¿Por qué le critican ahora la derecha y el independentismo? “Omella, después de Jubany, es el mejor arzobispo que hemos tenido en Barcelona”

Juan José Omella, cradenal-arzobispo de Barcelona y presidente de la CEE
Juan José Omella, cradenal-arzobispo de Barcelona y presidente de la CEE

Cinco años después de su llegada, el clero nacionalista (no independentista) valora el trabajo pastoral del  cardenal: “Es mucho mejor de lo que esperábamos”

El Arzobispado niega la información de 'El Mundo' sobre el cierre de parroquias en la capital catalana:  “Es completamente falso”

Le culpan de ser el enterrador del cristianismo en Barcelona, de cerrar por derribo de la fe las parroquias de la capital catalana. Y todo, por el maridaje, dicen, entre la Iglesia y el procés que él habría consentido. Pero, sobre todo, lo dicen porque su arzobispo, el cardenal Juan José Omella, no ha resultado – él, que es de Teruel- ser el españolazo que pensaban que anatematizaría a ese nada desdeñable porcentaje de catalanes que se han echado al monte del independentismo sálvese quien pueda, ese tumor que le ha salido al nacionalismo catalán que iba a misa y cuyo seny está secuestrado por unos charlatanes.

Por eso hoy Omella no le gusta al independentismo que acaba de pactar in extremis un nuevo Gobierno donde Junts hará de poli malo, ni al nacionalismo españolista del PP de Pablo Casado, que entiende que el también presidente de la Conferencia Episcopal Española no es suficientemente beligerante con el Gobierno de Pedro Sánchez y no convoca a la Plaza de Colón contra la eutanasia o la reforma educativa que le ha hecho un roto a la Religión en la escuela.

La 'nueva normalidad' del cardenal Omella y Salvador Illa en Cretas
La 'nueva normalidad' del cardenal Omella y Salvador Illa en Cretas

Así se explica que en esa realidad líquida en la que se mueve Cataluña, la derecha, también la eclesial y la mediática, culpe a Omella de acelerar el proceso de secularización de esa comunidad, desde hace décadas, junto con el País Vasco, la más secularizada de España, y que el independentismo ahora haya dejado de ir a misa, cuyos bancos empiezan a ser ocupados (tímidamente, eso sí) por los socialistas del PSC, con Salvador Illa -el exministro y zapador del cardenal en el Gobierno “socialcomunista”- a la cabeza.

Desactivar a un "independentismo enloquecido"

Como sucedió con el descenso de la práctica y creencia religiosa en el País Vasco, sustituida por un nacionalismo que antepuso la tierra a Dios, el independentismo solo se acerca ahora a los monasterios catalanes para buscar respaldo, pero estos, incluso los más emblemáticos, han acogido la consiga el papa Francisco y su hombre en aquellas tierras de tratar de bajar la inflamación que amenaza con dividir aún más a la sociedad catalana.

Omella, con Rajoy y Puigdemont
Omella, con Rajoy y Puigdemont Agencias

Así pues, Omella hoy, cinco años después de llegar a la sede catalana, solo convence a los rescoldos del nacionalismo que queda de la vieja CiU, desencantado este con los vendedores de “un nuevo cielo y una nueva tierra”, a los que consideran “absolutamente enloquecidos”; y a aquel reducto socialista ilustrado que desoyó los cantos de sirena del independentismo y, en medio de un cierto desprecio de sus propios correligionarios, se mantuvo fiel a sus creencias hasta que encontró en el pastor aragonés a alguien a quien poder contar sus desdichas.

De ahí los ataques de estos días, en donde se ponen en el debe pastoral de Omella un plan para cerrar la inmensa mayoría de las parroquias barcelonesas, algo que ha sido desmentido por el propio Arzobispado, que afirma que “es completamente falso que la propuesta proponga el cierre de 160 de las 208 parroquias y la conservación de solo 48 parroquias, con lo que se cercenaría drásticamente la presencia evangelizadora y social”.

Tras la senda de Milán

“La reducción de párrocos –señala un comunicado hecho público el 17 de mayo- no significa la reducción de templos. Lo que se pretende es precisamente reforzar la presencia pastoral, adaptándola a las necesidades actuales y futuras, tal como se ha hecho en otras diócesis como la de Milán, con buenos resultados. Por ello, la propuesta en Barcelona sugiere agrupar todas las parroquias de la diócesis en 48 ‘Comunidades pastorales’ de entre 3 y 6 parroquias alrededor de una parroquia central de un barrio o comarca”.

Una medida que, sin embargo, solo parece haber disgustado al clero más tradicionalista, nostálgico de templos y confesionarios a rebosar que no volverán porque nunca fueron auténticamente verdaderos, como bien parece que ha comprendido el recién nombrado obispo de Bilbao, Joseba Segura.

Omella, con Pablo Casado
Omella, con Pablo Casado

Sin embargo, y curiosamente, ha sido el clero más nacionalista, el que en un principio acogió con más disgusto a Omella, un aragonés que hablaba un catalán chapurriau, el que más valora esta iniciativa y, en definitiva, el magisterio episcopal del cardenal en este lustro. A ellos les ha “sorprendido” que a sus 75 años recién cumplidos, el purpurado se haya embarcado en semejante restructuración, “cuando otros lo dejarían para el siguiente obispo”.

Coraje ante lo ineludible

Valoran estos sacerdotes que se trate de “un plan realista, discutible y abierto a cambios”, subrayan, y para el que “se necesita un cierto coraje para afrontar una ineludible reorganización que acabará llegando al resto de diócesis, porque en Barcelona se mantienen unas estructuras de hace al menos medio siglo”. En este sentido, Omella “lo está haciendo mucho mejor” de lo que esperaban cuando llegó y ahora no dudan en afirmar que “está siendo, después de Jubany, el mejor arzobispo que ha tenido Barcelona en años”.

Y ello, en medio de una situación tremendamente complicada que Omella, aseguran, no ha querido soslayar: “Estamos en cuadro en cuanto al número de sacerdotes, muy mal, y hay una situación real de religiosidad decreciente en Cataluña, con un proceso de secularización muy importante, mucho más de lo que nos hubiéramos imaginado, en el cual colabora también este independentismo desquiciado”.

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