009. Bosques sagrados

Los bosques sagrados fueron un fenómeno religioso a lo largo de toda la historia de Grecia. El cristianismo los conoció sin duda, como puede rastrearse en el escritor Pausanias.

Bosque sagrado de Epidauro. Tomado de https://www.greeka.com/photos/peloponnese/epidaurus/history/hero/epidaurus-history-1280.jpg

Bosque sagrado de Epidauro. Tomado de

https://www.greeka.com/photos/peloponnese/epidaurus/history/hero/epidaurus-history-1280.jpg

Los textos que propuse en el post anterior para estudiar el origen de algunos santuarios extramuros eran premeditadamente arcaicos. Mediante su lectura se puede apreciar la antigüedad de la idea, pero esa mínima colección no debe llevar a pensar que era un fenómeno del pasado para los griegos. Por eso, en esta ocasión, voy a mencionar algunos bosques sagrados que el antiguo viajero Pausanias incluyó en la célebre guía de Grecia que escribió durante el siglo II de nuestra era. Con el fin de no insistir en los lugares más famosos de la cultura helena, una y otra vez citados y por eso demasiado absorbentes, citaré lugares insólitos.

En la acrópolis de la ciudad de Fliunte, cercana a Corinto, Pausanias (II 13, 3-4) describe un santuario de Hebe, llamada allí Ganimeda, con un bosque sagrado. El lugar representa muy bien el derecho de asilo que ofrecían muchísimos santuarios griegos. En efecto, los suplicantes iban a este recinto y, una vez liberados, colgaban sus grilletes de los árboles sagrados. Es interesante también que allí se celebrara una fiesta dedicada a los cortadores de hiedra, los Cisotomos.

Ese derecho de asilo no era, con todo, tan respetado. De un bosque sagrado de Cleonas, también en las cercanías de Corinto, Pausanias cuenta (II, 15, 2) que fue quemado con algunos soldados dentro por los lacedemonios durante una guerra contra esa ciudad.

Al hablar de Epidauro (II 27, 1) el escritor menciona el bosque sagrado, cosa que, como en el caso de Olimpia, puede verse todavía hoy por la naturaleza boscosa del paraje. Destaca en la descripción que el lugar estaba rodeado por mojones que avisaban de la entrada en un recinto divino, recinto que, quizá por estar dedicado a la curación, estaba vedado al nacimiento y la muerte (recuérdese el alto índice de mortandad en los partos).

Abunda en esta noticia otra que Pausanias aporta al hablar de Cafias, población más o menos en el centro de Arcadia ((VII 23, 6-7). Allí había un bosque sagrado dedicado a Ártemis. La leyenda cuenta que unos niños, jugando, anudaron una cuerda alrededor del cuello de la estatua de la diosa, y que la llamaron “ahorcada”, Apancómene en griego. Los habitantes de Cafias lo descubrieron y, por considerarlo un sacrilegio, lapidaron a los niños. Ártemis, protectora de la infancia, maldijo a las mujeres de la ciudad, que comenzaron a dar a luz niños muertos. En Delfos la Pitia comunicó a los de Cafias que debían venerar a los niños lapidados como héroes para superar la maldición. En época de Pausanias todavía se mantenía esta veneración.

Quizá por ser una diosa de los límites, quizá por estar asociada al parto, a la caza (actividad mortal), quizá por su confusión con Hécate, diosa de la muerte, en el bosque sagrado del santuario de Ártemis Sarónica, en la isla de Egina, estuvo enterrado Sarón, que dio nombre al golfo.

Muchos bosques sagrados estaban asociados, lógicamente por otra parte, con fuentes. Al describir los alrededores de la ciudad de Patras, en el Peloponeso. Pausanias contaba (VII 21, 11-12) que cerca de la ciudad, junto al mar, un bosque sagrado permitía un paseo muy agradable en verano. Junto a él, un santuario de Deméter y Perséfone albergaba una fuente sagrada que, con el ritual que Pausanias relata, permitía saber si los enfermos curarían o no de sus enfermedades.

Esta asociación de bosque sagrado, fuentes y Deméter también se dio en el territorio de Pelene, ciudad de Acaya pero en la frontera con Corinto. Su santuario de Deméter Misia albergaba, dentro del bosque, árboles de todas clases y fuentes. Allí se celebraba la fiesta femenina por antonomasia, las Tesmoforias, en este caso concreto una sola noche. Los hombres, incluso los perros macho, al tercer día de fiesta debían abandonar el recinto sagrado, al que sólo podían volver al día siguiente.

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