Comentario de comentarios

En el breve tiempo que llevo asomándome a Religión Digital mis opiniones han suscitado bastantes comentarios. No me alcanza el tiempo a responderlos uno por uno, pero sepan mis comunicantes que los leo todos, que agradezco los elogiosos y me interrogo por la razón que puedan tener los críticos, pero lamento el tono agresivo y hasta ofensivo de algunos.

Hay quien rechina de dientes porque he subrayado la importancia de haber hablado en catalán el Papa. Al parecer no se atreven a criticar directamente a Su Santidad, pero ciertas apelaciones a la universalidad del castellano, aunque me las dirijan, tiran por elevación contra Benedicto XVI.

Ha habido incluso un lector que quiere saber cuántas horas rezo, y otro que termina sus improperios preguntando qué hago yo en el monasterio. Preguntas retóricas, porque de antemano creen estar muy enterados de que no rezo, sino que sólo hago política separatista, y de que en el monasterio estoy como un pez fuera del agua, pues para ellos mi lugar propio debe de ser el mundo, o el infierno.

No pido que dejen de publicarse semejantes comentarios (y no sólo los que me atacan a mí, sino también los que injurian a otros pensadores cristianos). Al contrario: creo que son muy significativos y llamo sobre ellos la atención de los lectores sin prejuicios, porque denotan una mentalidad que conviene destapar.

Se trata de personas que profesan unas ideas políticas muy arraigadas, nostálgicas de la dictadura, y las conciben como inseparables de una deformación de la religión, puesta al servicio de aquellas ideas, de tal modo que cuando aparece otro modo de entender el cristianismo, desvinculado de aquella ideología política, no razonan ni argumentan, sino que lo acusan de ser herejía o apostasía.
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