Templo interior Maestros del desierto

Regreso a la casa del Padre
Regreso a la casa del Padre

"Necesitamos un nuevo paradigma desde el que situarnos si queremos ser fieles al Evangelio de Jesús. Dicho paradigma debe conciliar amablemente el camino de la virtud con el camino de la experiencia interior. Ambos son indisolubles y cada uno debe de conducir inevitablemente al otro"

"Este paradigma tiene que ver, por tanto, con la espiritualidad que caracterizaron a los padres y las madres del desierto, esto es, una espiritualidad desde abajo"

"Para los padres del monacato primitivo, el camino espiritual comienza con una opción por la autenticidad y la honestidad para con uno mismo"

"El aspecto más indisoluble en este auto-habitarse radica en la capacidad de auto-observación (atención e intención) de la propia interioridad al tiempo que se está en Dios y orientado hacia Él"

Necesitamosun nuevo paradigma desde el que situarnos si queremos ser fieles al Evangelio de Jesús. Dicho paradigma debe conciliar amablemente el camino de la virtud con el camino de la experiencia interior. Ambos son indisolubles y cada uno debe de conducir inevitablemente al otro.

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Este nuevo paradigma, en verdad, no es del todo nuevo sino que viene a ser una relectura, desde nuestro tiempo, de las intuiciones que en los primeros siglos se vivían como real. Este paradigma tiene que ver, por tanto, con la espiritualidad que caracterizaron a los padres y las madres del desierto, esto es, una espiritualidad desde abajo.

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Son curiosas, y dignas de releerse las advertencias que los monjes hacen al respecto de esta espiritualidad; como aquella del abad Antonio: «Si ves que un joven se esfuerza en llegar al cielo por su propia voluntad, agárrale fuertemente por los pies y tira para abajo, porque eso no le sirve de nada.» 

De manera reiterada se hablaba entonces de la necesidad de habitar el espacio interior, de reconocer las emociones y las pasiones que nos mueven, de convivir con ellas, pues es ahí donde se juega la vida del sujeto y donde tiene lugar el encuentro con Dios. Evagrio Póntico, otro de aquellos maestros del desierto, lo expresaba justamente así: «¿Quieres conocer a Dios? Aprende antes a conocerte a ti mismo.»

"De lo que se trata, como dice Javier Melloni, es de dejarse tomar por los efectos de la resurrección y que nos vayan abriendo a realidades inéditas que ya están aquí pero que no sabemos ver"

Para los padres del monacato primitivo, el camino espiritual comienza con una opción por la autenticidad y la honestidad para con uno mismo. Ambas actitudes hacen una llamada a la humildad. Ya San Benito describió esta “espiritualidad desde abajo” en un capítulo que dedicó a la humilitas. Y es que es justamente el poder descender hasta nuestro vínculo con la tierra, hasta la tierra que nos configura (humus-humilitas) como entramos en contacto con el cielo, con Dios (misterio de la Encarnación, sin ir más lejos). En definitiva, tanto para los primeros monjes como para nosotros, aunque expresado de otro modo, de lo que se trata, como dice Javier Melloni, es de dejarse tomar por los efectos de la resurrección y que nos vayan abriendo a realidades inéditas que ya están aquí pero que no sabemos ver.

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"Quizá entonces aquellos monjes tuvieran más conciencia de la singularidad de este enlace que en nuestros días, pues ahora la vuelta a un espacio más intimista responde, en muchos casos, a un reclamo de bienestar que nos cierra sobre nosotros mismos"

El aspecto más indisoluble en este auto-habitarse radica en la capacidad de auto-observación (atención e intención) de la propia interioridad al tiempo que se está en Dios y orientado hacia Él. Esto permite no caer en la tentativa de convertirnos en burbujas que vivan cerradas exclusivamente para sí. Quizá entonces aquellos monjes tuvieran más conciencia de la singularidad de este enlace que en nuestros días, pues ahora la vuelta a un espacio más intimista responde, en muchos casos, a un reclamo de bienestar que nos cierra sobre nosotros mismos. 

Sólo desde esta experiencia de regreso a la casa del Padre, a ese Templo interior donde Dios se nos revela, puede obrar la transformación necesaria en nosotros que nos evite caer en un activismo que responda más a nuestra propia autocomplacencia y al deseo de exhibirnos y que, evidentemente, nada tiene que ver con ser lo que estamos llamados a ser.

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