes de aquellos reformatorios franquistas, gestionados sin piedad por congregaciones religiosas, dieron en la cara de Confer y de las representantes de aquellas monjas que aterrorizaron a una generación de inocentes que vivió el infierno en la tierra
Fue el difunto papa Francisco quien enseñó a la Iglesia que en el alma de las víctimas de abusos de todo tipo había que entrar descalzándose. Y que había que arriesgarse también a que en ese territorio sagrado, cartografiado por el dolor y el abandono, no dejasen entrar a cualquiera, y menos a quienes pertenecían a una institución que las había machado hasta anularlas
Ha faltado tiempo a los policías de lo sagrado para reprochar a la Confer un acto de perdón profundamente evangélico y del que salió finalmente escaldada, por lo que ya abonan con el fertilizante ácido de la falta de misericordia –de elaboración propia– el camino de vuelta a una acogida y reparación a las víctimas en el que nunca creyeron
Les resultará de muy difícil comprensión –a ellos y a la mayoría de los obispos– que el presidente de las religiosas y religiosos españoles, Jesús Díaz Sariego, pusiese la otra mejilla nada más finalizar el acto de una manera que no hubiera imaginado el dominico tras las muchas reuniones conjuntas mantenidas con las supervivientes
Ha faltado tiempo a los policías de lo sagrado para reprochar a la Confer un acto de perdón profundamente evangélico y del que salió finalmente escaldada, por lo que ya abonan con el fertilizante ácido de la falta de misericordia –de elaboración propia– el camino de vuelta a una acogida y reparación a las víctimas en el que nunca creyeron
Les resultará de muy difícil comprensión –a ellos y a la mayoría de los obispos– que el presidente de las religiosas y religiosos españoles, Jesús Díaz Sariego, pusiese la otra mejilla nada más finalizar el acto de una manera que no hubiera imaginado el dominico tras las muchas reuniones conjuntas mantenidas con las supervivientes
Hay bofetadas que se dan con medio siglo de retraso. Y en la tarde de ayer, el auditorio de la Fundación Pablo VI, en Madrid, retumbó con el bofetón que las supervivientes de aquellos reformatorios franquistas, gestionados sin piedad por congregaciones religiosas, dieron en la cara de Confer y de las representantes de aquellas monjas que aterrorizaron a una generación de inocentes que vivió el infierno en la tierra.
"Eran reformatorios disfrazados de conventos", señaló Consuelo García del Cid, una de aquellas niñas traumatizadas de por vida, que vivió el suicidio de una amiga cuando la edad lo que les reclamaba era amor y ternura. "Perdimos la libertad y también la fe, porque en esos lugares Dios no estaba", expresó con una dureza que nos habla del callo que deja el dolor acumulado.
Fue el difunto papa Francisco quien enseñó a la Iglesia que en el alma de las víctimas de abusos de todo tipo había que entrar descalzándose. Y que había que arriesgarse también a que en ese territorio sagrado, cartografiado por el dolor y el abandono, no dejasen entrar a cualquiera, y menos a quienes pertenecían a una institución que las había machado hasta anularlas.
No fue el Pontífice argentino ajeno a la contradicción que este vergonzoso tema ha causado en el seno de la Iglesia y sólo cuando palpó en primera persona el dolor de las víctimas entendió el mal causado amparándose en un Dios que, como destacó García del Cid, esos niños y niñas nunca encontraron reflejado en sus abusadores.

Todo ese caudal acumulado de dolor se desbordó en la tarde de ayer y anegó a los representantes de las 400 congregaciones acogidas bajo el paraguas de la Confer. Las hubo que se fueron molestas y desconcertadas, con lágrimas en los ojos algunas y con el 'ya me lo temía yo' en los labios otras.
Llegaron con buena voluntad y se marcharon desoladas. En la Iglesia, sólo en ámbitos de la Conferencia Episcopal Española (CEE) podían regocijarse por aquella explosión de ira contenida, que les da alas a la mayoría de los obispos –y a quienes son los descendientes ideológicos de quienes idearon el lamentable Patronato de la Mujer– para seguir evitando un acto púbico de perdón y reconocimiento en la sede de Añastro.

Ha faltado tiempo a los policías de lo sagrado para reprochar a la Confer un acto de perdón profundamente evangélico y del que salió finalmente escaldada, por lo que ya abonan con el fertilizante ácido de la falta de misericordia –de elaboración propia– el camino de vuelta a una acogida y reparación a las víctimas en el que nunca creyeron.
Les resultará de muy difícil comprensión –a ellos y a la mayoría de los obispos– que el presidente de las religiosas y religiosos españoles, Jesús Díaz Sariego, pusiese la otra mejilla nada más finalizar el acto de una manera que no hubiera imaginado el dominico tras las muchas reuniones conjuntas mantenidas con las supervivientes.
Frente a la tentación del despecho, evangelio. Lo había dicho en su intervención al mostrar el deseo de "ir caminado hacia una Iglesia más humana, compasiva y coherente con el mensaje de Jesús". Y lo reiteró al finalizar el acto, en una breve comparecencia ante los periodistas, donde, de alguna manera, comprendió la reacción de las víctimas y supervivientes del Patronato de la Mujer, agrupadas en la asociación Las desterradas hijas de Eva.

Lo contextualizó Díaz Sariego en "un proceso largo y necesita un tiempo de sanación", empatizando con "un sufrimiento muy doloroso para estas personas", por lo que contextualizó el boicot final del acto "como una necesidad de expresar la rabia".
Seguro que no todos en Confer pensarán lo mismo. El acto de ayer probablemente necesite también de "un proceso" de asimilación por parte de algunas congregaciones. Quizás pueda convencerlas Díaz Sariego de que escuchar el dolor es el primer paso para entender las atrocidades sufridas que acompañan de por vida.
Cuando se entra en esa dimensión –a la que la Vida Consagrada no debería ser ajena–, sólo queda una opción: poner la otra mejilla. Y seguir caminado.
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