El apóstol Juan en la literatura apócrifa

Patmos
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Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El apóstol Juan de Zebedeo en los Hechos de Juan de Prócoro

Travesía de Éfeso a Patmos

Cuenta luego el autor el viaje marino camino del destierro en la isla de Patmos. Y da detalles nimios sobre los alimentos de que disponían. A saber, seis onzas de pan para los dos, medio litro de agua y un vaso de vinagre. Juan tomaba dos onzas de pan y la octava parte del agua; el resto se lo dejaba a Prócoro. A los tres días de navegación, se entretenían los soldados y los pasajeros después de comer cuando un joven cayó al mar.

Se produjo una gran consternación en el pasaje, tanto más cuanto que en la nave se encontraba el padre del náufrago que quería arrojarse al mar. Los guardias se dirigieron a Juan, que estaba atado junto a Prócoro y le echaron en cara su tranquilidad, porque mientras todos estaban consternados, él permanecía impasible ante el dolor ajeno. Le pidieron ayuda. Juan les preguntó si sus dioses no tenían poder para resolver la tragedia. “Será porque no somos puros”, replicaron los guardianes. Entonces Juan sacudió sus cadenas e imprecó al mar diciendo: “Devuélvenos sano y salvo al joven” (HchJnPr 15,4). Se produjo una gran sacudida del mar, un fuerte estruendo y una ola gigante que arrojó al joven vivo a los pies de Juan. Los guardianes, admirados y espantados, quitaron las cadenas que sujetaban a Juan y trataron a los dos prisioneros con deferente familiaridad.

Después de un desembarco en Katoikía y una parada en la que todos bajaron a tierra menos Juan, Prócoro y los guardianes, levaron anclas cuando el sol se ponía y zarparon de nuevo. Pero hacia las diez de la noche se levantó una fortísima tempestad que amenazaba la estabilidad de la nave. Los guardianes abordaron a Juan para pedirle que resolviera el problema él que había rescatado al joven náufrago de las profundidades del abismo. Juan ordenó al mar y se hizo una gran bonanza. Pudieron, pues, navegar otros tres días y tres noches hasta arribar a la ciudad (tópos) de Epicuro. Si aceptamos los datos cronológicos del texto, el viaje había durado ya seis días. El lugar denominado es desconocido, pero podría tener alguna relación con la isla de Samos, patria del filósofo Epicuro, que estaba situada en la línea recta que va desde Éfeso a Patmos. La distancia de este viaje a vuelo de pájaro no llegaba a los cien kilómetros.

La travesía marítima desde Éfeso a Patmos, de unos noventa kilómetros de distancia, podía realizarse prácticamente en línea recta a través del estrecho que separa la isla de Samos del promontorio de Micala.
En Epicuro residía una amplia colonia judía, uno de cuyos dirigentes era el Mareón que ya había causado molestias a Juan y Prócoro en Éfeso. Mareón disponía de abundantes recursos y seguidores, a los que pretendió indisponer contra los dos desterrados. La firmeza y la honradez de los funcionarios regios impidieron cualquier operación que pusiera en peligro el cumplimiento de las órdenes imperiales. Mareón y los suyos no se conformaban con menos que con la muerte de Juan y Prócoro. Pero los guardianes argumentaron partiendo del mandato del emperador, que les había encomendado la tarea de conducirlos al destierro en Patmos. Mareón les objetaba que la situación de libertad en que vivían los prisioneros no era la más apropiada para unos magos y delincuentes. Y fue tanta su insistencia que acabaron confraternizando con Mareón, y después de participar de su mesa en tierra, regresaron a la nave y volvieron a sujetar con cadenas a los prisioneros y a someterlos a las mismas privaciones que al principio del viaje.

Zarparon de nuevo y después de dos días de navegación arribaron a Mireón, donde lanzaron el ancla (c. 18). Pero surgió un incidente que retrasó el viaje hasta siete días. La causa fue la grave enfermedad que atacó a uno de los guardianes hasta ponerlo en peligro de muerte. El códice P3 la define con el término técnico de “disentería”. Sus colegas discutían sobre la conveniencia de cumplir el mandato del emperador y abandonar al enfermo o retrasar la gestión encomendada hasta que su compañero mejorara. Conoció Juan la situación y con la colaboración de Prócoro aportó la solución curando al funcionario de sus dolencias. El enfermo, que no podía ponerse en pie ni había probado bocado en siete días, se presentó a los suyos para anunciarles que ya podían todos continuar el viaje.

La nueva singladura condujo la expedición hasta un lugar llamado Lofos. El relato define el lugar como carente de agua potable, húmedo y sometido al encuentro de dos corrientes contrarias (c. 19,1). La situación en la nave volvió a ser nuevamente desesperada. Juan tenía una vez más la solución. Ordenó a Prócoro que tomara un ánfora, la llenara repetidas veces con agua del mar y de ella vertiera en las vasijas de los pasajeros. Juan remató el lance a su manera: “En el nombre del crucificado, tomad, bebed y viviréis”. Los guardianes, agradecidos otra vez, le quitaron las cadenas y se excusaron de no darle la libertad para no contravenir a las órdenes recibidas. Juan aprovechó la ocasión para instruir a los guardianes, a quienes acabó administrando el bautismo que ellos mismos espontáneamente habían solicitado. Pretendían incluso continuar con Juan, que consideró más conveniente que regresaran a sus casas. El texto de la narración parece dar a entender que el trayecto de Lofos a la isla de Patmos debía de ser corto, porque lo refiere de la forma más concisa: “Levamos anclas en Lofos y llegamos a la isla de Patmos” (c. 19,5).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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