¿Vino Jesús a dividir las familias?

Me escribe un amigo a propósito del evangelio del pasado domingo, XX del tiempo ordinario, año C (Lucas 12, 49-57), en el que Jesús dice que ha venido a traer división en una misma familia, y me pide encarecidamente que se lo explique, si puedo. Confieso que también a mí se me hace difícil este pasaje, y he pensado que mi solución tal vez interesaría a mis comunicantes de Religión Digital, y quizás les sugeriría otra solución mejor que la que ahora propongo.

La respuesta más fácil sería que, en este y otros lugares evangélicos, se trata de exageraciones propias del lenguaje oriental. Pero esta escapatoria podría llevar a minimizar la exigencia del radicalismo evangélico. No podemos rebajar la exigencia del evangelio. Jesús dice que para seguirle a medias, más vale no seguirle; véase la doble parábola del remiendo sin tundir en un vestido viejo i el vino nuevo en odres viejos (Mateo 9,16-17 y paralelos) o la doble parábola del que quiso edificar una torre y no calculó lo gastos, o el rey que salió al encuentro de un ejército enemigo, sin mirar si tenía tropas suficientes (Lucas 14,28-33).

No hay que rebajar la exigencia del evangelio, repito, pero hay que asegurarse de que se ha entendido en la dirección correcta, que en el lenguaje metafórico y expresivo de Jesús no siempre es la que señala la acepción literal o material de las palabras; esto sería un fundamentalismo nefasto. Por ejemplo, nadie toma al pie de la letra lo de cortarse una mano que te escandaliza, o no llamar padre a nadie en la tierra (ni siquiera al “padre espiritual”).

Dicen a veces que la mentalidad hebrea (que es el substrato de los evangelios) no tiene capacidad para ideas abstractas. No es así; lo que pasa es que suele expresarlas con realidades concretas. Por ejemplo, para referirse al “mal”, dice “el malo”. Tiende a personificar conceptos o valores abstractos. Así entiendo yo los “malos” y los “enemigos” que los salmos quieren hacernos odiar.

Jesús enseña que hay criterios, valores, filosofías de la vida, que son incompatibles con el Reino de Dios que él predica, y para enseñar que hemos de rechazarlos los personifica. Puede darse tal incompatibilidad aun con realidades muy metidas en nuestras vidas y en nuestro modo de pensar, como si fueran parientes o amigos, o una propia mano u ojo, y con ellos hay que “cortar por lo sano”.

La sociedad que nos rodea es en muchos aspectos enemiga de la fe, y el creyente ha de navegar contra corriente, sin dejarse arrastrar por el ambiente mundano, materialista. Yo diría que esto es lo que Jesús quiere inculcarnos cuando nos exige romper con todo lo opuesto a la fe cristiana, aunque sean cosas, valores o criterios que tenemos muy metidos en nuestras vidas, y que vemos aceptados a nuestro alrededor, incluso a nuestro lado.

No nos exige romper con personas, sino con criterios de ciertas personas, aunque no quita que en alguna ocasión no tengamos más remedio que romper con alguna persona o grupo, porque se hace prácticamente imposible la convivencia pacífica. Es la famosa regla de san Agustín: “Odiar el pecado, amar al pecador”.
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