De cómo llenar diez metros cuadrados con miles de almas La que a mí me gusta es la sacristía del Vaticano

Audiencia de RD con Francisco
Audiencia de RD con Francisco

Francisco acaba de salir de su particular sacristía, en el Aula Pablo VI, donde atiende desde hace largo rato a visitas. Algunas no salen ni en los papeles, no vaya a ser que se las escamoteen, como hacen con algunas de sus disposiciones, pero él igual las atiende, las recibe, las escucha, las reconforta, aunque hayan ido a darle ánimos a él.

“No son malos, son tristes”, dice a la particular feligresía de Religión Digital sobre esos grupos que, agarrados al tótem, en vez de a la cruz, lo utilizan de ariete contra sus reformas

En esa sacristía del Vaticano, pequeña y estrecha, entraron esa misma mañana de su undécimo aniversario como párroco del mundo miles de fieles que también, como la viejita, le rezan a favor. Eran una representación de los miles de lectores que escribieron a Religión Digital mostrándole específicamente su apoyo, sus oraciones “a favor”

Una paloma (ojo, no es blanca) entra en la basílica de San Pedro y dos cuervos remontan sobre la columnata de Bernini y pasan frente al balcón del palacio apostólico al que los domingos se asoma el Papa para rezar el ángelus, mientras media docena de gaviotas aprovechan unas leves corrientes de aire para elevarse por encima del altar desde donde, en ese momento, Francisco preside la audiencia general del miércoles en el que se cumple el undécimo aniversario de su elección como sucesor de Pedro. Nada de alegorías, aunque también se podría rascar ahí.

Campaña en defensa del Papa: Yo con Francisco

Esas corrientes de aire cálido que ahora elevan a esos pájaros despistados del Tíber le habían arrebatado -nada más entrar en la plaza de San Pedro el papamóvil- el solideo a Francisco, quien, divertido, ha lanzado tardíamente su mano izquierda a su cabeza para acabar girándose y tratar de seguir las evoluciones del gorrito blanco, antes de volver de inmediato la mirada adelante, a izquierda y a derecha y a saludar con la mano diestra y sonreír con el alma.

Le acompaña en su camino por la plaza otra corriente de aire cálido, el aliento de miles de personas que le gritan, le saludan, buscan su atención fugaz, un cruce de miradas, una bendición. A eso va esa particular parroquia cada miércoles y cada domingo, a tomar la plaza y escuchar al párroco global que es -y se siente- Francisco. Algunos dicen que es una parroquia cada vez más exigua. Tal vez, pero es una parroquia que le quiere porque lo que ven en él es algo más que las tablas de la ley, donde cada cual reza desde el corazón, y es sabido que los hay de piedra.

A los del tótem: "No son malos, son tristes"

Francisco acaba de salir de su particular sacristía, en el Aula Pablo VI, donde atiende desde hace largo rato a visitas. Algunas no salen ni en los papeles, no vaya a ser que se las escamoteen, como hacen con algunas de sus disposiciones, pero él igual las atiende, las recibe, las escucha, las reconforta, aunque hayan ido a darle ánimos a él. “No son malos, son tristes”, dice a la particular feligresía de Religión Digital sobre esos grupos que, agarrados al tótem, en vez de a la cruz, lo utilizan de ariete contra sus reformas.

Sor Lucía y el P. Ángel, los 'apóstoles del hagan lío'
Sor Lucía y el P. Ángel, los 'apóstoles del hagan lío' J.B.

Todo lo que antecede a esa particular sacristía donde recibe a esa redacción y a sus particulares apóstoles del ‘hagan lío’, el Padre Ángel y Sor Lucía Caram, irradia eso que rápidamente se identifica con el humo del poder y un poco de la gloria. Se traspasa la puerta y opera como una sacristía cualquiera, quizás más estrecha, tal vez menos recargada de esas imágenes que el tiempo ha ido recolocando hasta acabar un poco arrumbadas, siempre impolutas, en esa especie de estación término que acompaña a tantos párrocos en tantísimas parroquias, pero también a todos los parroquianos que le van desfilando por allí en busca de un poco de cercanía, comprensión las más de las veces y, sobre todo, consuelo. 

Allí, en esa sacristía de audiencias hay un párroco vestido todo de blanco que acaba derritiendo la monumentalidad envolvente del resto del Vaticano. La fragilidad de los 87 años asoma a la vista, pero es ponerse a hablar y renace la vitalidad y la determinación que da la convicción y el apoyarla, además, en una oración que no es mero ritual.

El crucificado marca la perspectiva

En ese lugar, donde recibe también a grandes dignatarios (algunos, sin huella de tal cualidad), presididos por un gran crucifijo para que nadie pierda la perspectiva, hoy el Papa anima a los feligreses que tiene enfrente y no es difícil aventurar que antes lo ha hecho consigo mismo. Igual que uno puede descubrir ante cualquier otro párroco que se haya despojado del revestimento de la infalibilidad. Parece que Francisco ha descubierto aquel filón de la virtud de la que hablaba el Nazarín de Galdós, el “apóstol de la paciencia”, aunque sabe que para que el mundo se arregle, y también la Iglesia, hay que ponerse decididamente manos a la obra.

Francisco, sin su solideo, saluda a los 'parroquianos' de plaza de San Pedro
Francisco, sin su solideo, saluda a los 'parroquianos' de plaza de San Pedro J.L.

Como lo está haciendo él, aunque necesita muchas manos porque, para reparar la casa, necesita mucho apoyo. Y oración. “Recen, pero a favor”, nos repite, y cuenta, divertido la anécdota de “aquella viejita” que le dijo que le tenía muy presente en sus oraciones, y que ella le rezaba a favor, claro, que quienes le rezaban en contra eran “los que están ahí dentro”.

En esa sacristía del Vaticano, pequeña y estrecha, entraron esa misma mañana de su undécimo aniversario como párroco del mundo miles de fieles que también, como la viejita, le rezan a favor. Eran una representación de los miles de lectores que escribieron a Religión Digital mostrándole específicamente su apoyo, sus oraciones “a favor”.

Como los presos de la cárcel de Navalcarnero, “que rezamos por usted, le apoyamos cada día y somos conscientes de su difícil tarea”. U otros grupos de cristianos comprometidos que le dicen -en ese libro-recopilatorio que le entregó José Manuel Vidal, o en el pendrive que le acercó Jesús Bastante- “tu presencia nos conforta, porque pones humanidad en un mundo humanizado”, y donde le animan “a seguir caminando, estamos contigo”.

Todos ellos allí, en esa sacristía donde recibe a los poderosos y acoge a los pequeños. Si me dan a elegir -como dice la canción-, me quedo con la sacristía del Vaticano, donde, en poco más de diez metros cuadrados, acabaron reconfortadas las miles de almas que acompañaron a la redacción de Religión Digital.

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