Pese a los gestos de este Papa, los muros vaticanos siguen siendo demasiado gruesos para la igualdad efectiva Mujeres al poder, ¿también en el Vaticano? Un sueño que todavía está muy lejos de cumplirse

Las mujeres en la Iglesia... de San Antón
Las mujeres en la Iglesia... de San Antón

Francisco revoluciona la 'fábrica de obispos' nombrando a dos religiosas y una laica: ¿es suficiente? No. Las mujeres, en la Iglesia, siguen siendo personajes de segunda división. Y me quedo corto

Los pasos que se están dando, históricos sin duda, no nos deben impedir seguir viendo el bosque que se cierne, todavía demasiado tupido, sobre la realidad de la desigualdad en la Iglesia católica. Mujeres y hombres, laicos, religiosos y jerarquía, no son, hoy por hoy, iguales como Jesús quiso que fuéramos a través del bautismo

Mientras tanto Eva, Sara, Salomé, María, María Magdalena… y tantas y tantas mujeres (y también hombres que no encajaban con los cánones convenientemente establecidos en letras de oro) han venido padeciendo, en nombre de un falso evangelio, la discriminación por la que el mismo hijo de Dios fue calumniado, apresado, muerto y sepultado

Esperemos que gestos como el de este miércoles no se queden en eso y sean, ahora más que nunca, signos de la necesaria resurrección de una Iglesia que, lo queramos o no, será más de Jesús si es más de tod@s y cada un@ de nosotr@s

Son más de la mitad de los fieles católicos en el mundo y, especialmente en los países europeos, casi el 90% de los participantes en las misas. Y, sin embargo, las mujeres han estado históricamente relegadas de cualquier responsabilidad en el interior de la Iglesia católica. Los muros vaticanos, sencillamente, eran demasiado gruesos para el mal llamado ‘sexo débil’, desde los tiempos de Eva (y María Magdalena) asociado al pecado, la lujuria y la perdición, aunque no para la explotación laboral (poco se ha hablado de las condiciones de semi esclavitud de muchas religiosas al servicio de párrocos y obispos en todo el mundo, pero es el siguiente escándalo que explotará, tras el de la pederastia clerical) y la servidumbre. Las mujeres, en la Iglesia, siguen siendo personajes de segunda división. Y me quedo corto.

Y, sin embargo, un hombre (no podía ser de otra manera, viniendo de donde venimos) llegado del fin del mundo, y no especialmente feminista (¿algún cardenal, algún obispo, algún clérigo de menos de cincuenta años lo eso?) quiso empezar a cambiar las cosas. Muy poco a poco, no vayamos a engañarnos, que a día de hoy todavía se ocultan convenientemente (léanse las conclusiones del proceso sinodal en España) las peticiones para el sacerdocio o el diaconado femenino. Abrir el melón de lo sacramental parece impensable a día de hoy, incluso para un Papa al que los poderes fácticos en la Iglesia siguen considerando poco menos que un hereje. Pero algo es algo.

Tres mujeres en la Congregación de obispos

Este miércoles, Francisco ha roto un tabú, colocando a tres mujeres (dos religiosas y una laica) como miembros de la todopoderosa Congregación de los Obispos, la considerada ‘fábrica’ de prelados, de donde van y vienen las ternas que tanto juego nos dan y donde, hasta la fecha, no había presencia femenina. Las mujeres no pueden ser curas, mucho menos obispos, pero tampoco podían participar en los procesos de elección. Ahora, ya, sí.

Las elegidas son la hermana Raffaella Petrini, actual vicegobernadora de la Ciudad del Vaticano, la monja francesa Yvonne Reungoat, exsuperiora general de las Hijas de María Auxiliadora, y María Lia Zervino, presidenta de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas. Tres voces femeninas en un universo que seguirá copado por varones (apenas 3 de los 15 nombramientos efectuados corresponden a mujeres, pero es que hasta hoy todos los miembros no sólo eran hombres, sino obispos y cardenales), pero donde se ha abierto una grieta que será difícil cerrar.

No es la única: antes, Francisco (que, recordémoslo de nuevo, no es precisamente un feminista de libro. De hecho, días antes apuntaba, adelantando la noticia confirmada hoy, que ‘Estoy abierto a dar una oportunidad a las mujeres’, como si la cosa fuera de eso, y no de reconocer la igual dignidad de todo bautizado por el hecho de serlo, pero en fin) ya había dado pasos en firme en el pasado y, lo que es más importante, en la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, que entró en vigor (por más que le pese a algunos, también en el Vaticano) el pasado 5 de junio, y en virtud de la cual cualquier laico (sí, también cualquier mujer) podría llegar a presidir un dicasterio vaticano. De hecho, se habla de que Alessandra Smerilli podría ser la primera en romper el techo de cristal de la Santa Sede y presidir el dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, del que actualmente es secretaria. Una ‘ministra’ de Papa, para entendernos.

Unas mujeres se abrazan durante las sesiones del Concilio
Unas mujeres se abrazan durante las sesiones del Concilio NS photo/Giovanni Portelli, The Catholic Weekly

Otras mujeres, como Emilce Cuda, actual secretaria de la Comisión para América Latina, o Nathalie Becquart, subsecretaria nada más y nada menos que del Sínodo (anteriormente conocido como ‘de obispos’), muestran que se ha puesto en marcha un camino que no debería tener marcha atrás. La propia Raffaella Petrini, de hecho, ejerce desde noviembre pasado como secretaria general de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. La religiosa española Carmen Ros Norte, subsecretaria del dicasterio de Religiosos, o Barbara Jatta, primera mujer directora de los Museos Vaticanos (y laica, no religiosa), son otros de los nombres femeninos que, poco a poco, van imponiéndose en el Vaticano. Aunque hasta hace pocos años algunos dicasterios de la Santa Sede ni siquiera tuvieran habilitados baños para mujeres.

Los pasos que se están dando, históricos sin duda, no nos deben impedir seguir viendo el bosque que se cierne, todavía demasiado tupido, sobre la realidad de la desigualdad en la Iglesia católica. Mujeres y hombres, laicos, religiosos y jerarquía, no son, hoy por hoy, iguales como Jesús quiso que fuéramos a través del bautismo. Y no me refiero (o, al menos, no solamente) a la cuestión de si, por la fe en Cristo, todos somos sacerdotes, que diría San Pablo, sino al radical mensaje de igualdad que emerge del Evangelio y que, durante demasiado siglos, y en virtud de una falsa tradición que tenía más que ver con el poder que con lo que quiso Jesús, fue falseado por hombres (sí, única y exclusivamente por hombres), que un poco más tarde decidieron que, además, debían ser célibes (al menos, de puertas para afuera), radicalmente heterosexuales (para qué, si ya debían ser célibes, preguntará, no sin razón, alguno) y, a ser posible, ideológicamente doscientos años por detrás del mundo, que diría el añorado Martini. Y, además, con líderes elegidos entre miembros de esa misma estructura.

Mientras tanto Eva, Sara, Salomé, María, María Magdalena… y tantas y tantas mujeres (y también hombres que no encajaban con los cánones convenientemente establecidos en letras de oro) han venido padeciendo, en nombre de un falso evangelio, la discriminación por la que el mismo hijo de Dios fue calumniado, apresado, muerto y sepultado. Esperemos que gestos como el de este miércoles no se queden en eso y sean, ahora más que nunca, signos de la necesaria resurrección de una Iglesia que, lo queramos o no, será más de Jesús si es más de tod@s y cada un@ de nosotr@s.

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