Wojtyla y Ratzinger utilizaron ese gesto para condenar a todos los teólogos y teólogas Ernesto Cardenal, 'humillado' por Juan Pablo II. El comienzo de la 'edad de hierro' contra la Teología de la Liberación

Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal
Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal

Condenarle a él era condenar a las teólogas y teólogos, a las cristianas y cristianos latinoamericanos comprometidos con la liberación de los pueblos oprimidos

El Papa Juan Pablo II nunca mostró actitud alguna de arrepentimiento por tamaña humillación, ni pidió perdón públicamente, tampoco lo hizo al propio Ernesto Cardenal

El 4 de marzo de 1983 llegaba el papa Juan Pablo II al aeropuerto de Managua. Lo recibió el Gobierno en pleno presidido por Daniel Ortega. Estaba también el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, que era el Ministro de Cultura. En una de sus visitas a Madrid me contó que algunas personas le disuadieron de estar presente en la recepción porque el Papa iba a tener un gesto cuando menos inelegante y ciertamente de reproche hacia él. Cardenal no hizo caso de las sugerencias y se ratificó en su presencia en el aeropuerto con todos los ministros para recibir al papa. 

Juan Pablo II fue saludando protocolariamente a todos y cada uno de los miembros del Gobierno. Al llegar a Ernesto Cardenal, esté recibió al papa con una sonrisa y la rodilla derecha en el suelo. Quiso besarle la mano y el papa se la retiró bruscamente. Le pidió la bendición y, lejos de dársela, le negó el saludo, levantó el dedo índice de la mano derecha señalando a Cardenal en tono airado y amenazador y le dijo: “Antes tienes que reconciliarte con la Iglesia”.

Este relato se inspira en la crónica de Juan Arias, enviado especial del diario EL PAÍS para cubrir la información de aquel viaje, quien fue testigo de la escena, transmitida por televisión al mundo entero y grabada en nuestra retina de por vida. Con motivo del fallecimiento de Ernesto Cardenal el 1 de marzo pasado la escena nada ejemplar ha vuelto a transmitirse a través de todos los medios de comunicación como una de las imágenes más inmisericordes y humillantes del Papa a un sacerdote y teólogo de la Iglesia católica. Está presente en el imaginario colectivo mundial y me la recuerdan estos días en mis conferencias sobre Cardenal.

Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal

La humillación tuvo el efecto contrario

Perdonar, pedir perdón y amar a los enemigos son actitudes recomendadas por Jesús de Nazaret a sus seguidores y seguidoras. El Papa Juan Pablo II nunca mostró actitud alguna de arrepentimiento por tamaña humillación, ni pidió perdón públicamente, tampoco lo hizo al propio Ernesto Cardenal, como creo hubiera sido obligado por tamaño acto de soberbia y de reprobable actuación de quien se auto-consideraba máximo representante de Cristo en la tierra. La humillación, empero, a la que fue sometido Ernesto por Juan Pablo II tuvo el efecto contrario: creó una corriente cálida de sintonía y solidaridad con el poeta-teólogo de la liberación de personas y colectivos de diferentes ideologías, creyentes y no creyentes, que dura hasta hoy y seguro que continuará después de su muerte.

Negar el saludo a un miembro del Gobierno de Nicaragua era en sí un acto de displicencia y una transgresión de las más mínimas normas del protocolo diplomático, que solo en este caso, a lo largo de las decenas de viajes, se saltó irrespetuosamente Juan Pablo II. Aprovechar un acto oficial para reprender en público a un sacerdote que compaginaba su fe cristiana liberadora con el compromiso político en favor de las personas y colectivos empobrecidos de Nicaragua y descalificar a un cristiano místico que había luchado contra la dictadura de Somoza, fue un acto realmente mezquino.

Ernesto Cardenal

Condenar a todos los teólogos

La escena de reprobación pública de Cardenal tuvo un fuerte carácter político y teológico negativo que desacreditaba al papa y, a través de él, a la iglesia católica. Cardenal era uno de los principales referentes de la teología de la liberación en la modalidad de la teopoética de la liberación junto con Pedro Casaldáliga, que he analizado en mi libro Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2020, 2ª ed.), y del cristianismo liberador en América Latina.

Por eso, condenarle a él era condenar a las teólogas y teólogos, a las cristianas y cristianos latinoamericanos comprometidos con la liberación de los pueblos oprimidos,  incluso arriesgando su vida en la lucha contra las dictaduras y los poderes hegemónicos del continente. No conviene olvidar, además, que la reprobación a Ernesto Cardenal tenía lugar mientras Reagan minaba los puertos de Nicaragua, armaba al movimiento guerrillero de la “Contra” para deslegitimar al Frente Sandinista en el poder y apoyaba económica y militarmente al Ejército de El Salvador, que estaba masacrando al pueblo.

Estaba claro: el papa se aliaba con el Imperio y contra la Revolución sandinista, se posicionaba del lado del todopoderoso arzobispo de Medellín (Colombia) y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el cardenal Alfonso López Trujillo, declarado enemigo y abierto perseguidor de la teología de la liberación y de las comunidades de base en toda América Latina, y apoyaba al arzobispo de Managua, Miguel Obando y Bravo, entonces declarado opositor del Frente Sandinista y más tarde colaborador y consejero espiritual de Daniel Ortega, que le reconoció como “Prócer Nacional por la Paz y la Reconciliación”. 

Con este gesto condenatorio se iniciaba la que yo llamo la “Edad de Hierro” del Vaticano contra la Teología de la Liberación, que continuaría durante el largo pontificado de Juan Pablo II y de los ocho años de su sucesor, Benedicto XVI, quien fuera el verdadero ideólogo inspirador de la condena de dicha teología desde su cargo de presidente de la congregación para la Doctrina de la Fe.

En el próximo artículo, titulado “Último viaje de Ernesto Cardenal Solentiname”, hablaré de la comunidad que él creara en el lago de  Solentiname, donde serán llevadas hoy sus cenizas. Descanse en paz. 

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