Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset



Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset


La estructura vital, sustancia de la historia

Otra virtud laica en la obra de Ortega, que asume el Concilio Vaticano II es la cultura. Una vez más la sintonía entre nuestro filósofo y el Concilio es manifiesta. En 1934 escribía Ortega: la realidad del hombre es la cultura, porque vive inmerso en ella; es como su circuns-tancia, es decir, todas las cosas que están en su alrededor y hay que rescatar o salvar del olvido y la oscuridad. Cultura es labor, hacer cosas humanas, es hacer ciencia, moral, arte, hasta cavar la tierra.

Cuando hablamos de mayor o menor cultura queremos decir mayor o menor capacidad de producir cosas humanas. Las cosas que hacemos son su medida y mejor síntoma. Ortega se queja de que los españoles hemos perdido la tradición cultural, hemos perdido el interés por el trabajo bien hecho. Sólo nos regimos por apetitos individuales, humores sentimentales, nuestras simpatías y antipatías. Y, como entre nosotros los motivos de divergencia y antipatía son mayores que los de concordia y simpatía, nuestro pueblo está disgregado. Nuestra actividad (política) se reduce a negarse unas personalidades y otras, unos grupos a otros, unas regiones a otras (La pedagogía social como programa político I, 503; 516-517).

Observe el lector la actualidad que tiene el pensamiento de Ortega en nuestros días, sobre todo en la polémica en torno a los estatutos de las autonomías y el pacto antiterrorista.
De manera intrínseca la cultura está ligada al respeto de unos hombres con otros: “Dadme una raza respetuosa y os prometo una cultura floreciente”. Basta con un puñado de hombres, que se van pasando de mano en mano y con tenacidad la fecunda tradición del respeto. Los hombres frívolos, en cambio, creen que el mundo es una fatalidad, un gran juguete con el que se puede jugar.

Con esta disposición psicológica, lo único que pueden producir son cosas ingrávidas, fofas, una literatura y unos espectáculos groseros. Por el contrario, el hombre respetuoso piensa que el mundo es un problema, una dolorosa incógnita que hay que resolver o, al menos, aproximarse lo más posible a su solución mediante el consenso y la concordia. Y puesta esta premisa, Ortega se pregunta “¿qué otra cosa es la cultura sino la labor paulatina de la humanidad para acercarse más y más a la solución de los problemas del mundo?”.

En cierto modo la cultura nace de la emoción religiosa, con Goethe se atreve a decir: “la emoción de lo divino ha sido el hogar de la cultura y probablemente lo será siempre”. Hoy tal vez nos baste con decir que es el hogar psicológico donde se condimenta. Aunque bien visto, la solución de un problema es ante todo una actividad científica. Pero en este caso ¿cómo explicar la polémica constante entre la ciencia y la religión? De cualquier modo, ciencia y religión son dos hermanas concebidas en la matriz original del respeto. Por lo que se impone prestar mucha atención a esa querella, ya que está en juego la suerte de la cultura, el respeto y sobre todo el mundo nuevo que hemos de construir entre todos (Sobre “El Santo” I, 435ss)

Y no olvidemos la concordia entre Ortega y el Concilio vaticano II que venimos defendiendo. Dice así Gaudium et spes: El hombre no llega a un nivel verdadera y plenamente humano sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales. Siempre que se trata de la vida humana naturaleza y cultura se hallan ligadas muy estrechamente.

Con la palabra cultura se indica, en general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales, procura someter todo el orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres y las instituciones. Por tanto, la palabra cultura tiene un aspecto histórico y social muy fuerte (GS 53, 1-2).

Ver:Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
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