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El desierto habitado de Santos Urías
La derecha, desconcertada, califica la audiencia con Bergoglio de “cumbre comunista”
Diríase que la izquierda española –para desconcierto primero, y ofuscación después, de la derecha- vive una especie de idilio con el pontificado de Francisco que hace que, incluso entre sus organizaciones, haya celos que llevan, igual que en el caso de algunos enamoramientos adolescentes, a gestos impetuosos para llamar la atención que no dejan de ser meteduras de pata sonrojantes, como acaba de hacer el Gobierno de Pedro Sánchez anunciando a destiempo la candidatura de la exministra Isabel Celáa para la embajada de España ante la Santa Sede sin tener aún el plácet vaticano.
Este intento de marcar territorio por parte del PSOE ante el conocimiento de que la vicepresidente segunda, Yolanda Díaz, iba a ser recibida el sábado 11 de diciembre por el Papa en el Vaticano, es, sin embargo, una grave torpeza fruto de que los socialistas han dejado de escuchar a su ala cristiana (nunca la han tenido muy en cuenta, eso es lo cierto), en tanto que en Unidas Podemos parecen haber descubierto que “el factor católico” más en sintonía con el papado de Bergoglio está no solo desatendido, sino maltratado y estigmatizado como rehén de la derecha. Y son algo más que un puñado de votos: hasta ahora, más de la mitad del electorado socialista.
Lo vio venir muy bien el exvicepresidente Pablo Iglesias, que aunque no esté muy de acuerdo con el “régimen” de la Transición, por fin reconoce el papel que en el advenimiento de la democracia jugaron los cristianos, muchos de ellos, fermento en sindicatos, como en el que militó y acabó dirigiendo en Galicia el padre de la vicepresidenta segunda del Gobierno de coalición.
“Más allá de las ideas, más allá de las creencias de cada uno, creo que hay que valorar a los actores políticos por sus actos y en este país hay que agradecerles por igual a los cristianos, a los católicos, a los comunistas, a los socialistas y a todos aquellos que lucharon por las libertades de todos, más allá de su propia ideología”, afirmó Pablo Iglesias el pasado mes de octubre en una conferencia en Guadalajara.
Sentado al lado del teólogo Juan José Tamayo, el exlíder de Podemos fue un paso más allá y, al destacar el compromiso del actual Pontífice con la democracia y el diálogo, señaló que “eso explica el odio indisimulado de la derecha española al papa Francisco y creo que eso debería hacer reflexionar a la izquierda sobre la necesidad de establecer alianzas y complicidades con los sectores de la Iglesia católica que defienden la democracia, el diálogo y la tolerancia”.
Ese mismo mes, vendría también una claro guiño en ese sentido por parte de Yolanda Díaz, quien en un muy comentado tuit con motivo del 12 de octubre, y haciendo alusión a la entrevista de Francisco en la Cope, escribía: “Hoy desfilan nuestras FFAA y quiero mostrarles respeto y gratitud. Un nuevo país avanza: uno que protege, es plural y mira al futuro. Además es un día para reflexionar sobre nuestro pasado compartido y trabajar por reconciliarnos como decía el @Pontifex”.
Así pues, la política gallega, la más valorada en las encuestas del CIS (valgan estas lo que valgan), tomaba el relevo a Pablo Iglesias también en los elogios a Francisco, con la esperanza de que ella sí fuese recibida finalmente por el Papa, cosa que no pudo lograr su compañero de singladura política.
Pero habría algunos detalles más que daban pistas de que ese entendimiento era posible, aunque pudiesen escocer en determinados círculos episcopales. Fue a mediados de noviembre. En la inauguración de la Plenaria de los obispos. No era nueva su pretensión. Ni tampoco una mera ocurrencia. El presidente de la CEE, Juan José Omella, ofrecía al Gobierno contar con la Iglesia para abordar las cuestiones que afectan al bien común de la sociedad. Y no lo hacía, como manifestaron algunos, para que no se toque lo que se han llamado “los dineros de la Iglesia”, esto es, su fiscalidad, amenaza recurrente y tentación constante de todos los gobiernos –todos- cuando la institución eclesiástica sale respondona.
A un Ejecutivo que presume de hacer bandera del diálogo ya se lo había planteado Omella, primero a la entonces todopoderosa vicepresidenta Carmen Calvo, y lo volvió a hacer en pleno agosto al nuevo hombre de confianza del líder del PSOE, Félix Bolaños, tras la profunda remodelación de su Ejecutivo.
Ahora, el cardenal arzobispo de Barcelona le acababa de lanzar el envite nada menos que en su discurso inaugural de la Plenaria a la figura mejor valorada de la coalición gubernamental, la comunista Yolanda Díaz: “Qué necesario es para el futuro de nuestra juventud que los Ministerios de Educación y Trabajo, que las patronales de los empresarios, que los sindicatos, que las asociaciones educativas privadas y que la Iglesia con su multitud de instituciones educativas, trabajemos unidos y cooperemos activamente para potenciar la formación profesional. En este ámbito de la formación profesional, la Iglesia puede ofrecer su gran experiencia demostrada durante decenios formando profesionalmente a millares de jóvenes. Apartemos ideologías y caminemos juntos para hacer frente al reto del paro juvenil”.
Y parece ser que Yolanda Díaz, la artífice de la 'reconciliación' entre patronal y sindicatos, la que ha firmado más acuerdos en menos tiempo con los agentes sociales, la dura negociadora que sin embargo no pierde las formas ni con García Egea, la que se llevó el gato al agua del Ingreso Mínimo Vital (una de las peticiones con las que también coincide con Bergoglio), no tardó en recoger el guante lanzado por Omella. En realidad, lo estaba esperando como agua de mayo.
Una agua que ha caído como un chaparrón en la derecha, que no tardó en calificar el encuentro entre el Papa y la vicepresidenta de “cumbre comunista” y que vuelve a tomar como una afrenta, que ya no se molesta en disimular, como quedó de manifiesto tras las críticas de destacados representantes del principal partido de la oposición tras la petición de perdón del Papa por “los pecados” de la Iglesia durante la evangelización de América.
A pesar del imaginario común, es cosa sabida que la Iglesia suele saber entenderse bien con los Gobiernos de izquierda. Por más que los unos y los otros se miren de reojo. A pesar de la retórica, el Gobierno de Zapatero ha sido el que más ha hecho por asegurar el sustento económico de la Iglesia al incrementar el coeficiente de la asignación tributaria, asombro del que no se han repuesto algunos inveterados socialistas, y aún resuenan en el salón de actos de la Fundación Pablo VI, en Madrid, los sentidos elogios que vertió el cardenal Cañizares ante el ya desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba, al que reconoció como el mejor ministro de Educación con el que había tratado, ahí es nada.
Es cierto que hay “retos comunes” –así se ha justificado el encuentro de Yolanda Díaz con el Papa en el Vaticano- a abordar entre la Santa Sede y el Gobierno “socialcomunista” español, y que tienen que ver con la implantación del salario mínimo, la atención, acogida y promoción de los migrantes y refugiados en España o la preocupación por la precarización del trabajo y su impacto en los jóvenes.
Yolanda Díaz sabe perfectamente cuál es la postura de la Iglesia española en estas cuestiones, al menos lo que se piensa a través de los informes Foessa de Cáritas, que ella conoce y valora. Pero sería ingenuo pensar que la vicepresidenta con carné del PCE no va a su audiencia con este Papa, al que incluso desde sectores católicos se le desprecia por “comunista”, sin buscar el rédito de una ‘bendición’ para la plataforma con la que podría presentarse a las elecciones del 2023 y en la cual poder ofrecer también un lugar de acogida para una parte del catolicismo que no se siente ni representado ni querido. Que haberlo, haylo.
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