¿Misas adúlteras?

Me ha sorprendido desagradablemente el artículo de Pedro Rizo sobre lo que él llama “misas adúlteras” de los sacerdotes vascos durante la guerra civil. El autor ya se identifica ideológicamente cuando se adhiere a los que piensan que la misa reformada después del Vaticano II “se aleja impresionantemente de la teología católica”. Sostiene (aunque no puede aducir ninguna prueba, salvo el testimonio de un sacerdote irregular, pues dice que los documentos probatorios han desaparecido) que aquellos sacerdotes vascos se tomaron libertades en el modo de celebrar la eucaristía que anticiparon lo que Pablo VI dispuso siguiendo las pautas aprobadas por abrumadora mayoría de los obispos del Vaticano II. Solo con la llegada de las tropas de Franco en junio de 1937 - dice - empezaron a celebrarse en Bilbao “misas verdaderas”.

El clero vasco era sin la menor duda el mejor de España. El seminario de Vitoria era famoso por su elevado nivel académico y religioso. Tras la Visita Apostólica a los seminarios españoles decretada en 1933 y confiada al nuncio Tedeschini, el informe final denunciaba el pésimo estado de los seminarios. Los mejores alumnos se habían ido, y a los que quedaban habría que echarlos. Tedeschini, ferozmente antinacionalista, se extrañaba de que el seminario vasco y los catalanes, aunque infectados respectivamente de bizkaitarrismo y de catalanismo, fueran con todo los mejores. Sobre todo el de Vitoria, famoso por la impecable formación litúrgica, centrada en la fiel y casi escrupulosa observancia a las rúbricas, y por la pastoral social. A diferencia de todo el resto de España, en Euskadi el sindicato mayoritario era el católico. Si el señor Rizo quiere saber cómo celebraban la misa aquellos sacerdotes, que busque un misal de la época y lea sus rúbricas, y tenga la seguridad de que así eran aquellas misas, también durante la guerra.

A pesar de las fuertes presiones del gobierno de Burgos y del cardenal Gomá, Pío XI se negó a condenar a los sacerdotes vascos. Cuando el obispo de Vitoria, don Mateo Múgica, desterrado por la Junta de Defensa de Burgos, explicó al Papa la persecución contra el clero vasco y el fusilamiento de dieciséis sacerdotes, Pío XI, que hasta entonces no había querido recibir al representante de los llamados nacionales, marqués de Magaz, lo citó y le espetó: “¡En la España nacional se fusila a los sacerdotes igual que en la republicana!” Envió a monseñor Antoniutti como Delegado Apostólico con la misión oficial de repatriar a los niños vascos evacuados al extranjero, pero en realidad para proteger a los sacerdotes encarcelados, desterrados o privados de sus cargos. Así lo refiere en sus memorias y lo he comprobado en los archivos secretos vaticanos recientemente abiertos a los investigadores.

En la España llamada nacional era cómodo, y aun ventajoso, presentarse como católico, pero en la republicana era arriesgado, y los vascos, en su tierra hasta que fue ocupada y después en Madrid, Valencia o Barcelona, profesaron valientemente su fe y fueron siempre respetados. En la Capilla Vasca de Barcelona se celebraban las funciones sagradas con los debidos ornamentos y plena observancia de las rúbricas.

En el Archivo Diocesano de Barcelona (¡no todos los documentos se han perdido!) se conservan los libros de la Capilla Vasca en los que se registraban los bautizos, matrimonios y entierros. En mi biografía 'Aita Patxi. Prisionero con los gudaris' he referido como este piadoso religioso cargaba con el altar portátil y todo el utillaje sacro prescrito por la liturgia y guardaba el ayuno eucarístico, entonces muy severo, para celebrar fielmente cada día la misa para los gudaris.

Luis Suárez Fernández, en su reciente libro sobre Franco y la Iglesia, justifica el fusilamiento de los sacerdotes vascos diciendo que fueron apresados vistiendo el uniforme de los gudaris. Todos los capellanes militares, también los franquistas, vestían el uniforme militar, pero los franquistas, además, solían llevar armas, como el que pistola en mano intimó a Aita Patxi a rendirse. El gobierno de Euskadi había previsto la asistencia religiosa de sus tropas, y esto no era ni delito ni pecado, y mucho menos motivo de la condena a muerte. Pero es que los sacerdotes fusilados, al menos los que conozco, no eran capellanes militares sino párrocos sin más delito que haber predicado en la lengua del pueblo. Sus misas no eran adúlteras. Eran misas verdaderas.
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