José Lorenzo analiza en RD las claves del primer discurso presidencial del cardenal de Barcelona El tirón de orejas de Omella al Gobierno y el ‘no lo vuelvas a hacer más’

Osoro y Omella
Osoro y Omella

"Esa centralidad (Omella) no la pierde ni para su primer discurso como presidente de los obispos españoles, a una sabiendas de que hay algunos que le piden un poco más de ardor guerrero, con un Gobierno 'socialcomunista' que está dejando desarbolada a la escuela concertada y a la asignatura de Religión"

"Sin levantar la voz, sin engolamientos rebuscados, sin silencios expectantes, sin jactancia en los diagnósticos, Omella les leyó la cartilla, pero les tendió la mano para dialogar"

"Personajes tan destacados como el secretario general del Episcopado, Luis Argüello, o el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, salen a poner reparos y puntos sobre las íes a iniciativas gubernamentales tan cortas de miras como la de la Lomloe. Y vendrán más, porque ya hay patios en donde se están rotulando pancartas para volver a salir a la calle contra el Gobierno de coalición"

"Omella también tiene a sus propios ‘polis malos’ en su Ejecutiva, no se sabe si totalmente atendiendo a la sinodalidad como ejercicio de gobierno al que invitó Omella al ser elegido en marzo pasado como nuevo presidente de los obispos, o porque el que más y el que menos sale por sus fueros, que los tienen intactos como obispos"

Poco olor a oveja en la Plenaria de otoño de este terrible 2020, recién inaugurada en la sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la madrileña calle de Añastro. Cosas de la pandemia, que no sabe de jerarquías y obliga a que sean solo 38 pastores los presentes en la tarde del lunes 16 de noviembre, un tercio más o menos de los que tendrían derecho, eméritos incluidos. Los demás, en casa, y tan a gustito con la que está cayendo. Algunos, arrastrando ellos mismos las consecuencias del coronavirus

El cardenal Juan José Omella, como presidente de la CEE, estrenó lugar en el centro de la mesa presidencial, pero no centralidad, que ya la trae puesta de serie, aunque si se le escruta con atención se puede intuir un ligero escoramiento, probablemente muy parecido al de otro pastor aragonés muy llorado estos días, Antonio Algora, el primer obispo español fallecido a causa del covid-19 hace justo un mes.

Esa centralidad no la pierde ni para su primer discurso como presidente de los obispos españoles, a una sabiendas de que hay algunos que le piden un poco más de ardor guerrero, con un Gobierno “socialcomunista” que está dejando desarbolada a la escuela concertada y a la asignatura de Religión. 

Cardenal Omella
Cardenal Omella

Sin embargo, la lectura, atropellada por momentos, del cardenal de Barcelona, con tantas prisas por decir cosas que pasó del saludo inicial directamente a la página 8 de la cuarentena que tenía preparadas, no habrá gustado ni en Moncloa ni en Galapagar. Omella les dio un tirón de orejas a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias. Y sin embargo, ninguno de los dos políticos podrá poner ni un pero a las palabras del cardenal, toda vez que fue una glosa ampliada del ‘improvisado’ discurso del papa Francisco al presidente del Gobierno durante su visita al Vaticano el pasado 24 de octubre, y de la encíclica Fratelli tutti que tanto han glosado en Unidas Podemos y sus confluencias en las últimas semanas.

Sin levantar la voz, sin engolamientos rebuscados, sin silencios expectantes, sin jactancia en los diagnósticos, Omella les leyó la cartilla, pero les tendió la mano para dialogar. Y, lo que no es baladí, para invitarles a que se dejen ayudar y así salir juntos, como familia humana, de este descomunal atolladero,  porque para esta situación extraordinaria no sirven ni los manuales ni las recetas de primero de revolucionario, les vino a decir. Como se lo dijo Bergoglio hace tres semanas por boca de Sigmund Ginzberg y un tanguero porteño a un Pedro Sánchez con una sonrisa a modo de percha.

Pero Omella también tiene a sus propios ‘polis malos’ en su Ejecutiva, no se sabe si totalmente atendiendo a la sinodalidad como ejercicio de gobierno al que invitó Omella al ser elegido en marzo pasado como nuevo presidente de los obispos, o porque el que más y el que menos sale por sus fueros, que los tienen intactos como obispos. 

Y así, si Pedro Sánchez va a poner una vela al Vaticano mientras Pablo Iglesias le hace un considerable roto a la concertada y a la asignatura de Religión, incluso más allá de lo inicialmente soñado por la ministra Celáa en su reforma educativa, personajes tan destacados como el secretario general del Episcopado, Luis Argüello, o el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, salen a poner reparos y puntos sobre las íes a iniciativas gubernamentales tan cortas de miras como la de la Lomloe. Y vendrán más, porque ya hay patios en donde se están rotulando pancartas para volver a salir a la calle contra el Gobierno de coalición.

Plenaria
Plenaria

Podía haber aprovechado Omella su discurso para dar unas cuantas vueltas de tuerca sobre estas cuestiones que afectan de manera directa y grave a tantas instituciones eclesiales. Y no se olvidó de ellas. Pero no fueron el eje de su discurso. Tampoco lo fue la ley del aborto de Irene Montero o la de eutanasia. Tampoco reclamó las ayudas que se le cuestionan a la Iglesia aun cuando las parroquias están sufriendo para llegar a fin de mes, como reconoció. Solo con ello, y algún otro fleco más, Omella hubiese tenido un nutrido argumentario para dar la razón a quienes están esperando, prietas las filas, el toque de corneta católico para salir a las calles.

No, Omella hizo un repaso por todas esas cuestiones, pero su gran inquietud la reservó para la convivencia entre los españoles, fundamentalmente debido a la actuación de los políticos actuales. Por ello, como no se cansaba de repetir su predecesor, el cardenal Ricardo Blázquez, volvió a hacer votos para no dejar caer en el olvido el consenso fraguado durante la Transición y exhortó también a no proseguir con la tarea de lapidación de instituciones que fueron fundamentales durante aquel período. Sí, la Iglesia, claro, pero sobre todo, aunque no la citó, la monarquía, la figura de un hoy denostado rey emérito Juan Carlos I. “El que se ha equivocado, que pida perdón. El que ha caído en la corrupción, que devuelva lo robado. En nuestro país debe haber espacio y tiempo para el arrepentimiento y para el perdón”. 

No faltarán quienes le reprochen al arzobispo de Barcelona su “buenismo” con Sánchez e Iglesias o que le acusen de debilidad y cobardía, como lo hacen quienes le afean que no se plante ante la Generalitat por un quítame allá esos bancos para la misa. Al igual que sucede en el concierto internacional (por cierto, interesante la reflexión que hizo al respecto), la Iglesia se ha convertido, y no sólo por demérito del resto de actores sociales, prácticamente en la única instancia de sentido en el mundo. Y nuestro país tiene también mucha necesidad de ese brebaje como para que la Iglesia se sume al concierto del desconcierto general. Porque Omella, y muchos otros pastores, temen más “al virus de la polarización” que al covid-19. Por eso tiende la mano. Y parafrasea, de nuevo, a Francisco: “Nadie se salva solo”.

Plenaria confinada

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