Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad

Juan XXIII tenía muy arraigadas unas cuantas sentencias bíblicas que a menudo repetía, para él mismo y proclamándolas a la Iglesia y a todo el mundo. Le eran luz y fuerza personales, y a la vez las proyectaba al mundo como una energía divina. Una de sus predilectas era el canto de los ángeles la noche de Navidad: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.

Su experiencia en las dos guerras mundiales había creado en él una auténtica obsesión por la paz y creía que, para salvarla, los cristianos tenían que colaborar con todos los hombres de buena voluntad. En la crisis de los misiles de Cuba, en 1962, exhortó públicamente a “todos los hombres de buena voluntad”, pero pensando especialmente en Kruschev y Kennedy, a resolver pacíficamente el conflicto. Previamente había dado a conocer el texto a las embajadas de Estados Unidos y la Unión Soviética en Italia (el Vaticano no tenía entonces con ellos relaciones diplomáticas) y, efectivamente, las dos grandes potencias entablaron negociaciones.

Por aquellas Navidades, Kruschov, sabedor de la grave enfermedad que padecía el Papa, le hizo llegar este mensaje: “Con motivo de los santos días de Navidad, le ruego acepte estos deseos y felicitaciones de un hombre que quiere para usted salud y energía para que pueda seguir esforzándose continuamente por la paz y por la felicidad y el bienestar de toda la humanidad”. Juan XXIII le respondió: “Muchas gracias por su gentil mensaje de felicitación. Se lo devolvemos de corazón con las mismas palabras venidas de lo alto: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

El Papa, que había lanzado aquel mensaje porque le salió del corazón, se maravilló de que los dos hombres más poderosos del mundo le hubieran hecho caso. “No sabía que tenía tanto poder – dijo – y he de ponerlo al servicio de la paz”.

Así fue como, queriendo anticiparse a posibles futuras crisis, publicó el 11 de abril de 1963 la encíclica Pacem in terris, “paz en la tierra”, que dirigió no sólo a los obispos y los fieles católicos, como hacían todas las encíclicas, sino también “a todos los hombres de buena voluntad”.

Ni antes ni después no ha habido nunca una encíclica que tuviera tanta resonancia.

NOTA.- En esta cita bíblica tan querida de Juan XXIII, “los hombres de buena voluntad” son propiamente los hombres objeto de la voluntad buena de Dios, su designio de salvar a todos los hombres. Por eso en las traducción del Gloria de la misa decimos “los hombres que ama el Señor”. Pero según la importante Instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, del 1993, cuando un texto, o su traducción o su interpretación han dado durante largo tiempo buenos frutos espirituales (Wirkungsgeschichte, “historia de los efectos”), puede seguirse usando, a efectos de la piedad. Juan XXIII podía mantener para su proyecto humanitario la versión tradicional.
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