Vivir el Adviento: orientaciones prácticas

1/ Biblia El Jesús que esperamos es la Palabra hecha hombre. Déjate conducir, ya desde ahora, por la fuerza de la Palabra. Escúchala y medítala con más intensidad que nunca. Cree en el poder que tiene de transformarte. Adórala como preparación para adorar a Jesús en el pesebre. Que la Palabra se haga carne en ti.

2/Liturgia

Ábrete al mensaje de los tres grandes predicadores del Adviento, que la liturgia nos hace sacramentalmente presentes:

a) Isaías, testigo de la santidad y la majestad de Dios, pero a la vez predicador de los medios humildes para salvarnos. Complementariedad entre Is 6 (trascendencia, tres veces Santo) e Is 7 (inmanencia, Dios con nosotros. Que te confortes con el II Isaías, “libro de la consolación de Israel”. Que el III Isaías te ayude a superar todos los desánimos.

b) Juan Bautista, el hombre de Dios recto y sincero, predicador de la conversión al Señor que viene. El Precursor: ¿quién es para mi el precursor de Jesús?. ¿Para quién puedo ser yo precursor?. Humilde: “conviene que él crezca y yo mengue”. No exige heroísmos, sino cumplir los deberes de estado o profesión (Lc 3,10-14). “Muchos fueron donde él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad» (Jn. 10,41).

c) María. Diciembre (más que mayo) es el mes de María. Una devoción mariana plenamente orientada a Jesús, no como una religión paralela. Tal como María misma va a vivir siempre orientada hacia su Hijo. Procura creer, como María en los meses que preceden al nacimiento, que una vida divina late dentro de mi. Comparte la riqueza y la pobreza de María. Reza pidiendo lo mismo que ella debía pedir.

3/ Eucaristía

Cada eucaristía (que es siempre un “adviento”) es la mejor preparación para la del día siguiente. Una eucaristía es Jesucristo preparando en mí su propia venida. Repite cada comunión como un Adviento, a la vez humilde como el de Belén y glorioso como la venida gloriosa.

Hasta el día 16 presta especial atención a los elementos escatológicos de la misa, tanto las lecturas propias como el ordinario de la misa (aclamación después de la consagración, padrenuestro y su embolismo, invocación antes de comulgar, mal traducida: “Dichosos los invitados a la cena del Cordero”).

Desde el día 17, subraya los textos que hablan de la proximidad del Salvador. Una proximidad que ya te ha de llenar de gozo: el Señor que el domingo I de Adviento contemplábamos como juez de cielo y tierra, ahora nos disponemos a recibirlo como la cosa más inofensiva e indefensa imaginable, un niño recién nacido.

4/ Penitencia

El Adviento es tiempo de conversión, pero gozosa y esperanzada. Es el tono que ha de tomar en este tiempo el sacramento de la conversión. El sacramento de la penitencia siempre es “conversión” = “volverse” (a Dios), pero ahora es volvernos al Señor que viene a salvarnos. Celebración comunitaria: toda la Iglesia se purifica para recibir debidamente al Mesías. Celebración individual: revisión personal, en la búsqueda de la voluntad de Dios con el deseo allanar montañas y rellenar los valles.

5/ Plegaria

Es tiempo de plegaria insistente, como la viuda importuna. Sin parar. Recuerda los salmos del ¿Hasta cuando?. Del padrenuestro, sobre todo la 2ª petición, de la venida del Reino. Suplicarla supone desear que desaparezcan los impedimentos del Reino: los del mundo, los de la Iglesia, los míos. ¿Qué supone para mí la plenitud del Reino?. Pero no sólo oración de petición: también contemplación del misterio de la Encarnación.

6/ Silencio

“Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés). Adviento es un tiempo de especial recogimiento y silencio. Como María, que lo meditaba todo en su corazón. “Jesucristo es la Palabra nacida del silencio del Padre” (Ignacio de Antioquia). “Silencio, ángel potente/ mensajero entre Dios y nuestra mente” (Carles Riba, Estances). Reacciona contra el bombardeo de las palabras escritas, oídas y vistas que nos bombardean. Que no ahoguen la palabra interior y la que viene de Dios. Silencio exterior: guarda en estos días una mayor austeridad en la abundancia de comunicación. Silencio interior: apaga la TV de la imaginación. Aprovecha los momentos de “silencio sagrado” de la misa y de la Liturgia de las Horas.

7/ Ascesis

Prívate de alguna pequeña cosa para esperar con mayor deseo la Navidad, marcando así la diferencia de los tiempos. Algún detalle que haga que no te sientas plenamente satisfecho, como si nada te faltase. El que ya todo lo tiene, no espera nada ni a nadie: una pequeña privación material te hará darte cuenta de las cosas espirituales que te faltan. Que te haga sentir más pobre, que enriquezca a alguien de tu alrededor, ya que por la Encarnación Jesucristo, “siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2C 8,9).

8/ Unificar las esperanzas

Repasa qué esperas, qué ilusiones tienes, de qué y para qué vives, qué te motiva, qué te quedaría si perdieras tal o cual ilusión actual. Distingue “la esperanza” (la teologal, que tiene a Dios por objeto y también fundamento) de “las esperanzas” (humanas).
Hay que tener ilusión y esperanzas (sobre todo no ahogar las ilusiones de los otros), pero éste es un tiempo propicio para analizarlas críticamente y confrontarlas con “la esperanza”: descartar las que son contrarias y, las que no se oponen, jerarquizarlas y subordinarlas a lo que es más importante.

9/ Dios es Dios

Seguramente empiezas cada Adviento (y cada Cuaresma) con buena voluntad y grandes deseos, pero cuando llegas al final te parece que no has hecho nada, que estás igual que al principio. No olvides que en la vida espiritual siempre es más importante lo que Dios hace en ti que lo que tú haces a Dios. Dios es Dios. Nosotros no lo fabricamos a base de autosugestión, voluntarismos o esfuerzos mentales, ni tampoco con nuestras obras. No creamos al Mesías a base de querer que venga. El Adviento es Dios que viene a nosotros, y no nosotros que vamos a Dios. Si nos tuviésemos que fiar de lo que nosotros hacemos, bien poca seguridad tendríamos. Todo lo que nosotros tenemos que hacer es disponernos a recibir su don, que no resbale por falta de atención o de acogida nuestra.

Tal vez llegarás al final de este Adviento con la sensación de que estas cuatro semanas han pasado en vano y que estás igual o peor que al empezarlo, pero el Señor, en un solo instante, la vigilia de Navidad, en un momento de la misa del gallo, es capaz de hacer irrupción tumultuosa en tu corazón y colmarlo de la paz y del gozo de su presencia. Si así sucede, reconoce que tú no te lo has “fabricado”, sino que él se te ha dado gratuitamente. Y si no... espera el Adviento del año que viene.
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