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La 'foto' de Francisco a la salida de la catedral, icono de la visita a Ulán-Bator
Es, por el momento, 'la foto' del viaje del Papa a Mongolia. Lo había señalado durante su testimonio el misionero, padre Viscardi: "En la catedral nos haremos una foto juntos, por primera vez toda una Iglesia saldrá en una foto". Y así fue, casi literalmente: en Mongolia apenas hay 1.400 bautizados, y la práctica totalidad de ellos se encontraba en las inmediaciones del pequeño templo de Ulán-Bator en el que Francisco quiso encontrarse con esta pequeña comunidad católica en el país de los nómadas.
"Hermanos, hermanas, no tengan miedo de los números reducidos, de los éxitos que no llegan, de la relevancia que no aparece. No es este el camino de Dios", les había dicho con anterioridad. Y es que, como resaltó, !"Dios ama la pequeñez". Y, en eso, Mongolia no tiene rival. Enclavada en un lugar estratégico para la geopolítica global actual, entre China y Rusia, la única democracia de la zona lucha por mantener sus esencias y caminar hacia el futuro con confianza. Y en ese reto, la pequeña Iglesia mogola tiene mucho que decir.
En la catedral de San Pedro y San Pablo, construida en 1996, cuatro años después del restablecimiento de las relaciones entre la Santa Sede y Mongolia, y reformada diez años después para asemejarla a las ger o tiendas circulares típicas del pueblo nómada, caben 500 personas, algo más de un tercio de todos los católicos. Entre los que se encontraban en el interior, y los que aguardaban en los alrededores, se podría hacer una encuesta, absolutamente fiable, sobre la realidad de los católicos mogoles. Una Iglesia pobre, abierta a las sorpresas y muy emocionada por la primera visita de un Papa en su historia.
Un Papa que ha reivindicado la 'pax mogola' de Gengis Khan (un personaje fundamental para entender Asia y que aquí apenas conocemos por cómics), y que ha vuelto a colocar en el 'mapa católico' esta región, que tuvo una presencia centenaria y que ahora apenas supone el 0,04 % de la población del país. Y que ha nombrado un cardenal, al italiano Giorgio Marengo, que a sus 49 años, hoy por hoy, es el purpurado más joven de la Iglesia. Un cardenal de menos de 50 años, algo impensable hasta la llegada de Bergoglio. El Papa de las sopresas. Y, hoy, también, el de las fotos históricas. El Papa que abraza a toda (y esto sí que es literal) una Iglesia naciente y esperanzada.
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