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Félix Bolaños vuelve 'convertido' tras su audiencia con Francisco
Es un fenómeno que con mayor o menor intensidad (Carmen Calvo fue y vino con el colmillo retorcido) viene pasando desde que los diferentes miembros del Gobierno de coalición van al Vaticano a reunirse con el papa Francisco: parece que van a Lourdes, porque vuelven transformados. Y el caso del ministro Félix Bolaños me resulta muy sintomático, parece que se hubiera caído, como Obelix, en una marmita, pero esta de agua bendita.
Bienvenidas sean todas estas caídas del caballo de los prejuicios y los estereotipos. Conozco un buen puñado de obispos españoles a los que nunca les he oído hablar con la admiración casi adolescente con la que este mediodía he escuchado al ministro de la Presidencia, y mano derecha del presidente Pedro Sánchez, referirse al papa Francisco.“Es un hombre bueno, cálido, cariñoso, inspirador”. “Estamos en plena sintonía”, señalaba, refiriéndose a las líneas del Gobierno y a las del pontificado de Bergoglio. Este, en todo caso, le regaló todas sus encíclicas, para que la próxima vez no haya excusas.
Además, Bolaños fue obsequiado por el Papa con una medalla conmemorativa del noveno año de su pontificado, detalle que le agradeció afirmando entusiasta que “espero recibir muchas más medallas conmemorativas”, y me lo imaginé como un groupi cualquiera ante sus ídolos, en este caso como un papista convencido de su infalibilidad, esa que le niegan tantos de dentro.
Bolaños no fue a Roma a denunciar nada, ni siquiera a algunos obispos, fue a buscar lo más parecido a un selfie que le franquee de nuevo una intercomunicación sincera, después del tentetieso que le dio Omella en su propio despacho por la jugarreta a cuenta de los bienes inmatriculados, una jugada maestra del trilerismo político y clara muestra de la sempiterna bisoñez de algunos eclesiásticos de carrera.
El tirón de orejas no le gustó a Bolaños, pero hasta el Papa sabe que fue merecido. Harían bien la Moncloa en no menospreciar el talante y el talento que se le pone en frente. A pocos van a encontrar tan convencidos de la necesidad e importancia del diálogo. A pesar de las zancadillas. Aunque estas puedan hacer tambalear la confianza, siempre mejor consejera para llegar a acuerdos. Cuando hagan falta. Como ahora.
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