Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del Cristianismo

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Capítulo Quinto

Ideas y creencias en la Europa moderna

Creer y pensar como realidades distintas

Para comprender a un hombre o mujer es preciso conocer sus ideas. Desde que los europeos tienen sentido histórico, esto es algo elemental en su pensamiento. No conciben vida humana que no esté constituida por unas ideas básicas. Y también para nuestro filósofo vitalista Ortega, vivir es tener que habérselas con el mundo y consigo mismo y ese "sí mismo" con el que el hombre y la mujer se encuentran aparece bajo la especie de una interpretación de ideas sobre el mundo y sobre sí mismos.

Ideas que pueden ser pensamientos que se le ocurren a uno sobre esto y lo otro, o que se le ocurren a otros y él adopta. Pueden ser pensamientos vulgares o teorías científicas, pero siempre se tratará de ocurrencias originales que surgen de un modo u otro. Evidentemente, el hombre estaba ya ahí antes de que se le ocurriera o adoptase cualquier idea. Es decir, la idea brota de una vida preexistente.

Ahora bien, existen unas ideas básicas que Ortega llama también "creencias", más adelante nos dirá por qué, las cuales no surgen un día y a una hora concreta de nuestra vida, no llegamos a ellas por un pensamiento que se nos ocurre o por un razonamiento más elevado. Al contrario, esas ideas que son de verdad creencias constituyen el continente de nuestra vida y no tienen el carácter de contenidos particulares en ella.

Se atreve a decir que no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. "Precisamente, porque son creencias radicalísimas se confunden con nosotros y con la realidad misma -son nuestro mundo y nuestro ser-, pierden el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido". Cuando se sabe apreciar la diferencia entre estas dos clase de ideas, es más fácil comprender el papel que desempeñan en nuestra vida. Ortega ve una enorme diferencia de rango funcional entre unas y otras.

De las ideas-ocurrencias, aun incluyendo las verdades más rigurosas de la ciencia, podemos decir que las producimos y las propagamos nosotros, las discutimos, las combatimos o morimos para defenderlas. En cambio, con las creencias lo único que podemos hacer con ellas es estar, estamos en ellas. Una creencia de este tipo muy elemental y sin la cual no podríamos vivir es creer que la tierra es firme, a pesar de los terremotos que a veces acontecen.

O sea, que no hablamos de creencia en el sentido religioso exclusivamente, aunque también, puesto que en el ser humano todo va mezclado. A este propósito dirá: la fe cree que Dios existe o que no existe. Nos sitúa ante una realidad, positiva o negativa, pero inequívoca y por eso al estar en ella nos sentimos colocados sobre algo estable. "Estar en la creencia" es una expresión muy acertada del lenguaje popular.

Sin ningún género de duda y con firme convicción dice Ortega: "en la creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se sostiene. Pero la creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros". Hay ideas con que nos encontramos, por eso las llama ocurrencias, e ideas en que nos encontramos que están ya ahí antes de que nos pongamos a pensar. Lo sorprendente es que se les llame lo mismo siendo realidades tan distintas.

Sin embargo, esto no es una casualidad para él, sino consecuencia "de la confusión entre dos problemas radicalmente diversos que exigen dos modos de pensar y de llamar no menos dispares". Como fenómeno vital la creencia no se parece en nada a la ocurrencia, su función en el organismo de nuestra vida es muy distinta y hasta antagónica, aunque una y otra tengan un origen psicológico.

Con el término "ideas", pues, designaremos todo lo referido a nuestra ocupación intelectual. Las creencias, en cambio, se nos presentan con un carácter opuesto; no llegamos a ellas tras una operación de entendimiento, sino que están ya en nosotros cuando nos disponemos a pensar sobre algo. Por eso no las formulamos, sino que aludimos a ellas como hacemos con todo lo que nos es la realidad misma.

Las teorías, por el contrario, sólo existen mientras son pensadas, por eso necesitan siempre ser formuladas de nuevo. Lo que revela que aquello en que nos ponemos a pensar tiene una realidad problemática y, por lo mismo, ocupa en nuestra vida un lugar secundario, si lo comparamos con las creencias básicas auténticas.

En estas no pensamos, nuestra relación con ellas consiste en algo más eficiente; consiste en contar con ellas siempre. Es importante esta contraposición entre pensar en una cosa y contar con ella, para infundirle claridad a la estructura de la vida humana. Porque el intelectualismo que ha tiranizado el pasado de la filosofía, ha invertido el valor de ambos términos al considerar lo más eficiente en nuestra vida el pensamiento reflexivo, cuando la verdad es lo contrario.

En definitiva, cuando inquirimos en cuales son las ideas del hombre o de una época, confundimos frecuentemente dos cosas bien distintas, sus creencias y sus ocurrencias o pensamientos. "En rigor, sólo las últimas deben llamarse ideas. Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas vivimos, nos movemos y somos.

Por lo mismo no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la idea de esa cosa, sino que simplemente contamos con ella. En cambio, las ideas, es decir, los pensamientos que tenemos sobre las cosas, sean originales o recibidos, no poseen en nuestra vida valor de realidad" (Creer y pensar V. 383-388).

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