La denuncia de abusos contra el obispo de Cádiz y el pasado en Getafe ‘Frankenstein’ y el ‘caso Zornoza’: cuando el creador es el monstruo
No se me quita de la cabeza saber sin saber, quién puede ser el denunciante. Y si hubiéramos podido hacer algo para evitar los (supuestos) abusos
Durante aquellos años, y de la mano de Zornoza, muchos de mis amigos de la parroquia acabaron ‘probando’ si tenían vocación en el Seminario. Muchas otras, amigas, optaron por la vida religiosa en las clarisas de Burgos o la Aldehuela (el famoso rincón de la madre Maravillas). Algunas acabaron en Iesu Communio. Unos cuantos acabaron saliendo, otros continuaron. Alguno, de hecho, ocupa los mismos puestos que entonces ocupó Zornoza
Confío en que la investigación canónica -como siempre, la mayor parte de los casos se conocen cuando están prescritos civilmente, porque las víctimas jamás han encontrado un lugar de confianza, y denuncian cuando pueden- aclare las acusaciones de abusos, las terapias de conversión, las (supuestas) confesiones del abusador a su víctima, y sea contundente en su resolución. Vuelvo a la magnífica ‘Frankenstein’ y su moraleja: a veces, el creador se convierte en el verdadero monstruo
Confío en que la investigación canónica -como siempre, la mayor parte de los casos se conocen cuando están prescritos civilmente, porque las víctimas jamás han encontrado un lugar de confianza, y denuncian cuando pueden- aclare las acusaciones de abusos, las terapias de conversión, las (supuestas) confesiones del abusador a su víctima, y sea contundente en su resolución. Vuelvo a la magnífica ‘Frankenstein’ y su moraleja: a veces, el creador se convierte en el verdadero monstruo
Anoche tuve la oportunidad (no es fácil sacar dos horas y media sin interrupciones cuando tu hijo cumple siete años y al día siguiente no hay cole en Madrid) de ver la magnífica ‘Frankenstein’ que Guillermo del Toro ha dirigido para Netflix. Una bellísima historia, basada en el clásico de Mary Shelley, en el que por primera vez vemos el punto de vista del que todos consideran 'monstruo', confrontado con el de su creador, Victor Frankenstein.
Esta mañana, muy temprano, me ha despertado la noticia de Julio Núñez e Íñigo Domínguez en El País: El Vaticano abre una investigación por pederastia contra el obispo de Cádiz cuando era cura en Madrid, y no he podido evitar el paralelismo.
Conozco a Rafael Zornoza desde hace décadas, cuando yo era un adolescente y él, el flamante rector del Seminario de Getafe, el que tenía más jóvenes, en la diócesis más joven de Europa. El gran formador, designado y cuidado por el fallecido monseñor Golfín (alguna vez alguien tendrá que contar por qué se frenó su meteórico proceso de beatificación). En la misma época en la que se insertan los hechos planteados en la denuncia que está investigando el Vaticano. No se me quita de la cabeza saber sin saber, quién puede ser el denunciante. Y si hubiéramos podido hacer algo para evitar los (supuestos) abusos.
El seminario de Getafe, en pleno Cerro de los Ángeles, a cuatro kilómetros de cualquier núcleo urbano, rodeado de un pinar y la A4. El sitio perfecto para el silencio, la meditación y cultivar la vocación. También, para ocultar cualquier secreto. Entonces, creo que ahora también, los seminaristas vivían allí, incluso, hasta dos años después de ser ordenados. Lejos de sus parroquias, cerca de sus formadores.
Durante aquellos años, y de la mano de Zornoza, muchos de mis amigos de la parroquia acabaron ‘probando’ si tenían vocación en el Seminario. Muchas otras, amigas, optaron por la vida religiosa en las clarisas de Burgos o la Aldehuela (el famoso rincón de la madre Maravillas). Algunas acabaron en Iesu Communio. Unos cuantos acabaron saliendo, otros continuaron. Alguno, de hecho, ocupa los mismos puestos que entonces ocupó Zornoza.
En los retiros de la diócesis, en un iniciático Camino de Santiago, en 1996, vimos muchas cosas raras. Zornoza era, y es, un tipo carismático, un líder nato, que arrastraba masas con su vitalidad. También, un hombre extremadamente duro en las confesiones. Alguno de mis mejores amigos, con los que he crecido en la fe, y en la vida, dejaron de ir a misa después de alguna de ellas.
Durante aquellos años (espero sinceramente que no siga siendo así), los seminaristas hacían ‘campeonatos’ entre ellos para ver quién conseguía más vocaciones para la diócesis o la vida religiosa. Éramos (eran, Dios jamás me llevó por el camino del sacerdocio) objetos codiciados.
Confío en que la investigación canónica -como siempre, la mayor parte de los casos se conocen cuando están prescritos civilmente, porque las víctimas jamás han encontrado un lugar de confianza, y denuncian cuando pueden- aclare las acusaciones de abusos, las terapias de conversión, las (supuestas) confesiones del abusador a su víctima, y sea contundente en su resolución. Vuelvo a la magnífica ‘Frankenstein’ y su moraleja: a veces, el creador se convierte en el verdadero monstruo. Yo, lo tengo claro.
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