046. 30 monedas (6): la veneración de los muertos en Roma.

En Roma, la ascendencia fue más que una cuestión de familia. Los difuntos siempre fueron considerados una fuerza que, apropiadamente venerada, repercutiría para bien en los vivos.

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Estela funeraria cristiana dedicada a Licinia Amia, una cristiana del s. III. Roma, Museo de las Termas. Tomada de aquí.

En Roma, la ascendencia fue más que una cuestión de familia. Los difuntos siempre fueron considerados una fuerza que, apropiadamente venerada, repercutiría para bien en los vivos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.

Lo antiguos romanos veneraron a sus muertos mediante la figura de los Manes. Su culto tenía lugar durante los últimos días de febrero. Cuenta Ovidio en su obra Fastos (II 533-547):

También las tumbas tienen su honor. Aplacad las almas de los padres y llevad pequeños regalos a las piras ya extintas. Los manes reclaman cosas pequeñas; agradecen el amor de los hijos en lugar de regalos ricos. La profunda Estige no tienen dioses codiciosos. Basta con una teja adornada con coronas colgantes, unas avenas esparcidas, una pequeña cantidad de sal, y trigo ablandado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en un tiesto y déjalas en medio del camino. No es que prohíba cosas más importantes, sino que las sombras se dejan aplacar con éstas; añade plegarias y las palabras oportunas en los fuegos que se ponen. Eneas, promotor idóneo de la piedad, trajo estas costumbres a sus tierras, justo Latino. Llevaba regalos rituales al Genio de su padre; de él los pueblos aprendieron los ritos piadosos. (trad. de B. Segura Ramos).

Al parecer el nombre de Manes viene de una palabra del idioma sabino que significaba “bien”, “bueno”. De ella vendría tanto el nombre de la diosa Mania como el de los Manes: “La Buena”, “los Buenos”. Estos dioses eran una especie de dios de cuarta fila, el ánimo vital de los difuntos que, ya sin cuerpo (sin materia podríamos decir) pero aún con voluntad e inteligencia, disponía de ciertas posibilidades de actuación.

Algunos romanos pensaban que el culto a los muertos se había manifestado inicialmente en los sacrificios humanos dedicados a los muertos recientes, que habían derivado en las luchas a muerte de gladiadores celebradas en fechas cercanas a la defunción y como parte de los ritos fúnebres. La costumbre no está clara, si bien en algunas tumbas etruscas se pueden observar frescos que muestran crueles enfrentamientos entre perros feroces y hombres atados armados con una porra que no debían acabar nada bien para el individuo.

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Fresco de la Tumba de los Augures, de Tarquinia, con el juego entre un hombre embrollado con sogas y un perro salvaje, con Phersu a la izquierda. Foto del autor.

El caso es que estos cultos se dirigían a los difuntos, que habitarían o en la región inferior del mundo, los Inferos, o en el espacio situado entre la superficie de la Tierra y la Luna, el mundo sublunar. La omisión de los ritos podía traer malas consecuencias, tal como relata el mismo Ovidio (Fastos II 548-558):

Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de ese suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y los funerales. (Trad. de B. Segura Ramos).

Durante el último día de febrero, las ceremonias conocidas como Feralias (de fero, “llevar”) servían para llevar las ofrendas comentadas a los ancestros. Aunque hay problemas para establecer las fechas exactas, parece que estas ceremonias eran las últimas de las fiestas llamadas Parentalia (Parentales), referidas explícitamente a los Padres. Se sabe que el ritual incluía ceremonias privadas y ausencia de algunas ceremonias públicas, pues quedaban en suspenso los matrimonios, las puertas de los templos quedaban cerradas y no se encendían fuegos sobre los altares. En definitiva, el mundo quedaba dedicado a los muertos, por lo que se impedía toda relación entre los dioses mayores o las ceremonias encaminadas a transmitir la vida y aquellos.

La costumbre también incluía recordar a los manes en las lápidas mediante la inscripción Diis Manibus, a los Dioses Manes, o Diis Manibus Sacrum (Santuario dedicado a los Dioses Manes), lemas que quedaban recogidos en las abreviaturas D M /  D M S. Los cristianos se sirvieron de ellas reinterpretándolas como Deo Magno Sacro (A Dios, Grande y Sagrado) o simplemente Deo Magno y combinándolas con sus propios símbolos, como los peces o el ancla.

Saludos cordiales.

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