Conclusiones (A). “Jesús y la resistencia antirromana” (LXXI)



Foto: Karl Kautsky. Historiador checo-austríaco marxista, luego social demócrata, que en 1908 publicó una obra de gran impacto: “El origen del cristianismo” (original alemán Der Ursprung des Christentums, Stuttgart; versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953), en el que estudiaba a Jesús ante todo desde un punto de vista de la historia social. Según Kautsky, el mundo de Jesús era el del campesinado, lo que explica que en su predicación se dirigiera ante todo hacia los pobres, precisamente en cuanto tales. El mundo espiritual de Jesús estaba muy cercano al de los esenios, con los que compartía un fuerte nacionalismo y una mentalidad de belicosa oposición tanto hacia las clases más altas de su nación como contra los romanos opresores.

Escribe Antonio Piñero

Llegados a este momento de mi comentario/síntesis/reordenación del material del artículo de F. Bermejo, tantas veces citado (“Jesus and the Anti-Roman Resistance. A Reassessment of the Arguments, publicado en el “Journal For The Study Of The Historical Jesus” 12 (2014) 1-105), me queda muy poco que añadir. Pienso que es mejor ceder prácticamente en su totalidad la palabra al autor. Las conclusiones son muy detalladas y ocupan desde la p. 98 hasta la 106. F Bermejo escribe por mi parte me permito amplificar algunas frases de la traducción para que su pensamiento quede aún más claro):

«El análisis anterior ha presentado cuatro argumentos principales que apoyan de una manera novedosa la propuesta de un Jesús sedicioso.

»En primer lugar, la presencia de un cuadro persistente de testimonios en el Nuevo Testamento, que goza de la mayor probabilidad de historicidad.

»En segundo lugar, el gran poder explicativo de la hipótesis construido a la luz y a partir de la pauta o patrón.

»En tercer lugar, la constatación de que falta –en los planteamientos propuestos por la hipótesis de un Jesús pacifista– una alternativa convincente y unificadora, es decir una hipótesis en contrario que explique todos los textos, y que la atomización/compartimentación del material, tal como hacen muchos historiadores confesionales, seleccionando unos y omitiendo otros, es un método de aproximación a los textos, y por tanto a Jesús, muy poco convincente.

»En cuarto lugar, el hecho de que todas las objeciones formuladas contra la hipótesis pueden ser respondidas de manera convincente.

»Estos argumentos, en su conjunto, son los cuatro pilares de un sólido edificio académico. En este sentido, la afirmación general de que se ha infligido un golpe mortal a la hipótesis de un Jesús sedicioso no sólo es totalmente gratuita, sino demostrablemente falsa. Además, y dicho sea de paso, la imagen que los contradictores de la hipótesis pintan del Jesús sedicioso no se corresponde bien con la dibujada por los defensores de esta hipótesis que presentan un dibujo muy bien diferenciado en sus rasgos.

»Sería injusto afirmar que mediante la propuesta de la imagen de un Jesús rebelde estamos alejándonos en demasía del Jesús transmitido por la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Esto no es así, porque en ningún momento se ha recurrido a la versión eslava de Josefo, ni a los textos de autores anticristianos del paganismo (Celso, Hierocles ...) que hacen alusión a Jesús como un rebelde, ni a la polémica judía, ni a los textos apócrifos sospechosos. Por tanto, el Jesús que se ha presentado siguiendo esta hipótesis no es un Jesús oculto detrás de las fuentes o más allá de ellas. Los bloques de la construcción de la figura del Jesús sedicioso se han tomado de los propios Evangelios canónicos (a veces complementados con otros escritos del Nuevo Testamento). Se trata de que son las Escrituras cristianas mismas, los textos inspirados, las que nos proporcionan este punto de vista, y no las “mentes fantasiosas” de Reimarus, Hennell, Kautsky, Eisler, Brandon, Maccoby, etc.

»Dicho de otro modo, el Jesús sedicioso es también un Jesús recordado por la tradición. Esto, a su vez, significa que si Jesús no era un sedicioso, los Evangelios –en la medida en que contienen muchos testimonios que de otro modo son ininteligibles– serían desesperadamente textos absurdos y sin sentido. A menos que los Evangelios sean cuentos contados por un idiota, como dice Shakespeare de la vida, la participación de Jesús en actividades antirromanas es un corolario ineludible de los textos evangélicos propuestos y analizados imparcialmente.

»Maurice Casey escribió una vez: " Una función importante de la erudición al uso ha sido la de evitar cualquier cosa que fuera demasiado incómoda" (en su obra “From Jewish Prophet to gentile God” = Del profeta judío a un dios pagano”. James Clarke y Co., Cambridge, 1991, p. 171). En ninguna parte es esta observación tan oportuna como en este momento. Aunque no deben hacerse estimaciones simplistas de los motivos personales de los estudiosos, es más que posible que una de las razones de que la hipótesis de un Jesús sedicioso provoque reacciones alérgicas en el grupo de los estudiosos confesionales no es difícil de vislumbrar: se trata de un tema extremadamente molesto para muchas personas, quienes lo ven como una afrenta a sus creencias más preciadas. Ocurre también que, con muy buena voluntad sin duda, hay muchos cristianos que están implicados en la no violencia como solución a los problemas de este mundo, por lo que necesitan a toda costa una imagen de un Jesús que haya sustentado un movimiento similar no violento.

»La noción de Jesús como un hombre que comparte la ideología y los valores de muchos de sus contemporáneos desmiente el mito de su singularidad, es decir, el que Jesús sea un únicum incomparable: no ha habido persona en el mundo que pueda comparársele. La pintura de Jesús como un judío de espíritu nacionalista, un Jesús que toma partido por esta mentalidad y que no es indiferente a que los romanos sean los que ejercen el control político de su tierra–, asesta un golpe mortal a la idea de un “Señor universal”.

»Tenía razón Brandon al afirmar que, en el pensamiento cristiano, el desarrollo de la doctrina de la divinidad de Cristo y de su papel como el salvador de toda la humanidad hace que sea difícil de contemplar que él podría haber estado implicado en los asuntos internos judíos, en especial en los que podrían ser calificados como revolucionarios (“Jesus and the Zealots”, p. 320). Ciertamente si se dibuja a un Jesús que de algún modo encabezaba un grupo armado (al menos al final de su vida) se inflige un golpe mortal a la noción de “un varón de dolores, manso y humilde de corazón”. La noción de que Jesús estuvo implicado activamente en la resistencia antirromana convierte en muy implausible la idea de que él fue a Jerusalén para morir voluntariamente, es decir, arrostró su muerte de un modo voluntario.

»H. Maccoby escribió: "Cuando Jesús entró en Jerusalén en su última apuesta por instaurar el poder de Dios (es decir, instaurar el Reino) sabía que estaba arriesgando su vida; pero no tenía como objetivo perderla. Su objetivo era tener éxito, que los romanos fueran derrotados y que se estableciera el reino de Dios en la tierra" (“Revolution in Judaea”, pp. 135-136). Hay que admitir que la hipótesis de un Jesús sedicioso hace añicos el conmovedor relato de un Jesús que fue a la muerte como una víctima desamparada. En verdad, ciertos elementos claves del mito cristiano caen a tierra o se colapsan».

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
Nº 839
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