Diálogo entre la fe y la increencia con la ética como horizonte Carlo María Martini y Umberto Eco, dos intelectuales en diálogo, un humanismo contagioso

Umberto Eco y Carlo María Martini
Umberto Eco y Carlo María Martini

"En octubre de 2000, el cardenal italiano Carlo María Martini, una de las figuras más relevantes del cristianismo nacido del Concilio Vaticano II, recibió el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales y Comunicación junto con el escritor y semiólogo Umberto Eco"

"Unos años antes llevaron a cabo una original correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas cruzadas -cuatro, de cada uno-, que despertaron un interés inusitado entre los lectores y las lectoras"

"Se trata, como reconoce Eco, de 'un intercambio de reflexiones entre hombres libres'. Respira, además, un humanismo contagioso que lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas de la humanidad"

"Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los temas tratados. Voy a centrarme en tres de ellos: el sentido de la historia, la esperanza ante el nuevo milenio y la ética"

El 31 de agosto de 2012 fallecía el cardenal italiano Carlo María Martini a los 85 años. Fue una de las figuras más relevantes del cristianismo nacido del Concilio Vaticano II, con una profunda formación teológica y una rigurosa investigación en Ciencias Bíblicas. Doctor en teología por la Universidad Gregoriana de Roma y en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma. Fue profesor -excelente profesor, según me han comunicado algunos discípulos suyos- de Crítica Textual del Nuevo Testamento en el Instituto Bíblico y uno de los editores del Novum Testamentum Graece. Fue rector de ambos centros académicos, arzobispo de Milán de 1980 a 2002 y cardenal desde 1983.

Premio
Premio

En octubre de 2000 recibió el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales y Comunicaciónjunto con el escritor y semiólogo Umberto Eco. Era el reconocimiento de dos intelectuales italianos con una relevante presencia crítico-publica en los ámbitos cultural y religioso durante el último cuarto del siglo XX. No era la primera vez que ambos intelectuales tenían la oportunidad de encontrarse. Unos años antes llevaron a cabo una original correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas cruzadas -cuatro, de cada uno-, que despertaron un interés inusitado entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los medios de comunicación

El debate se abrió a otros seis interlocutores italianos: dos filósofos, dos políticos y dos periodistas, quienes expusieron sus puntos de vista sobre los planteamientos de Martini y Eco. El debate fue publicado posteriormente en un libro titulado ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio (Temas de hoy, 1997).

El diálogo epistolar entre ambos constituye todo un ejemplo de respeto y reconocimiento mutuo entre dos personas que se ubicaban en tradiciones culturales y religiosas distintas, así como de elegancia dialéctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvolvían con soltura en el mundo de la comunicación. Los dos interlocutores se muestran plenamente libres en la exposición de sus puntos de vista y no se atienen a los estereotipos proyectados previamente sobre ellos. Se trata, como reconoce Eco, de “un intercambio de reflexiones entre hombres libres”.

El arzobispo Martini no juega el papel de apologeta que defienda las verdades de la fe apelando a las definiciones dogmáticas y descalifique de manera fundamentalista las razones de la persona no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religión; reconoce, más bien, la existencia de diferentes formas de religiosidad y un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación, de la esperanza y de la comunión con algo que nos supera, incluso sin creer en un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o de increencia. El diálogo se mueve en el terreno del razonamiento, de la argumentación, siguiendo el emblema de la Ilustración formulado por Kant: Sapere aude! (“¡Atrévete a pensar!”).

En la exposición de los temas ambos interlocutores buscan espacios de convergencia, que son más de los que se acostumbra a ver, pero sin ocultar las divergencias, que en algunas cuestiones son profundas. Todo ello en actitud de búsqueda, sin caer ni en el simple irenismo ni en la agria confrontación. Lo afirma expresamente Martini en su primera carta: “Me parece importante poner de relieve con franqueza nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras diferencias, sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre nosotros”.

El epistolario respira, además, un humanismo contagioso que lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas de la humanidad. Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los temas tratados. Voy a centrarme en tres de ellos: el sentido de la historia, la esperanza ante el nuevo milenio y la ética.

La historia tiene un sentido

Martini y Eco coinciden en que la historia no puede reducirse a un conjunto amorfo de hechos huecos y absurdos, sino que tiene un sentido y una dirección. Por eso, afirma el segundo, “se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar para la Esperanza”. Los dos se sitúan en el horizonte ilustrado de la filosofía y de la teología de la historia y toman ciertas distancias del pensamiento débil, muy presente en la filosofía y la cultura italianas. He aquí el testimonio de F. Crespi: “No existe telos alguno de la historia, sino que esta, por el contrario, se presenta como experiencia repetitiva -a través de mediaciones simbólicas siempre nuevas y con distintos grados de conciencia- de la misma imposibilidad de conciliación”.

Vattimo, ubicado en el mismo escenario filosófico, hablaba en la década de los ochenta del siglo pasado del fin del sentido emancipador de la historia (EL PAÍS, 6 de diciembre de 1986). La divergencia entre Eco y Martini, empero, aparece cuando se intenta definir el sentido de la historia. El arzobispo de Milán cree que no es puramente inmanente, sino que se proyecta más allá de ella, y por lo tanto no debe ser objeto de cálculo sino de esperanza.

Esperanza ante el nuevo milenio

Otro tema de diálogo es precisamente la esperanza ante el nuevo milenio. Los dos interlocutores demuestran ser profundos conocedores de la apocalíptica judía y de los movimientos milenaristas en la historia del cristianismo. Apoyados en que la historia tiene un sentido, creen que hay lugar para la Esperanza, como acabamos de ver. Martini subraya la doble faz de todo Apocalipsis: su fuerte carga utópica, por una parte, y su actitud resignada ante el malestar del presente, por otra. Eco se pregunta si hay una noción común de Esperanza entre creyentes y no creyentes, a lo que Martini responde afirmativamente, reconociendo que existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre.

Eco se pregunta por la función crítica de una reflexión sobre el fin, que nos lleve a interesarnos activamente por el futuro y no nos deje parados ante el televisor esperando a alguien que nos divierta. Para que la reflexión sobre el fin estimule la preocupación crítica por el futuro y el pasado, responde el arzobispo de Milán, es necesario que este fin sea considerado un valor final decisivo con capacidad para iluminar y dar sentido a las tareas del presente.

La fundamentación de la ética

Un tercer tema es la fundamentación de la ética, que constituye la cuestión de fondo de todo el diálogo epistolar. El principio arquimédico de la ética son los demás o, mejor, los demás en nosotros. Lo expresa bellamente Eco en un lenguaje muy afín al del filósofo Emmanuel Lévinas, autor de Totalidad e infinito (Sígueme, 1977): “cuando los demás entran en escena, empieza la ética… Son los demás, es su mirada, lo que nos define y nos confirma”. Martini valora positivamente el planteamiento del novelista italiano alegando en su favor el comportamiento altruista de muchas personas que no creen en un Dios personal ni pretenden dar un fundamento trascendente a su vida.

Más aún, cree que hay personas que, sin referencia a religiosa alguna, dan su vida en defensa de sus convicciones morales. Pero, a su vez, considera insuficientes las bases puramente humanistas de la acción moral. Por eso se pregunta por el fundamento último de la ética y responde, citando a Hans Küng, teólogo condenado por el Vaticano, que solamente lo incondicionado puede obligar de manera absoluta, solamente el Absoluto puede obligar de manera absoluta.

La diferencia: pensar o no pensar

La comunicación epistolar Eco-Martini muestra que creyentes y no creyentes están llamados a dialogar sin proselitismos, sin pretender imponer las propias convicciones al interlocutor. Lo dejó muy claro el cardenal Martini con motivo de la recepción del premio Príncipe de Asturias: “No intento convertir a nadie, sino dar luz a las preguntas profundas. Todos los creyentes llevamos dentro a un no creyente. La voz del creyente suena más fuerte, pero no deja de hacer dudar a nuestro yo no creyente. Igual que los no creyentes oyen la voz que les dice ‘tienes que creer’”. Y, citando al prestigioso intelectual italiano Norberto Bobbio, fue más lejos: “La diferencia no es creer o no creer, sino pensar o no pensar”.

Por muy extraño que pueda parecer, Martini coincide en este punto con el Corán cuando Dios recrimina a Mahoma su empeño en forzar a todos los hombres a ser creyentes y le recuerda que con quien Él se indigna no es con los que no creen sino con los que no razonan (Corán 10,100).

Eco y Martini creen que pueden hacer juntos un largo trecho del camino de la vida -quizá, todo el camino-, compartiendo la pregunta por el sentido, la virtud de la esperanza (y quizá también el Principio-Esperanza, según Bloch) y la ética de la projimidad. Queda pendiente el problema de la fundamentación -¿última?- del sentido, la esperanza y la ética, en cuya respuesta no hay acuerdo. Se trata de una cuestión irrenunciable, pero no debe cerrarse en falso. En el actual clima de pluriverso filosófico, religioso y cultural, lo mejor que podemos hacer es dejarla abierta y seguir reflexionando sobre ella sin dogmatismos.

Lejos del Vaticano, cerca de Jesús de Nazaret

Es posible que el tono dialogante del debate no gustara en el Vaticano, quien hubiera preferido una postura más beligerante por ambas partes. Quizá la actitud tolerante del arzobispo de Milán le cerrara las puertas al pontificado. ¡Y con razón! Porque un papa que se permitiera pensar libremente, dialogar fraternalmente con personas no-creyentes y soñar con una Iglesia más igualitaria -como hacía el cardenal Martini-, resultaría subversivo y desestabilizador. Y un papa subversivo puede constituir una contradicción en toda regla. (Quizá esa contradicción se encuentra hoy en el Vaticano con el papa Francisco. ¡Adelante con la contradicción! Que dure mucho tiempo).

Por eso tras su jubilación voluntaria, Martini prefirió ir a la tierra de Jesús de Nazaret a estudiar los textos originales del cristianismo y, desde ahí, contribuir a la paz entre las religiones y en el mundo. Porque, como él mismo afirmaba, “cuando haya paz en Jerusalén, habrá paz en todo el mundo”. ¡Lejos del Vaticano y cerca de Jesús de Nazaret!: es el programa y el legado que, tras su muerte, deja a los cristianos y las cristianas del siglo XXI Carlo María Martini.

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