El grito de Carmen, madre de Diego, marcó el histórico encuentro de las víctimas con Omella "Mi hijo está enterrado, mi hijo es sagrado. Quiero que, allí donde esté, tenga la cabeza bien alta por sus padres"

Omella saluda a las víctimas antes de entrar en la reunión en la Casa de la Iglesia
Omella saluda a las víctimas antes de entrar en la reunión en la Casa de la Iglesia

El presidente de la Conferencia Episcopal tardará en olvidar el encuentro de este miércoles, estas cuatro horas, en las que escuchó lamentos, historias, lágrimas… de supervivientes de abusos en la Iglesia. Y de los padres de los que no lograron, como Diego, sobrevivir, y a los que la sociedad, y la Iglesia, deben, debemos verdad, justicia y reparación

Porque la verdadera historia es la de la dignidad, el dolor y, pese a todo, la mano tendida de los supervivientes. Que no son enemigos de la Iglesia, ni mucho menos

Omella, como también Osoro, Fernando Valera, Luis Ángel de las Heras, Joseba Segura, José Cobo, y muchos otros (afortunadamente, algunas cosas están cambiando) han dado un paso hacia adelante, hacia el dolor de las víctimas, y hacia sus legítimas exigencias, también económicas (¿por qué no?) que puedan tener. Que no deberían ser exigencias de las víctimas, sino de la propia institución

“Tengo a mi hijo enterrado. Mi hijo es sagrado. No quiero dinero, quiero cárcel. Estoy ofreciendo el dinero que tengo porque quiero justicia, y que mi hijo, allí donde esté, tenga la cabeza bien alta por sus padres”… y entonces Carmen rompió el silencio que se había establecido en la reunión entre el cardenal Omella y víctimas de los abusos a menores en la Iglesia.

Carmen, la madre de Diego, que no pudo más y gritó, con toda la rabia de una madre sin hijo, a un apesadumbrado Omella, que su hijo fue abusado por miembros de la Iglesia, con apenas 11 años, y que nadie le creyó, nadie le ayudó. Y que Diego ahora ya no está, decidió marcharse, y que no puede perdonarles, y que al estar ahí sentía que estaba vendiendo su alma al diablo para conseguir que otros niños no sufrieran el calvario de su pequeño Diego. Diego, como el nombre de mi hijo, que hoy crece feliz, a sus tres años y medio, ajeno a otros dolores que espero jamás padezca.

Omella encajó, en silencio, sin mover un músculo, rumiando por dentro el dolor de las víctimas, haciéndolo suyo. Después de tocar la carne de las víctimas ya nada será igual, tampoco para él, que cree sinceramente que todavía hay mucho que hacer. El presidente de la Conferencia Episcopal tardará en olvidar el encuentro de este miércoles, estas cuatro horas, en las que escuchó lamentos, historias, lágrimas… de supervivientes de abusos en la Iglesia. Y de los padres de los que no lograron, como Diego, sobrevivir, y a los que la sociedad, y la Iglesia, deben, debemos verdad, justicia y reparación.

Omella, tras el encuentro con las víctimas
Omella, tras el encuentro con las víctimas

Porque fue Omella había propuesto este encuentro, sin tiempo, aceptando todas las peticiones de las víctimas, sin filtro, pese a que la maquinaria de la estructura de la Casa de la Iglesia intentó -indirectamente, como hacen las cosas los malvados- desprestigiar a las víctimas a través de algunas terminales mediáticas, que acusaron a ANIR de tratar de instrumentalizar al cardenal de Barcelona o mintiendo descaradamente sobre las intenciones del encuentro. Si hasta llegaron a decir que Juan Cuatrecasas y su mujer estaban divorciados… como si este hecho (falso, por otro lado) fuera medianamente relevante.

Porque Omella (y quienes le ayudaron a convocar esta reunión, cuyos nombres no diremos, pero ellos saben que sabemos) quería, sinceramente, encontrarse a las víctimas. Escuchar sus quejas, también sus suspicacias -que algunos en la Iglesia, ahí nos quedamos, también comparten- ante el trabajo del despacho Cremades&Calvo Sotelo, también sus exigencias.

Por eso el presidente de la CEE admitió desde el principio también los vetos (tienen derecho a tenerlos) de las víctimas, y al encuentro no acudieron ni el portavoz Argüello (un hombre brillante que, muy a nuestro pesar, no ha sabido ‘interpretar’ algunas claves, las más humanas, de este drama) ni miembro alguno del bufete. Por eso se había pactado, días antes, una rueda de prensa al término de la reunión, y un lugar de espera para los medios de comunicación.

Omella saluda a los medios
Omella saluda a los medios

Alguien en la Oficina de Comunicación del Episcopado, que se negó hasta el final a aceptar la realidad, debería dimitir de inmediato. Debería haberlo hecho hace tiempo, pero algunos todavía creen que les pueden servir de paragolpes. Pero esa no es la historia de hoy. Tampoco la de otros que, ahora, y después de resistirse mucho, aparentan estar al lado de los abusados y que, cuando baje el soufflé (porque, lamentablemente, lo hará), volverán a dejarlos solos. Nosotros no lo haremos. Por Diego, por Juan, por Ana, por Ángel, por Teresa, por Carmen, por Javier, por tantos… que sí que necesitan tanto. Y que nos enseñan tanto.

Porque la verdadera historia es la de la dignidad, el dolor y, pese a todo, la mano tendida de los supervivientes. Que no son enemigos de la Iglesia, ni mucho menos. Más bien al contrario: no olvidemos que los depredadores son, además de crueles, muy vagos, y buscan a sus víctimas en los entornos más cercanos. Porque todas las víctimas -y los familiares de los que ya no están, como Diego, no se olviden de ese nombre, Diego- del clero fueron buscadas dentro de la Iglesia. Porque, como cuenta en un vibrante artículo publicado en esta web Teresa Conde, víctima en los trinitarios de Salamanca con apenas 14 años, “no estamos contra la Iglesia. No estamos contra el cristianismo. No estamos contra la fe de los cristianos. Nosotros lo éramos. Algunos incluso lo son ahora”.

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La verdadera historia es la de unas víctimas que, pese a todo, volvieron a confiar -porque lo necesitan, porque no estamos hablando de extraños a la Iglesia- en una institución a la que le falta mucho por hacer. Y que todavía hoy (la discusión que hubo en la Comisión Ejecutiva anterior al encuentro con las víctimas nos la guardamos, por el momento) asiste, dividida, a cómo actuar frente a los supervivientes de la pederastia clerical. Omella, como también Osoro, Fernando Valera, Luis Ángel de las Heras, Joseba Segura, José Cobo, y muchos otros (afortunadamente, algunas cosas están cambiando) han dado un paso hacia adelante, hacia el dolor de las víctimas, y hacia sus legítimas exigencias, también económicas (¿por qué no?) que puedan tener. Que no deberían ser exigencias de las víctimas, sino de la propia institución.

Omella acudió a la puerta a saludar y acoger a los supervivientes, y encajó desde el principio que alguno de ellos no quisiera ni darle la mano. Las escuchó y acompañó después. “Esta es vuestra casa”, les dijo. Ojalá sea cierto, pensaron muchos. El cardenal de Barcelona asumió, como no podía ser de otro modo, en nombre de muchos, las historias de dolor y muerte. Algunas esperaban una palabra, un compromiso directo, un abrazo… todavía queda tanto para hacer en esos ‘detalles’ que son tan importantes para quien durante años se ha sentido como un perro apaleado por quienes debían protegerle…

Omella, al término de la reunión
Omella, al término de la reunión

Pese a todo, la mayoría vieron en Omella cercanía, escucha de relatos muy duros. Creyeron, o quisieron creer, en él, cuando aseguró que llevará al Papa, y al resto de los obispos, sus exigencias. ¿Un antes y un después? Estar delante del sufrimiento ya es un paso. El trato del cardenal “fue exquisito”, aseguran. Tal vez no sea suficiente, aunque todos agradecen haber acudido a la calle Añastro este miércoles.

Un paso que reconforta, que sirve para expulsar algunos demonios: los del abuso, los del rechazo, los del silencio, los de la ‘venganza’ de una institución que sigue revictimizando, seguramente ahora sin saber cómo dejar de hacerlo. Porque las víctimas quieren creer que la Iglesia, también, pueda ser parte de la solución a este horror. Porque no haya más Diegos que se marchen, y sí muchos que jueguen, felices, protegidos, con fe. Como mi hijo. Como mi Diego.

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