Todos penitentes, todos catecúmenos

En la liturgia de nuestra Cuaresma se aprecian vestigios de la disciplina antigua, dirigida especialmente a dos sectores de fieles: penitentes y catecúmenos. Los reos arrepentidos de pecados graves y públicos podían pedir ser recibidos a penitencia. Al principio de la Cuaresma se les imponía la ceniza y durante aquellos cuarenta días asistían solo a la primera parte de la celebración eucarística, la liturgia de la Palabra, y se escogían expresamente algunas lecturas adecuadas y por ellos se rezaban algunas oraciones adecuadas. El Jueves Santo eran reconciliados para que pudieran celebrar la Pascua con toda la Iglesia.

Por otra parte los catecúmenos suficientemente preparados, entonces casi siempre adultos, podían al principio de la Cuaresma “dar su nombre”, o sea apuntarse, y a lo largo de aquellas semanas, asistiendo, como los penitentes, a la primera parte de la misa, escuchaban lecturas escogidas para ellos y se les dirigían oraciones y se les aplicaban ritos preparatorios, para recibir del obispo en la Vigilia Pascual los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía.

En el curso de los siglos la forma del sacramento de la penitencia ha cambiado muchísimo: en vez de la antigua penitencia pública tenemos la confesión individual, aunque se ha introducido también la comunitaria. En cuanto al bautismo, es generalmente de niños, y la catequesis la tendrán que recibir después. Solo en algunos países de misión se mantiene la antigua disciplina catecumenal de adultos. Pero la liturgia de Cuaresma actual conserva vestigios de la práctica primitiva, y conviene descubrirlos y aprovecharlos. Ahora todos los fieles nos hacemos en Cuaresma penitentes y catecúmenos, porque todos somos pecadores y discípulos. La disciplina penitencial aparece en muchas lecturas sobre la conversión de los pecados, o sobre el ayuno o la oración.

“Discípulos” es el nombre más antiguo de los cristianos. Nunca se nos da el diploma definitivo. Circulamos siempre con la “L” de prácticas. El catecumenado, aplicado a todos los bautizados, aparece sobre todo en los tres últimos domingos (que son la parte más antigua y la más importante de la Cuaresma), en el ciclo A, con los evangelios según san Juan de la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Nos hablan, respectivamente, del bautismo como agua de vida (samaritana), como iluminación o nueva visión (ciego de nacimiento) y como nueva vida (Lázaro). En los ciclos B y C, estos tres evangelios se han de leer algún día entre semana, y en países de misión donde persiste el catecumenado de adultos, se leerán en domingo todos los años. Cuando se escribió el evangelio de Juan la Iglesia llevaba ya más de medio siglo celebrando el bautismo, y el evangelista lo ve prefigurado en aquellos tres milagros.

No se trata de hacernos la ilusión que no estamos aún bautizados, sino de dejar que el bautismo que recibimos de pequeños dé en nosotros los frutos que no hemos permitido aún que diera. El bautismo no se repite: o le somos fieles o le somos infieles. Ni el Papa puede dispensar de las promesas bautismales En las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma hay una intención catequética escondida, pues entre los tres ciclos se nos proponen los pasajes fundamentales del Antiguo Testamento: pecado original, alianza de Noé, vocación de Abrahán, sacrificio de Isaac, promesas a Abrahán y a su descendencia, Moisés saca agua de la roca, el Decálogo, Moisés y la zarza incandescente, unción de David rey, deportación de Babilonia, Josué y la primera Pascua en la tierra prometida, profecía de Ezequiel sobre los huesos que resucitan, la nueva alianza según Jeremías y la profecía de Isaías de que Dios hará algo nuevo.
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