Sant'Egidio, el padre Ángel u Omella recuerdan a las personas sin hogar en este temporal 'Filomena' es preciosa para verla desde casa. Pero... ¿y los que no tienen casa?

Los sin techo, los grandes olvidados... también entre la nieve
Los sin techo, los grandes olvidados... también entre la nieve

"Ya nos sucedió durante el estricto confinamiento, casi cien días de los que ya nadie se acuerda en los que nuestra casa fue nuestro refugio, nuestro castillo... excepto para las miles de personas sin hogar, que no tenían dónde caerse muertas. Es un eufemismo: claro que tenían, y tienen, porque la muerte acude allí donde la llaman. También, en la puta calle"

"No podemos mirar para otro lado. Muchas personas en la calle con temperaturas de congelación", denuncia Sant'Egidio

"¿Os imagináis dormir a la intemperie con las gélidas temperaturas de estos días de invierno?", se pregunta Omella. ¿Nos lo imaginamos?

La estampa es idílica... para verla desde casa. 'Filomena' ha dejado varios centímetros de nieve (en nuestra terraza, 60), paisajes nevados, muchos muñecos de nieve y anécdotas como los esquiadores por Teruel, el trineo tirado por Huskies en las calles de Madrid... pero también aeropuertos cerrados, carreteras colapsadas y miles de personas atrapadas literalmente en sus coches, esperando ser rescatadas.

Y, además, la constatación de una triste realidad. ¿Qué ocurre con los que no tienen casa? Ya nos sucedió durante el estricto confinamiento, casi cien días de los que ya nadie se acuerda en los que nuestra casa fue nuestro refugio, nuestro castillo... excepto para las miles de personas sin hogar, que no tenían dónde caerse muertas. Es un eufemismo: claro que tenían, y tienen, porque la muerte acude allí donde la llaman. También, en la puta calle.

Vivimos en una sociedad que vive acomodada, pretendiendo evitar el dolor y la muerte, sobre todo la de los demás (para la nuestra no nos faltan las lágrimas). Ha ocurrido, está ocurriendo, con la pandemia: nos faltó tiempo para salir de fiesta, vestirnos de punta en blanco y juntarnos con nuestras familias, sin pensar en que de esos polvos vendrías los lodos en forma de repunte de contagios y saturación de los hospitales.

Y ocurre, también, en los miles de personas -unos 40.000, según FACIAM y Cáritas- que no tienen hogar, que viven en los soportales de las plazas mayores de las grandes ciudades, que se ocultan tras los cartones en los portales, que no tiene un nombre, ni un rostro. Son pocos, son muy pocos, los que se acuerdan de ellos, y merece la pena decir quiénes.

Son los servicios sociales, que trabajan sin presupuesto, y hacen lo que pueden. Son los albergues municipales y autonómicos. Y es, sobre todo es, la Iglesia. Esa Iglesia a la que a veces tanto criticamos (con razón), y cuya labor también debemos ensalzar. Los que ayer salieron a las calles a recoger a las personas desvalidas, y les ofrecieron un caldo, una manta y un cobijo. 

Organizaciones como Sant'Egidio, que nos ponen de frente a nuestras miserias a golpe de tuit, y de trabajo callado entre la nieve. "Ver la nieve desde nuestra ventana puede ser hermoso, pero dormir entre cartones mojados en una noche como esta es mortal. Hoy salimos a encontrar a nuestros amigos de la calle y el panorama era desolador. Un invierno muy duro para las personas sin hogar", nos recordaba la organización.

"No podemos mirar para otro lado. Muchas personas en la calle con temperaturas de congelación", señalaban. O como el padre Ángel, que -profeta como es- cogió anteayer el teléfono y contactó con los taxistas de Madrid, para que llevaran mantas a todas las personas sin hogar que lo necesitaran, y que abrió los templos de San Antón y la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad en el centro de Madrid para que pudieran pasar la noche.

O Peio Sánchez en ese milagro que es Santa Anna en Barcelona..

O como los colectivos cristianos que llevan tres meses luchando porque los niños de La Cañada Real tengan de nuevo acceso a la luz, y que ayer llevaron su carta a la Nunciatura (no al Nuncio, que no estaba para recogerla), con la esperanza de que alguien se la haga llegar a Bergoglio y diga algo.

O como el presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella (sí, la jerarquía también se implica), que ayer puso, negro sobre blanco (de verdad, no sólo de nieve), recordando que "en España hay más de 40.000 personas sin un techo donde abrigarse". Y que dejó la que debería ser la gran pregunta de estos días: "¿Os imagináis dormir a la intemperie con las gélidas temperaturas de estos días de invierno?". ¿Nos lo imaginamos? O solo estamos lavando (quizá este breve texto no sea otra cosa que eso) nuestras conciencias con un donativo, un 'qué lástima' o un retuit.

Mientras tanto, la gente sufre, llora y (esperemos que no) muere en la calle. En la blanca calle nevada de nuestra civilización. ¿Nos lo hacemos mirar?

PD: Sí, la foto de apertura es de Finlandia. Desgraciadamente, esto no es sólo 'Marca España'

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